En los tiempos de antes, mejor dicho, de antes de la pandemia, los hogares de ciertos sectores vivían cargados de focos de violencia que provocaban la inseguridad e incertidumbre de no saber que pasaría mañana.

Las madres sufrían de la violencia del marido y, a la vez, los niños, niñas y adolescentes padecían de la violencia conjunta de un padre o padrastro alcohólico, drogado o macho furibundo, y de una madre que no tenía en su mochila otras herramientas educativas más que maltratos físicos o emocionales.

Forzoso es reconocer que, con la desesperación producida por la COVID 19, la crisis económica y el cierre de las escuelas, la violencia atizada por el miedo, la zozobra y la presencia permanente de niños y niñas en el hogar se ejerce ahora a puertas cerradas. Ella puede alcanzar paroxismos insospechados de los cuales como sociedad debemos preocuparnos.

Por el momento acabamos de canjear el sueño de tablets para todos por cuadernillos para todos. Gracias a esta medida libraremos ciertos hogares de un motivo de violencia adicional. Preocupaba en algunos sectores la manera con la que nuestras familias más vulnerables iban a cuidar esta herramienta y hacer uso de la tecnología. Se evita que el hermano mayor, el vecino, el padrastro, consumidores de sustancias nocivas, roben y vendan el nuevo tesoro de la casa cuando no tengan a mano los chavos para proveerse de sus “piedras”.

Me dirán que no es justo que NNA que puedan usar la tecnología sean restringidos por la extrema pobreza de los demás; sin embargo, la pauperización extrema de numerosas comunidades es una realidad apremiante que de todas maneras se traducirá en velocidades educativas múltiples creando aún más brechas de las que existían.

Recogiendo preocupaciones de diferentes hogares monoparentales sobre su situación en esta última semana, uno se percata que la desesperanza es la norma: en el caso de las familias donde las madres son trabajadoras sexuales, dicen que ya no se encuentra nada y que sus clientes ahora no pueden darse el lujo de buscar placeres en la calle porque a los que chiripean no les alcanza ni para comer.

En varias comunidades madres solteras con familias numerosas que no hallan nada que picar, se hacen de la vista gorda cuando el colmadero o el buhonero del mercado toca a su niña adolescente, pues así tienen asegurada la comida de la casa y si se llevan la adolescente mejor.  Otras madres sin sustento que “nunca lo han hecho por paga, ahora no tienen otros recursos y se van a tirar a la calle en procura de la comida de sus hijos e hijas.

La pandemia se ha llevado a B… una niña de 13 años cuya madre sufre de obesidad mórbida y que ha preferido echarla de la casa para no “dañar” su matrimonio con un padrastro que hace mucho que le ha puesto las manos a la hijastra generando conflictos permanentes entre ellos. B… sufre de un leve atraso, desatendido y agravado por las pésimas condiciones en las cuales ha sido criada y que han hecho de ella una presa fácil. Con la pandemia y el encierro entre cuatro paredes, sin recursos, las tensiones se agravaron. Condenada a la calle en tiempo de coronavirus, la niña acabó en la casa de un proxeneta que la entregó a un hombre mayor. La fiscalía y Conani están apoderados de este caso, pero son más de uno los casos de niñas y niños a quienes le están robando su niñez en detrimento de todos sus derechos mientras las instancias de protección no tienen como dar abasto.

Las organizaciones sin fines de lucro que trabajan en sectores con poblaciones  en condiciones de extrema vulnerabilidad, están tratando de contrarrestar casi a manos peladas los estragos acumulados de la pandemia y de la violencia intrafamiliar.

Se necesitaría una fórmula mágica para dar respuesta a todos estos problemas y casos pendientes: una mayor inversión pública para la prevención y la eliminación de la violencia contra los niños, niñas y adolescentes, para que las instituciones puedan agilizar los procesos, el voto de la ley que prohíba los matrimonios infantiles, la movilización de la sociedad.

Entendemos que la protección física, psicológica y emocional de los niños, niñas y adolescentes es un compromiso de todos y todas.  Juntos debemos buscar estrategias para superar esta situación. Esta protección en tiempo de emergencia pasa por un apoyo a las madres de familias de hogares que no se han beneficiado de ningún ayuda del Estado, a las madres migrantes. Se trata de ofrecerles herramientas que las ayuden a salir fortalecidas frente a los diferentes desafíos que enfrentan día a día y entender que ellas son garantes de los derechos de sus hijos e hijas.