Me prometí a mi misma escribir para Acento en libertad y me felicito por estar lográndolo. De repente llega un tema que me seduce y me invita a escribir, sencillamente fluye, yo me dejo llevar y como tengo el permiso para hacerlo, lo ejerzo con cariño y gratitud.

La frase que da título a este artículo fue escrita por una chica adulta, llegando casi a los 30. Es una joven nacida, criada y que actualmente reside en los Estados Unidos, pero de madre y padre dominicanos.

La escribió en un chat de WhatsApp del cual participo, ella nos anunciaba que se había comprometido con su pareja, otra chica adulta y ponía fotos del anillo de compromiso. Fue interesante observar las respuestas del grupo de chat en varios aspectos: en la velocidad de la respuesta, en la calidad de esta o en su ausencia. Todas hablaron a gritos o sin palabras de sistemas de creencias, valores, pensamientos y sentimientos de sus integrantes.

Esto me motivó a escribir acerca de este tema tan difícil en nuestra cultura y no entraré en disquisiciones legales o religiosas, me quedaré en lo que me toca, en lo que recibo en el consultorio y que fue recreado en mi mente cuando viví esta situación que he compartido más arriba.
Hablaré del dolor, el dolor de las familias, de las madres y los padres, el dolor de estos seres humanos con una elección diferente a lo esperado en nuestra cultura. Con ese dolor es que he trabajado en el consultorio, el gran dolor y digo más, el sufrimiento de cada persona involucrada en una situación como esta.

Con esta demanda he recibido con mayor frecuencia a madres, a los padres les cuesta un poco más, talvez la vergüenza social que suele significar, no les deja espacio para la escucha, la aceptación y el amor por sus hijas e hijos. Sabemos que ese amor está y que de seguro es lo que provoca tanto sufrimiento, pero es tan poderoso el aprendizaje social del rechazo a la diferencia en la preferencia sexual, que he escuchado a padres decir que prefieren que no hayan nacido o lo más triste, casos de suicidio de jóvenes por este rechazo de su propia familia y de la sociedad.

Por supuesto que al llegar a la consulta la tensión está en su máxima expresión, pero la decisión de haber buscado ayuda es ya un indicio de los recursos familiares para afrontar situaciones difíciles. Esta es la primera gran fuerza que solemos intensificar en el inicio del proceso.
Luego, en respeto al dolor de cada una de las personas de la familia y en reconocimiento del contexto social, que discrimina todas las diferencias, intentamos explicar y entender las respuestas de cada uno de los miembros de la familia.

En una situación como esta cada una de las partes deberá saber lo que significa para la otra lo que está ocurriendo, cómo lo mira, cómo lo vive. Padres y madres reconocer el dolor del rechazo y a la familia como contexto primario de aceptación y amor. Valorar a este hijo o hija por lo que es como persona, más allá de su preferencia sexual. Aprender a amarle incondicionalmente por el solo hecho de ser producto de sus entrañas.

Por otro, lado los hijos e hijas, escuchar e intentar entender más allá de su vivencia, lo que significa en esta cultura tener un hijo o hija con una preferencia sexual diferente. Reconocer que no se trata solo de un asunto personal, sino que en el paquete se incluye todo un sistema de creencias en el que fueron educados su padre y su madre y que tendrá que dar tiempo a que ellos aprendan a bregar con todo lo que implica y con la renuncia a sueños y expectativas creadas en relación al futuro de sus vidas y de la familia.

Una vez contextualizamos y despersonalizamos la situación que para ellos es el problema, el camino comienza a hacerse más fácil. Tanto padres y madres como hijos e hijas comienzan a desarrollar competencias de comprensión y aceptación de todas las respuestas frente a la situación.

Las posturas rígidas deberán flexibilizarse y las imposiciones de ambas partes revisarse. La familia sigue siendo familia y las reglas acordadas deberán continuar siendo asumidas. La violencia en cualquiera de sus manifestaciones, agrava la situación y provoca heridas profundas que luego dificultan el camino hacia una nueva manera de vincularse en respeto a la identidad de los hijos e hijas y hacia los progenitores que traen una historia.

Hace unos días leía a Jorge Bucay y compartí en una red social un fragmento que muchas personas interpretaron hacía referencia al amor de pareja, pero yo lo pensé para las familias, para padres y madres, hijos e hijas que tantas veces entre el  amor y el dolor sufren tanto y se provocan tantas heridas por el poco ejercicio en la aceptación de la otra persona tal cual es y por el simple hecho de SER.

Lo comparto ahora a propósito de este tema:

"No eres como a mí me gustaría, y no tienes por qué serlo,

no eres como a mí me conviene en algunos momentos, y no tienes por qué serlo,

no eres como yo quisiera a veces que fueras y no tienes por qué serlo,

no eres como yo necesito hoy que seas, y no tienes por qué esforzarte en serlo…ni siquiera en parecerlo.
Tu eres como eres, y es mi responsabilidad y mi tarea aceptarte, aunque aceptar no quiere decir que me guste".