El jueves pasado Pfizer y BioNTech anunciaron que solicitarán la autorización para la aplicación de una dosis de refuerzo, la llamada tercera dosis.
La reacción del gobierno de Estados Unidos fue fría. El consejero de la Casa Blanca, Anthony Fauci, y el Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos, sin mencionar las dos farmacéuticas, declararon que un tal refuerzo no es necesario, y que dos dosis aseguran protección contra las manifestaciones severas de la enfermedad, y puntualizaron que la decisión de las agencias competentes, CDC, FDA y NIH se basará en un riguroso proceso científico, y sólo parcialmente (verbigracia no) en datos brindados por las farmacéuticas.
Las reacciones de la OMS o de la Agencia Europea del Fármaco han sido análogas. No se excluye una posible utilidad, o inclusive necesidad en el futuro, pero se destaca que no hay ninguna evidencia científica que, hic et nunc, la soporte.
Esta polémica toca solo marginalmente a República Dominicana, donde la problemática es distinta. El 90% de las dosis aplicadas son chinas y esto hace que la sugerencia de una tercera dosis no se basa solamente en la reducción de los anticuerpos y en el riesgo asociado a nuevas variantes (la Delta no resulta todavía difundida en el país), sino principalmente en el cuestionamiento de la eficacia de la Sinovac, con una referencia, afirmada sin demasiados detalles, a experiencias de otros países.
Estas experiencias a menudo son solamente anunciadas para septiembre (Uruguay. Reino Unido), ni se debe olvidar que los países donde se están dando son países con una tasa de vacunación mucho mayor que la nuestra, y aplican un protocolo de elegibilidad muy selectivo: deficiencia inmunosupresora, pacientes que han recibido trasplantes o tienen cáncer, personal médico expuesto.
En un artículo de hace unos días sugerimos como primera medida monitorear la eficacia de la campaña de vacunación que empezó el 16 de febrero.
No sería difícil verificar si los más de 70000 casos detectados en nuestro país después del 31 de marzo y los poco menos de 600 fallecidos en ese mismo periodo habían sido vacunados y con cuántas dosis. Sin querer adelantar el resultado, observamos que, a nivel mundial, hay creciente evidencia de que los no vacunados representan la grandísima mayoría de esos casos.
Si este resultado fuera confirmado, se concluiría que en este momento nuestra prioridad, como en muchos otros países, debería ser acercarse a la meta anunciada de un 80% de vacunados para finales del año, sabiendo que lograrlo no va a ser nada fácil, sobre todo si la campaña por una tercera dosis redujera aun más la disponibilidad para vacunarse entre los que todavía no lo han hecho.
Una tercera dosis generalizada puede ser recomendada en dos casos, comprobada reducción de la memoria inmunológica, tema sobre el cual los datos científicos no son definitivos, o aparición de variantes resistentes a la vacuna, contra las cuales puede servir para evitar manifestaciones severas de la enfermedad.
Pfizer afirma que ambas razones apuntan a esa necesidad. Casos esporádicos, los 30 médicos muertos en Indonesia, las reinfecciones observadas en Israel soportarían la segunda razón. Sin embargo, más que reaccionar a casos esporádicos, parece mejor poder contar con datos estadísticos significativos, obtenidos a partir de muestras amplias, como la que sugerimos.
El tema de la reducción de la respuesta inmunitaria es difícil. Que los anticuerpos se reduzcan no causa sorpresa, pero esto no implica que de presentarse un estímulo no haya una reactivación de la producción. Por esta razón, mientras puede ser impráctica y de interpretación no significativa la realización de mediciones periódicas de la respuesta inmunitaria, el análisis de la frecuencia de las reinfecciones de personas vacunadas, daría indicaciones de gran utilidad acerca de la duración de la protección. Además, en paralelo, investigaciones sobre el nivel de linfocitos T en podrían complementar la información sobre la duración de la memoria inmunológica, que podría también beneficiarse de una capacidad de producción mucho más larga, según sugiere un artículo aparecido en Nature hace poco más de una semana.
Esto las farmacéuticas por supuesto lo saben, igual que nosotros, pero dibujan como probables otros escenarios que no pasan de ser simplemente posibles, con previsiones y sugerencias que deben tomarse con pinzas. Ellas no son actores neutrales ni desinteresados.
Recordemos los anuncios de que durante la pandemia iba a haber ventas a precio de costo, y donaciones a los países menos ricos,
El segundo compromiso no merece comentarios. Las prioridades en los primeros abastecimientos son conocidas y Republica Dominicana no está entre los países peor tratados. El tema del precio es un tema delicado. Existe la posibilidad de que en algún momento la iniciativa de India y Sur África de liberalizar las patentes, y que ha recibido apoyos, incondicionales de parte de no interesados como papa Francisco o el Premio Nobel de Economía 2019, Abhijit Banerjee, u oportunamente matizados, como en la ambigua declaración del presidente Biden hace dos meses, logre romper el frente que ha impedido su aprobación por la Organización Mundial del Comercio.
Las farmacéuticas lo saben y contestan, como hizo hace poco Ugur Sahin, señalando las dificultades, inclusive para la producción, que tendría compartir ese know-how. El hecho de que India, la cooperación Argentina-México, Cuba, demuestren que así no es, es ignorado. En nuestro país la capacidad de hacerlo, discutida en un artículo de uno de los autores (Galileo Violini), en colaboración con Alberto Núñez y Carlos Rodríguez, no ha sido considerada suficiente por una grande farmacéutica cuando el presidente Abinader le propuso adquirir el derecho de utilización de la patente.
Por mientras, se quejan de que el precio de venta es inadecuado, y anuncian que debería ser diez veces mayor, como hizo un alto ejecutivo de Pfizer en febrero y no comentan el principal argumento de los promotores de la liberalización, es decir que su logro de producir las vacunas en tiempos tan cortos, hubiera sido imposible sin el apoyo científico y financiero recibido.
La proyección de las ganancias de Pfizer para este año (a pesar del precio político de la vacuna) es de $26 billones. Los refuerzos periódicos son una autentica gallina de huevos de oro, ya sin aumentar el costo de las dosis, así que es difícil ser optimistas acerca de un pronto desenlace de este problema.
Hace unos meses uno de nosotros (GV), junto con su colaborador Behrouz Pirouz, puso en evidencia cómo el costo mundial de la pandemia haría posible una negociación internacional que permita a las farmacéuticas otorgar derechos de producción, pero prescindiendo de la necesidad de dosis de refuerzo.
Nos reservamos profundizar en otra oportunidad el tema de la liberalización de las patentes y de las discusiones y votaciones en la Organización Mundial del Comercio, ya objeto de algunos artículos hace unos meses. Dejándolo, por el momento, por un lado, no podemos no reconocer que existe el problema de hacer un uso racional de las vacunas disponibles en nuestro país.
Si se usarán para una tercera dosis, parece recomendable que para ella se utilice una vacuna con base en la tecnología de ARNm y por lo tanto, dadas las desiguales disponibilidades, reservar esas vacunas para las terceras dosis, y seguir utilizando las chinas para las primeras dos.
Pero esto requiere que la población sea informada que esto no se debe a una menor confianza en las chinas, lo cual podría alimentar una desconfianza en la propia utilidad de vacunarse, siendo al contrario una amplia vacunación lo que hoy se necesita.
Algo que esperamos no tener que ver, son estériles polémicas acerca de que se contrató la adquisición de una cantidad de vacunas excesiva respecto a las necesidades del país.
Nuestro país no exageró, a diferencia de muchos países ricos, comprando, o firmando opciones de compra de un número de dosis hasta cinco veces su población. A posteriori es de complacerse que, a través de un debate democrático, haya sido posible asegurar una disponibilidad de vacunas que ha permitido aplicar dosis en cantidad igual al 80 % de la población, siendo así República Dominicana el tercer país latino americano por porcentaje de dosis, con una incidencia de contagios ordenes de magnitud menor que la de otros países de la región.
Si la tercera dosis no fuera necesaria, pero posiblemente de todas formas habrá un exceso de dosis, y ni se podrán utilizar todas las que se han comprado, y reiteramos que esta compra en exceso no es objeto de ninguna crítica.
Esta pandemia ha introducido el concepto nuevo de diplomacia de las vacunas.
En el caso de República Dominicana no parecería ilógico considerar el tema de las vacunas en el marco de sus a veces complicadas relaciones con Haití, dado el atraso de la vacunación en Haití y que es interés del gobierno dominicano que no haya en la otra parte de la isla un foco de pandemia que inevitablemente causaría preocupación en nuestro país.