“Si eres una persona íntegra, nada más importa. Si no eres una persona íntegra, nada importa ya”. (Alan K. Simpson).
En el Siglo XXI dos condiciones nodales han de acompañar a la persona: ética y confianza. Adicionemos la que Yuval Noah Harari nos dice en una portentosa entrevista: capacidad mental e inteligencia emocional. Eso nos lleva a incorporar de manera medular las habilidades blandas como prerrequisito fundamental para el éxito.
La noción de como mis acciones y decisiones afectan a los demás. Es tomar en cuenta el impacto de las interactuaciones con los demás en el acto reflejo del ethos, donde la conexión del espejo ha de reflejarse en la integridad, en la empatía, en el optimismo, adaptabilidad y en la resiliencia.
La integridad es la coherencia entre lo que pensamos, decimos y hacemos. Es la combinación perfecta de la honestidad y la firmeza de carácter. Son los seres humanos que se constituyen como puente ineludible en el encaje de los valores y creencias. En esa ética actúan sincrónicamente aunando los principios. Los principios construyen la necesaria brújula moral.
La gente que actúa con ética, sobre todo en la dimensión laboral, se robustece en el nido de ¡vivir de acuerdo con lo que predica! Los principios nos proporcionan anclaje y una sensación de equilibrio interior y los valores nos ayudan a desarrollar nuestro potencial y nuestro carácter. La ética y de manera específica, la laboral, nos dice que la calidad de vida que tenemos tiene una estrecha relación con nuestro pensamiento. Nuestros pensamientos activan nuestras acciones y éstas generan los resultados.
En la Administración Pública, de la Ley Función Pública 41 -08, tenemos en su Artículo 77 todo lo concerniente al Régimen Ético y Disciplinario de sus Principios Rectores:
- Cortesía;
- Decoro;
- Discreción;
- Disciplina;
- Honestidad;
- Vocación de Justicia;
- Lealtad;
- Probidad;
- Pulcritud;
- Vocación de servicio.
La ética nos pauta más allá del buen convivir. Es la reflexión que nos hace más humanos, constituye el derrotero que expresa la evolución del homo sapiens en toda la materialidad y contexto de los distintos estadios de desarrollo. Ella encierra los cuatro roles de la dimensión humana: rol de familia, rol de pareja, rol ocupacional y rol social. La ética nos dice que lo esencial no se pierde, no importa el plano en que nos encontremos de la vida humana. Solo los seres humanos con los desafíos, esperanzas y sueños, reflexionamos nuestras acciones y el porvenir. Ella, la ética, tipifica la lozanía del presente y las expectativas del futuro. Nos dice en cada época lo que hemos sido. Nos pone en la perspectiva de decirnos que somos los únicos animales de la naturaleza que, viviendo el presente, nos colocamos en el futuro.
El momento histórico que vivimos nos replantea una dimensión ética que dé respuesta a la covidianidad, a los problemas que ha acusado esta nueva realidad y los problemas y oportunidades que trae consigo. La ética laboral, aquí y ahora, nos exige reinventarnos tanto en lo individual como en lo colectivo. El teletrabajo llegó de forma abrupta en sociedades como la nuestra. La educación a distancia, remota, tanto asincrónica como sincrónica está ahí. Ella inexorablemente vendría como proceso del desarrollo tecnológico y con ello, de los cambios en cómo realizar el trabajo.
El virus aceleró una dinámica social que derivaría, en tanto que proceso, de forma singular en cada formación social. El cambio, aquí, no era de una opción, era de una obligación, sobre todo, cuando la indiferencia, el miedo, la abulia, repercutirían ineludiblemente en cientos de personas de manera significativa. Winston Churchill ejemplificaba de manera gráfica “El éxito es ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo”. El ser humano contiene en su paquete al unísono, el abrazo al cambio y la resistencia por naturaleza. Las distintas maneras de abordar el mismo señala la decantación, la diferenciación del éxito y hasta la felicidad para derrotar la agonía del pasado, que inevitablemente no sea igual.
Lo primero es ser serio y consecuente con uno mismo, presentar la credencial de la humildad con una actitud positiva. Reconocer que no sabe, preguntar, hacer las nuevas tareas con el deseo de aprender, desaprendiendo; pues como dijo alguien, el que no sabe aprender no puede querer enseñar. En su interior debe reflexionar las causas que lo llevan a resistirse al cambio, sobre todo, si el empuje viene del trabajo y te están suministrando todas las herramientas y la organización te viene pagando desde marzo de manera inexpugnable.
Conozco un profesor que en la UASD quería que se comenzara el semestre en noviembre; sin embargo, en un estudio muy bien llevado por el profesor Roberto Reyna, se llegó a la conclusión, en más de un 86% los estudiantes querían clase. Ese mismo docente, en una universidad privada, tomaría el curso en la plataforma virtual y era el que más preguntaba e interrumpía.
Confieso que me entristece y me da profundo pesar ver profesores universitarios como se expresaban en los mensajes por Whatsapp. El escozor no me abrumó, empero, el respeto que pude tener por algunos se evaporó al ver como canalizaban su frustración, frente a la incertidumbre, al miedo y a la ruptura de la zona de confort. Reaccionan negando en consecuencia la proactividad. La necesidad de preguntar, de llamar, de ir, de decir quiero aprender, es la actitud de una nueva oportunidad que nos llama a tocar la puerta. Milton Berle nos decía “Si ves que la oportunidad no llama a tu puerta, ponle otra puerta a la que llamar”. Pensamiento crítico y optimismo es la nueva ética laboral que habremos de condensar.
La adaptabilidad, con la empatía y la resiliencia, nos coadyuvan para gestionar el cambio con eficiencia, tanto en lo personal como en el laboral y social. Charles Darwin, ese gran científico del Siglo XIX que vino a romper paradigmas con su teoría de la evolución de las especies, en su libro El origen de la Especie de 1859, dijo “No son las especies más fuertes, ni las más inteligentes las que sobreviven, son las que se adaptan mejor al cambio”. En este caso, siguiendo el discurso del laureado investigador, lo pertinente y adecuado hoy, es reconocer que más allá de la capacidad cognitiva, donde no es severamente el coeficiente intelectual (necesario), es necesaria la articulación y asimilación, la internalización de la capacidad de aprendizaje.
En este interregno se hace inexorable abandonar las viejas ideas, convertirnos en una esponja, en una socialización y resocialización para captar lo más posible la dimensión social que nos ha tocado que implica una nueva forma de trabajar. ¡Ni mejor ni peor! Analizar, evaluar, observar, reflexionar para crear cada día una reinversión de nuestra vida y del desarrollo profesional
Pensar y cambiar es la gestión del cambio de manera proactiva a través de una efectiva adaptabilidad, que es el cuerpo de la sumatoria de resiliencia y perseverancia. A los que tenemos más de 60 años debemos de acelerar en esta época de cambio, irnos rápidamente de la zona de confort, con alegría, pues implica un cambio de piel, una lozanía de lucidez distinta. Nada de miedo al cambio, nada de modo huida. Que el tramo final y la zona de confort no nos conduzcan a la zona de pánico. Alguien decía que las personas adaptables ven oportunidades donde otros ven fallas.
Vi el 21 de septiembre, primer día de clase, a un profesor que no pudo entrar a la plataforma decir “Que frustración y esto es comenzando”. Allí donde 20,000 estudiantes ingresaron nuevos, 192,000 estudiantes de grado, 15,000 de postgrado, 10,000 de monográficos, 2,000 de internados, todos recibiendo docencia. Antes del actual semestre solo se daban 300 secciones en la plataforma y ahora aumentaron a 32,000. Sencillamente, un éxito para la Primada.
Asumamos una mente abierta con nuevas actitudes, búsqueda de soluciones, enfoques alternativos. Dejemos atrás las creencias limitadoras y los guiones mentales para que las ideas broten con flexibilidad cognitiva, flexibilidad emocional y que internalicemos con energía aquella frase de León Tolstoi “Todas las personas piensan en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo”. Un momento para cambiar combinando el optimismo con la realidad.