“Tenemos dos opciones. Podemos ser pesimistas, abandonar y contribuir a que ocurra lo peor sin vuelta atrás. O ser optimista, atrapar las oportunidades que sin duda existen y contribuir, tal vez, a que el mundo sea un lugar mejor. No es una elección demasiado difícil.” (Noam Chomsky: Optimismo contra el desaliento).

Rita Vásquez, coautora del libro Sociedades peligrosas. La historia detrás de los Panamá Papers, nos señala “El mal comportamiento es causado por hacer un mal uso de un buen recurso”. En nuestra sociedad cuasi no tenemos hombres y mujeres de Estado, ni siquiera Tecnócratas, en el sentido lato del concepto. La parcialización y atraso social institucional, hace que no existan personas “del sistema”, del Establishment. Somos ubicados “partidariamente” si trabajamos en un momento determinado en una coyuntura política, de un partido determinado.

Es más, nos “colocan” en un determinado estamento organizacional, de acuerdo a nuestro análisis político. A quien conviene ese discurso. No ven tu coherencia y consistencia en la integralidad de tu retórica en defensa de principios y valores democráticos. Giran en un minimalismo y cultura maniquea que asombra los postulados de sus convicciones. Son seres humanos del statu quo.

Hay una diferencia entre el Establishment y el statu quo. En el Establishment, el sujeto es una persona del sistema. Su compromiso va más allá del statu quo y su defensa del momento y de los actores protagónicos fundamentales, de un tiempo dado. La persona del Establishment mira al conjunto de la sociedad, lo que le conviene desde una perspectiva holística, global. Asume el statu quo como una palanca para que el sistema gire, como dinámica inicial. Empuja, no se amilana y los intereses van más allá de los individuos. Visualiza, desde el compromiso con el futuro. Por eso, no se arredra en el convencionalismo de la amistad. Sacrifica los intereses individuales, particulares y corpóreos, para que el cuerpo social encuentre espacio de la manera más llevadera.

El statu quo es la modorra que nos caracteriza. El eje de que todo anda bien, la supremacía de la cultura de la autocomplacencia. Objetivizamos linealmente en lo que éramos hace 30, 40 y 50 años con lo que somos hoy, nunca con lo que pudimos ser. No nos interrogamos como siendo una sociedad con ingresos medios, donde el Producto Bruto Interno alcanza los US75, 000 mil millones de dólares y el Ingreso per cápita ronda los US7, 300 millones de dólares, sin embargo, tenemos el 62% de las provincias con desarrollo humano bajo, con tasa de mortalidad infantil de un país del África Subsahariana y una mortalidad materna (90/100,000), que espanta.

Es que el statu quo es la mirada del derrame sin memoria, aquello que por el tiempo ha de cambiar. Por ello, la persona del statu quo no se renueva, no se confronta con los desafíos ni enfrenta las oportunidades a través de los cambios estructurales en el mismo sistema económico social. La persona del statu quo que vive promulgando el progreso, no en el bienestar de la gente, en su calidad y nivel de vida, sino en la infraestructura. Ahí descansa su manera de ver la sociedad: los edificios, las carreteras, los túneles, el número de vehículos, cuando hoy sabemos que son necesarios, empero, nunca suficientes. Es la esperanza de vida al nacer, es la calidad de vida, los niveles de vida, el promedio de escolaridad, la calidad de la enseñanza, los niveles de organización de la sociedad, el grado de disciplina colectivo de una sociedad, el desempleo, la inversión y gasto en salud, el compromiso con el medio ambiente, el ritmo de la convivencia social, la manera como se abordan las diferencias y se gestionan los conflictos y el grado de los niveles de tolerancia y el respeto a la diversidad.

Solo miran, los apologistas del statu quo, lo que éramos y lo que somos, sin cuestionar que otras sociedades han alcanzado más y tienen mejores niveles de organización social institucional, sin haber alcanzado los grados de crecimiento económico como nosotros. Está claro, es una verdad de Perogrullo, que si no estamos frente a un Estado fallido o un país que haya estado en guerra, sus condiciones materiales hoy, tienen que ser mejores que ayer. Pregunta vital, sustancial, es, ¿cuáles cambios estructurales hemos llevado a cabo en los últimos 21 años, cuando el tamaño de la economía es 3 veces mayor? ¿Cuál es la movilidad social hoy y cómo era la movilidad social hace 30, 40 años? ¿Cuál es el modelo económico hoy, sino es el de los años 80, 90 del siglo pasado?

El ser humano del Establishment ve las cuatro esquinas. El del statu quo se queda en una sola esquina, blasonando sus éxitos, de lo que tiene hoy, tratando de “derrotar” el pasado, pero sin ir a sus raíces y con un profundo miedo al futuro. Cree que éste no existe y que no tenemos conciencia del entorno. Que seguimos siendo una isla en todo el entramado de sus dimensiones.

Tanto la persona del statu quo como del Establishment son del sistema, pero, uno es más decente y hace que la manecilla del reloj corra para el conjunto de la sociedad. Se preocupa de manera societal por el deterioro del clima institucional, por el deterioro del clima de negocios, del clima de inversión, de la verdadera competitividad, por el cumplimiento de las leyes y no ve con buenos ojos la telaraña de la opacidad, que trata de ocultar de manera sistémica y estructural la lacerante corrupción.

A ojos vistas, adolecemos de un think tank del Establishment que recree y flote sus pensamientos y sus ideas acerca de lo que más le conviene al sistema. Si existiera, es claro que todos sus argumentos fueran a evitar que Danilo, Leonel e Hipólito fueran candidatos. Al sistema, como tal, no le conviene. Las cadenas seguirán oxidadas. Requiere nuevas grasas para recomponer la bicicleta o un nuevo alternador y termostato, para que el motor del vehículo no se funda por un calentamiento brutal.

Al hombre o mujer del statu quo no le preocupa la desigualdad, la igualdad de oportunidades, la justicia. Solo lo asumen frente a una crisis. El ser humano del Establishment visualiza en perspectiva, ve los desafíos y los asume como parte catalizadora de su devenir cotidiano. Sabe que mientras más cohesión social existe, más confianza en las instituciones, más legitimidad, más en armonía se encuentra el sistema y menos incertidumbre pueden eclosionar.

Los apologistas del statu quo que diseñan los cambios a través de la modernización, que es lenta y muy excluyente, pues no producen políticas públicas agresivas que ataquen las distorsiones e inequidad que genera el mercado, no van a los factores estructurales nodales que generan la asimetría social. ¡Dejan al tiempo el derrame de un supuesto bienestar que nunca llega!

El hombre del Establishment hace reformas proactivas como parte medular de las proyecciones del cambio social. Produce movimiento deliberado, de alcance para el conjunto de la sociedad. No hace al más rico menos rico ni hace al más pobre menos pobre. No vislumbra la autoperpetuación de las elites en las personas mismas, sino en las dinámicas de las instituciones. El del statu quo, apela constantemente a la edad teológica de la infancia, donde no le importa, por su vigencia, tomar el fetichismo más asombroso de la bruma de la ignorancia. ¡La sociedad requiere nuevos escenarios, nuevos movimientos que impulsen una mejor forma de interactuación social.