Las redes sociales tienen lo suyo y eso no se puede negar. A usted puede no gustarle, puede que no sea partidario de ellas y hasta puede evitarlas si quiere, pero la realidad es que en muchos casos pueden ser maravillosas. Uno llega a conocer gente buena por ahí y quién sabe si hasta un buen amor. Por mucho tiempo ha rendido una función de globalizar el mundo y elevar protestas y reclamos a un nivel de mayor entendimiento.

Nos han puesto el mundo a la distancia de un tuit, de una foto, de un video, de una etiqueta o un mensaje que puede ser compartido en cada rincón del planeta en apenas minutos. Tantas cosas buenas se comparten en redes sociales y tantas acciones distintas se contagian que a veces van desde lo más noble hasta lo más tonto.

Si bien es cierto que muchas buenas acciones circulan allí, ahí mismo también hay de todo. Difamadores a granel, gente de lengua alegre que no mide palabras ni consecuencias, aquellos que se esconden en un perfil anónimo para descargar el odio que les corroe. Los que viven cazando pleitos y peleados hasta con la vida. El echavainismo sin sustento. El infantilismo en su máxima expresión se deja ver entre aquellos que ventilan cada mínimo detalle de su vida privada mientras el resto de la comunidad se da la patética novela con refresco y palomitas mientras desliza la pantalla del teléfono celular.

Una herramienta sin igual que en esa misma medida generosa también nos ha puesto de rodillas. A veces vivimos presos de las redes, sometidos por convicción y muchas veces por obligación, porque la realidad es que el flujo de noticias y la información actualizada vive allí. Y muestra clara de ello es que cada presidente ha hecho de Twitter, de manera especial, un mecanismo más cercano para hacer gobierno, dejarse sentir y estar al alcance.

De igual forma, las redes sociales se han convertido en un excelente ejercicio de discernimiento que ha puesto a prueba nuestra capacidad de distinguir entre lo real, lo ficticio y entre esas dos líneas lo burdo y lo ridículo. El periodismo, así como la cotidianidad, no escapan a esto.

Cuántas veces nos hemos hecho eco de la muerte de alguien sólo porque hemos leído en una cuenta que entendíamos, hasta ese momento, era confiable? Yo misma lamenté la supuesta muerte de un dirigente social de la que me enteré por un tuit de un partido político de oposición. Vergonzosamente tocó borrar el tuit y alegrarme de que aquello haya sido una mentira.

Lo del periódico Hoy me recuerda la urgencia y necesidad de prudencia y buen juicio de todos quienes utilizamos redes sociales en nuestro día a día, ya sea como herramienta de trabajo, para ganar el sustento de vida o para escribir trivialidades a su antojo. A fin de cuentas, como dicen en el otro twitter, es con su data.

Saludo y felicito la actitud responsable de Don Bienvenido Álvarez Vega, director del periódico Hoy, de rectificar el error y pedir disculpas. No esperaba menos de un caballero como él y un periodista de trayectoria intachable.

El hecho sirve para mirarnos en ese espejo y recordarnos que todos sin distinción estamos expuestos a que nos falle la capacidad de discernir y distinguir entre lo real y lo falso, entre lo serio y el relajo y entre lo posible y lo más absurdo. Una vez más un suceso nos confirma que las redes sociales no son la vida misma.