Tan pronto asumió el poder en Venezuela, Hugo Chávez, un ex coronel del ejército, comprendió que para cumplir sus planes de establecer una dictadura disfrazada de democracia tenia que comprometer a los militares.
Porque el único peligro de que lo derrocaran era precisamente a través de un golpe de estado de su misma gente, como de hecho se intentó, pero sin éxito. Chávez nunca iba a perder unas elecciones a través del voto ya que en cada una se fraguaba un fraude descomunal contra la oposición.
Fue así como hizo millonarios a todos los altos mandos y medio de las Fuerzas Armadas a través del soborno vía PDVSA (empresa petrolera de Venezuela). Y esos militares a sabiendas de que hoy protegen a otro presidente peor que Chávez, siguen acumulando riquezas y mucho poder.
Además, algunos han tenido la osadía de traficar drogas, lavar dinero y financiar actividades desestabilizadoras en otros países sin importarle si le quitan la visa americana o lo amenazan con meterlo preso una vez el régimen caiga.
¿Sacrificaran esos militares sus inmensas fortunas y sucios negocios que el poder político ha encubierto y protegidos por años? Jamás.
Por eso no se puede contar con ellos para derrocar al impopular, enano mental y odiado por todos, Nicolas Maduro. Un hombre que ha destruido un país que durará décadas en recuperarse.
Esa es la diferencia con Evo Morales, cuya gestión esta llena de buenas acciones que mejoraron sustancialmente la situación económica de Bolivia. Sus dos primeros gobiernos fueron exitosos, reduciendo la pobreza, aumentando el empleo y mejorando el comercio externo y la inversión, pero el último periodo fue malo ya que el peso boliviano se devaluó demasiado y sus reservas cayeron a la mitad.
Pero la ambición desmedida sigue cegando a muchos políticos latinoamericanos al querer perpetuarse en el poder a través de la manipulación de procesos electorales turbios y fraudulentos.
Lo vimos recientemente en nuestro país con las primarias de octubre pasado, cuyo algoritmo criollo parece que fue exportado a Bolivia.
Pero volviendo a Evo, su intento continuista chocó con la voluntad popular, que no perdona y se extendió, primero a la policía y después a los militares, terminando con la fuerte presión de Estados Unidos para desplazarlo del poder.
Porque en Bolivia, a diferencia de Venezuela, no hay una estructura militar tan corrupta y comprometida con el régimen de turno.
Es una pena que este hombre de origen humilde y raíces indígenas haya terminado su tercer periodo presidencial renunciando abruptamente por intentar perpetuarse en el poder mediante el fraude electoral. Debió abandonar el barco en puerto seguro, pero prefirió navegar en un mar tormentoso que hundió su gobierno y su imagen.