Y bien, acabas de tomar una decisión importante en tu vida: acabas de elegir. Sin ser clarividente, has tomado partido por alguien, has elegido. Te has definido. Con un simple acto cívico que quisiste dotar de sentido, has tomado parte en algo. Has escogido entre varios candidatos. Al escoger, te has vuelto parcial y te has comprometido plenamente. Y has creído en ese acto.
Tal vez hayas votado por conciencia y no por conveniencia. Si así fue, mereces mi felicitación y mi respeto. Otra vez te han vendido la carnada de que tienes el poder de elegir a tus gobernantes y has mordido el anzuelo. Has ratificado tu fe en la democracia. Pero las democracias serán siempre insuficientes e ineficaces mientras se limiten al ejercicio del voto popular cada cuatro años. Así, te han empujado a una elección mediocre en la que no puedes elegir lo óptimo, sino lo preferible o lo menos malo. La tradición de la libertad oculta una tradición más antigua y más fuerte: la de la opresión.
Has podido abstenerte, quedarte en casa y dejar que todo pase sin ti. Has podido decirte a ti mismo, desengañado: “Total, todos son iguales”. Pero no te abstuviste, no te quedaste en casa, fuiste a votar. Por eso piensas que eres un aspirante a escéptico incapaz de serlo, un abstencionista sólo de palabra. Al final, has creído y elegido.
Pero qué más da, ahora te sientes mejor. Después de todo, es un gran alivio que las cosas hayan salido como salieron. Una vez más, el desenlace no ha sido traumático. Has ayudado a evitar lo peor. ¡Cuántas angustias y tensiones, cuántos traumas acabas de ahorrarte!
Ahora se nos abren las puertas del futuro, que es siempre incierto. El presente es un compás de espera lleno de incertidumbres. Intuyes que se cierra un ciclo y se abre otro. Presientes que una larga época de autoritarismo toca a su fin. Pero no eres tan ingenuo como para ignorar que la tradición autoritaria aún sigue viva y arraigada, y que para romper con ella no bastan simples proclamas o declaraciones de propósito presidenciales. Sabes que hace falta algo más: una férrea voluntad política, un proyecto de sociedad, una nueva cultura democrática.
Y otra vez te angustian las mismas cuestiones y te asaltan las mismas dudas. Y, como antes, te preocupa no saber hacia dónde vamos, si todo esto lleva a alguna parte, si el presente es viable, si aún tenemos porvenir o si, en cambio, estamos destinados al fracaso. Y, más allá del momento político, te preocupa esta carencia de plenitud del presente, todo este tiempo perdido y todas las fuerzas y energías derrochadas. ¿Y qué de nuestra entrada en la modernidad, tardía, precaria, casi a empujones? ¿Y qué de nuestra inserción definitiva, impostergable, en los mercados mundiales y en las economías regionales? ¿Y qué de concertar y llevar a cabo una agenda mínima de desarrollo nacional? ¿Y ahora qué?
Si eres honesto, no puedes mostrar demasiado entusiasmo por el futuro, ni creer que el progreso sea infinito. No sabes lo que te espera, ni qué será de todo esto, ni si habrá un mejor mañana, si tendremos como nación una segunda oportunidad sobre la tierra o si nos veremos condenados a otra centuria perdida.
No tienes respuestas claras para estas preguntas, sólo intentos de responderlas. Vives en un tiempo huérfano de certezas y verdades indubitadas. Ya no hay claridad meridiana. En el claroscuro de nuestro tiempo se esparcen como en un lienzo luces y sombras. Aún no ves nada claro, sólo una nueva esperanza blanca en un horizonte nublado. Pero tú quieres ser clarividente.
No eres un hombre de partido. Un hombre de partido es siempre un hombre parcial, y tú aspiras a la totalidad, a la libertad fuera de partido. Los grandes partidos políticos, sin excepción, nos han estafado una y otra vez. Se han corrompido en el ejercicio del poder. Han acumulado y fomentado los vicios y las deformidades de la sociedad. Se han entregado sin reservas a mezquinas luchas de intereses. Y, sin embargo, frente a lo peor posible –un régimen de partido único o de facto, una dictadura militar, una tiranía-, ellos siguen siendo el mal necesario de la democracia.
En lo futuro procura estar atento, aguzar la mente y no bajar la guardia. Procura mantener siempre el espíritu crítico, la independencia de criterio, la libertad de pensamiento. No renuncies a exigir que se cumplan las promesas de campaña, pues la democracia sólo puede realizarse allí donde se emplaza a los gobernantes a cumplir sus promesas electorales.
No te arrepientas de la decisión tomada. Buena o mala, es lo que has decidido. El valor de un acto personal reside en su responsabilidad, en que sea un acto responsable tuyo o mío, no en su adecuación a reglas establecidas de antemano por otros. No comercies con tus principios y tus valores. Aprende a desconfiar y a dudar, porque la duda es siempre un estímulo para el intelecto y una defensa contra el autoengaño. Ten ojos para ver y oídos para oír. Agúzate, que te están velando. Y ahora, aunque sea por un momento, comparte conmigo aquella frase alegre que me dijera un amigo: “¡Qué bueno que ya salimos de esa vaina!”.