Nada dignifica tanto al ser humano como la compasión. Pero no se trata de una acción generosa que aumenta la grandeza del que da. Es parte fundamental de nuestra responsabilidad por el otro y de la justicia, la solidaridad y la  equidad.

Para sentir compasión debemos ser capaces de reconocer la importancia de lo que le ocurre al otro, en términos relevantes para su propia forma de estar en el mundo de manera digna y decorosa.

Pero no se trata de un sentimiento de conmiseración y lástima que se tiene hacia quienes sufren penalidades y desgracias y son vulnerables, es una obligación que surge del sentirse miembro de la comunidad humana. La compasión es  tomar conciencia de los demás.

La compasión debe ir acompañada de respeto a la dignidad del otro. Es mucho más que “responsabilidad social” deducible de la renta imponible. O barrilitos y planes sociales y de “solidaridad” pagados por el pueblo pero capitalizados por los políticos y los gobiernos.  Es un sentimiento de “humanidad”. Un acto silencioso de verdadera solidaridad que nace de la “buena conciencia” que nos recuerda que cada hombre es la huella del otro.

La compasión, sin embargo,  corre el riesgo de banalizarse cuando oculta la culpa o reemplaza a la acción efectiva. Pero los obstáculos más grandes para que la compasión cumpla una función en la vida pública se encuentran en ciertos rasgos del capitalismo individualista y la cultura consumista, que obstaculizan su aparición en muchos casos en los cuales podría contribuir a los esfuerzos conjuntos para ayudar a los otros o favorecer la justicia social.

Stefan Zweig, en su apasionante novela Impaciencia del corazón describía así la compasión: “Existen dos clases de compasión. La cobarde y sentimental, que en verdad, no es más que la impaciencia del corazón por liberarse lo antes posible de la emoción molesta que causa la desgracia ajena, aquella compasión que no es compasión verdadera, sino una forma instintiva de ahuyentar la pena extraña del alma propia”.

La otra, la única que importa, “es la compasión no sentimental pero productiva, la que sabe lo que quiere y está dispuesta a compartir un sufrimiento hasta el límite de sus fuerzas y aún más allá de ese límite”.

No se trata de maquillar la pobreza, la injusticia o la desigualdad, sino de vivir la compasión como un examen de conciencia de nuestra propia humanidad, de nuestra responsabilidad por el otro, más allá de clan, la familia, el suelo o el partido político. Se trata de denunciar los dolores que permanecen en la sombra, sin que se hable nunca de ellos.

La ética de la compasión está cimentada en  tres principios: El Bien, El Deber y la dignidad.  No hay ética porque sepamos qué es el bien; sino porque hemos vivido y sido testigos del mal. No hay ética porque uno cumpla con su deber; sino porque nuestra respuesta ha sido adecuada, aunque… nunca puede ser suficientemente adecuada.

No hay ética porque seamos dignos, porque tengamos dignidad, porque seamos personas, sino  porque somos sensibles a lo indigno, a la indignidad…a los excluidos de la condición humana.

Lipovetsky considera  que  la modernidad ha favorecido una ampliación de la compasión gracias a un conjunto de fenómenos característicos del mundo actual: la individualización,  la globalización, la interconexión informativa y la extensión del presupuesto democrático de la igualdad jurídica ante la ley.

Se trata de lo que pudiera llamarse una ampliación de nuestra sensibilidad, individual y colectiva,  una capacidad cada vez mayor para dolernos por las tragedias de los demás, individuos, comunidades y países, por lejanos que se encuentren, y por diferentes que sean de nosotros mismos.

Si la compasión tiene algún valor ético, si puede servir a la construcción de una sociedad más justa y solidaria, es necesario protegerla de la tendencia del sistema económico y social, que enfrenta a los individuos unos a otros en la competencia por los bienes, y a establecer desigualdades económicas tan grandes que agigantan la brecha entre los que más tienen y los que menos tienen.

Este esfuerzo requiere imaginación cultural y política. Imaginación cultural para encontrar aspectos que nos unan a los otros para superar las fronteras del egoísmo. Imaginación política para transformar y superar las condiciones sociales y económicas que sirven de sustento al miedo, y nos impiden constituir comunidades libres con los otros.

La compasión implica criterios de responsabilidad y culpa. El reconocimiento compasivo pone las bases para una sociedad inclusiva. ¡Que los proyectos de compasión en el país sean también proyectos de justicia social y auténtico compromiso democrático!