La pobreza se combate con democracia. Y siendo que la democracia es la ética de la política, ningun gobierno que se considere democrático podrá tratar la pobreza como un aspecto secundario de su agenda, debiendo, más bien, asumir con responsabilidad la temática de la pobreza y la desigualdad. También deberán hacerlo los demás actores que intervienen en el sistema económico del país.
Una reflexión en torno al ethos de la desigualdad y la búsqueda de equidad constituyen una contribución al debate sobre el destino de la superación de las desigualdades y a unas nuevas políticas sociales. La tarea toca no sólo al gobierno, sino a muchos otros liderazgos nacionales. Iniciemos el debate a nivel nacional como si se tratara de diseñar participativamente una “estrategia nacional para luchar contra la pobreza”.
La persona pobre está en permanente riesgo de caer bajo el dominio de otro y esta condición de peligro de su libertad cuestiona profundamente una democracia como la nuestra que permite que la riqueza que genera el país esté concentrada en manos de unos pocos.
Según datos de este año del Programa de las Naciones para el Desarrollo, PNUD, el 45% de la población en la República Dominicana es vulnerable a caer en la pobreza, siendo además que un 8.8% de la población vive en pobreza severa.
Estas estadísticas traducen la suerte de millones de dominicanos, “sí de millones”, que se encuentran atrapados por la crudeza de la vida, amenazados por una larga lista de desdichas cuyos recursos para afrontarlas resultan imposibles para confrontar los poderes políticos y económicos que las generan.
La pobreza ya no se mide como una situación “unidimensional” equivalente a carencias económicas o de bajos ingresos para solventar las necesidades básicas, sino desde una óptica “multidimensional”. Se utilizan 10 indicadores para medir tres dimensiones críticas: salud, educación y estándares de vida. Esto nos lleva a considerar otras privaciones vinculadas a estas tres dimensiones: nutrición, esperanza de vida al nacer, años de escolaridad, asistencia escolar, combustible para cocinar, sanidad, agua, electricidad, vivienda y bienes.
La suma de estas carencias contrasta con la calidad de los servicios que reciben los dominicanos y que generan indefensión y desprotección en los habitantes de cientos de barrios, comunidades y hogares del país.
A estas heridas de la pobreza hay que sumarle la falta de trabajo que afecta a miles de hombres, mujeres y jóvenes, así como la tragedia de los que trabajan y reciben salarios de miseria, insuficientes y poco dignos.
Este encuentro con la “pobreza dominicana” debe generar, una “angustia solidaria” y un mayor compromiso con la lucha contra la pobreza de los millones de dominicanos víctimas de la pobreza, muchas veces ignorada o mediatizada por todos aquellos, del sector público y del sector privado, que tienen el deber de encararla y aportar al combate de la misma.
La perspectiva ética de la pobreza conduce a la crítica de las políticas económicas y sociales que se definen en el país sin tomar en cuenta las implicaciones sociales y humanas y que acentúan la brecha entre pobres y ricos.
Esta misma perspectiva alerta para velar porque no se dé uso clientelista a las necesidades de la “masa pobre” para ganar su apoyo político o electoral con el gasto público y del gasto social, ni a las dádivas que bajo el ropaje de “responsabilidad social” hacen alarde las empresas e instituciones privadas.
Los pobres no habrán de esperar que nadie los redima. Deberán apelar a la “pedagogía de la indignación” que postulara Freire, y que anima a luchar contra su propia debilidad, a ser menos sumisos frente al poder político y económico que los aplasta y a no dejar ahogar la posibilidad de reaccionar y de luchar. Los pobres y la pobreza no deben ser vistos con “ojos de piedad”, sino con ojos de justicia acorde con la dignidad humana.
Pido permiso por el atrevimiento de repetirle a los ricos dominicanos lo que dijera el Papa Francisco en su mensaje a los hombres más ricos del mundo en el Foro de Davos de del 2015: “No se olviden de los pobres… Sintámonos provocados por su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, e nuestra amistad y de nuestra fraternidad. Que su grito se vuelva el nuestro y juntos podamos romper la barrera de la indiferencia que suele reinar para esconder la hipocresía y el egoísmo”. Su grito de auxilio no escuchado pudiera convertirse en indignación y rebeldía de muchos.