Dado que la corrupción en la sociedad dominicana no solo es endémica sino al mismo tiempo, sistémica y por vía de consecuencia institucional, la misma debe representar alrededor de un 4–6% del PIB, sobre todo a partir del 2005. El  costo social, económico, político, cultural y moral para la sociedad es inmenso. La corrupción nuestra más que mutante, es como un volcán en eterna ebullición que crece y se desliza a lo ancho de todo el cuerpo social.

Los tejidos que la envuelven se hacen fuertes y permiten verla como una norma más que una excepción. Estamos en presencia de una verdadera plaga, de un lastre que se ha permeado en todo el andamiaje de la estructura económica y de la estructura social, convirtiendo la corrupción en un eje medular de la estructura de poder.

Ello así porque la corrupción no se agota en el aparato gubernamental, estatal; ello sería hacer un análisis sesgado, meramente ideológico. La corrupción se anida también en la esfera de lo privado. Se produce una sinergia entre lo público y lo privado que hace que en esa confluencia se potencialice aun más ese terrible fenómeno social.

La corrupción nuestra se encuentra en todo el cuerpo social y aflora en toda la dinámica de la vida económica y social. Ella, cuasi no es nada ajena a todo el proceso de interacción social. Oscila entre la micro corrupción, a la meso corrupción y la macro corrupción.

La estructura de poder está mediada por esta enormidad que hace que el Estado dominicano sea débil en su eficiencia, en su eficacia, en fin, en la manera de abordar la problemática de los servicios básicos. En tanto que proceso social, el Estado representa grupos de poder, grupos que recrean y crean sus intereses. Sin embargo, a lo largo de todo ese proceso se generan límites que regulan la articulación de toda la sociedad. Aquí, la híper corrupción hace posible el fomento de un Estado caro, malo e ineficiente y por lo tanto débil, lo cual facilita la corrupción.

Hay una estrecha correlación, una correspondencia biunívoca: a más corrupción, menos institucionalidad, más fragilidad de las instituciones y por antonomasia, menos calidad de la democracia. Calidad de la democracia que se refleja, incluso, en la violencia y en el crimen organizado. Mientras más corrupción, más expedito y más fuerte se hace el crimen organizado, a través del narcotráfico, el sicariato y la trata de personas. Lo que estamos viendo y escuchando a lo largo de estos últimos 15 días es hasta donde ha llegado la corrupción como expresión de la degradación y degeneración de las elites políticas.

La estructura de poder se ha configurado sin límites. No “alcanzamos” a visualizar donde se encuentra lo lícito y lo ilícito de cada acto; los actores, no logran desmadejar donde está lo correcto y lo incorrecto, donde se dibujan lo legal y lo legítimo; lo amoral y lo ético. Porque la corrupción lleva consigo de manera intrínseca, de manera esencial el abuso del poder.

La corrupción en tanto que abuso del poder, viene dada porque utiliza el dinero público para fines privados; por ello, hay en su operatividad, en su instrumentalización, arrogancia, soberbia, prepotencia, cinismo y perversidad. Es tan grave su iniquidad que drena los recursos de la sociedad y a menudo constituyen grandes flujos de capitales que se fugan a los desgraciados paraísos fiscales. La corrupción, como estamos viendo con el caso de Félix Bautista, fomenta la concentración de la riqueza e influye de manera significativa en la inequidad social, en la desigualdad y es un flagelo en la mala asignación de los recursos, en la calidad del gasto y en sus prioridades.

En nuestra sociedad, tristemente, penosamente, la corrupción disfruta de buena salud por la alianza que ha hecho con la impunidad. Es una epidemia, un lastre, para la gran mayoría; empero, hasta un espejo de éxitos para algunos que ya el carro de la historia los tiene condenados de antemano. No hay nada que afecte más a una democracia y sus instituciones que la corrupción.

Cuando las instituciones son débiles y el liderazgo y su falta de calidad prevalecen sobre ellas, la concentración de poder se convierte como una onda expansiva que despliega toda el ala de la corrupción en todas sus formas, en todas sus dimensiones. Lo que dijo la Dra. Licellot Marte de Barrios de que con lo que se había perdido por la corrupción habríamos tenido dos República Dominicana, es un ejemplo gráfico de hasta donde hemos llegado. Las 70 auditorías que la Cámara de Cuentas ha enviado al DPCA, que contienen graves delitos penales, ejemplifica el abuso del poder para la obtención de un beneficio irregular “que de otra manera no sería posible conseguir”.

Tenemos como sociedad que espabilarnos ante esta atomización para luchar contra la cultura del secretismo, contra la cultura de la opacidad, contra este paroxismo de la impunidad que nos ata y nos inmoviliza como si todos los dominicanos y dominicanas fuéramos embalsamados en esta subliminal cooptación. Como entonaba Joan Báez “Si no luchas para acabar con la corrupción y la podredumbre, acabarás formando parte de ella”. Nada de resignación cuando tenemos cientos de razones para una sociedad mejor.