Somos parte de un país con una historia difícil pero interesante. Esta historia nos confirma que son muchos los héroes y heroínas que han luchado y que luchan día a día para que la República Dominicana mantenga la esperanza de un futuro mejor. Pero el país no está sentado esperando que eso ocurra, no; se cae, se levanta, se organiza y vuelve a empezar. Así es, su dinámica es de acción-retroacción y acción que lo mantiene en pie de forma permanente. Tenemos que agradecer el hecho de ser parte de un país que está decidido a levantarse y a transformar sus caídas en oportunidades y desafíos para forjar la madurez humana, social y política que necesitamos. Y es que nos urge avanzar y dar un salto de calidad en el campo de la democracia, de la institucionalidad y de la participación corresponsable. Estamos frente a un país con un espíritu resistente ante la adversidad, valiente ante la cultura del miedo y decidido ante los que pretenden convertirlo en una tierra de pusilánimes. Esta es la República Dominicana que tenemos y que queremos. Una tierra que tiene una visión y una decisión ante la diversidad de problemas que la han afectado y que actualmente la agitan. Es un país que nos muestra un espíritu indoblegable a pesar de la diversidad de huracanes que la azotan: el social; el de la corrupción e impunidad; y el político.
En este contexto, destacamos el huracán social. Este huracán mantiene en vilo a la sociedad dominicana, porque se profundiza la descomposición social con el auge de la delincuencia, de la inseguridad ciudadana y de la irresponsabilidad de ciudadanos cuya respuesta no siempre es la más adecuada cuando se trata de respetar derechos, acuerdos y compromisos asumidos. Socialmente nos preocupa el incremento del feminicidio y la crisis que afecta a muchas familias por esta causa y por otros factores vinculados a carencias de servicios básicos, desempleo y salud deficitaria. El huracán social se vuelve alarmante cuando constatamos que las personas jóvenes tienen poco espacio en el país. Carecen de las oportunidades que pueden proporcionarles trabajo, estudios; y mayor estabilidad en la sociedad y en las familias. Este huracán se vuelve peligroso cuando los voceros de la economía dominicana anuncian que, a pesar del decrecimiento económico de los últimos meses, tenemos una economía muy bien posicionada. Pero estos voceros no explicitan la problemática de una deuda externa que va más allá de un 48% del PIB. Los vientos de este huracán se dejan sentir con fuerza, pero no encuentran a las personas resignadas, no. Están pensando y buscando alternativas para transformar los vientos de este huracán social en mayor seguridad; en reconocimiento y respeto a la mujer y a todas las personas.
Asimismo, el huracán de la corrupción y de la impunidad se siente con fuerza en la República Dominicana, pero sus vientos están provocando una reacción distinta en personas e instituciones. Este cambio se nota en el nivel de sensibilidad y concientización sobre la gravedad de esta problemática. Esto supone un avance en la defensa de la transparencia, en el fortalecimiento del compromiso con el bienestar colectivo; y en la vigilancia permanente del uso que se les da a los bienes y recursos que pertenecen a todos, y que no forman parte del patrimonio individual. El huracán de la corrupción y de la impunidad -además de provocar estragos en la credibilidad del país, de instituciones y de funcionarios- está generando un pensamiento crítico más generalizado en la población y el fortalecimiento de la organización ciudadana. Ha llegado el momento de eliminar la corrupción y la impunidad de todas las instancias y en todos los órdenes. Pero esto nos exige, también, vigilancia de nuestras propias actuaciones, de tal modo que mostremos más coherencia entre lo que rechazamos y lo que hacemos en nuestra esfera personal y social. Tenemos que dar un paso más en esta lucha anticorrupción y este paso se vincula con un comportamiento personal e institucional en sintonía con los valores de la autenticidad y de la responsabilidad.
A su vez, el huracán político se vuelve más complejo y tenso. En el centro de este huracán está la Ley de Partidos Políticos. Las Cámaras legislativas tienen más de 15 años proponiendo y debatiendo esta Ley. Es el juego de amagar y no dar, pues en el fondo parece que ninguna de las partes está interesada en que esta Ley se trabaje a fondo y se apruebe. Los Partidos Políticos están acostumbrados a desenvolverse al margen de ley; y darle paso a la aprobación de la Ley de Partidos podría limitar su libertad para hacer y deshacer con los fondos que reciben para la campaña electoral. A estas organizaciones les cuesta el orden y la transparencia. Prefieren continuar manejándose de forma opaca y sin criterios rectores que eliminen o reduzcan el caos con el que funcionan. La Ley de Partidos es necesaria y no debe continuar en el limbo. Es necesario que les pongamos más atención a este problema. Hemos de hacerlo por el bien del país y para enseñarles la urgencia de un comportamiento ético a nivel personal e institucional.
Estos tres huracanes tienen a la República Dominicana en estado de alerta roja. Pero nuestro país tiene un espíritu indoblegable que jamás será vencido por esta tríada de huracanes peligrosos. El desafío es convertir estos huracanes en caudal de energía que transforme el estado de situación actual.