“Capaz de entretenernos pero no de dar soluciones” (Carlos Carnicero Urabayen).
Con el pasar del tiempo, deportes como el baloncesto, el beisbol, hockey de hielo, fútbol americano entre otros, pasaron de ser deportes a convertirse en espectáculos. La política no se quedó atrás. Sin temor a equivocarme con Jordan, Mark McGwire y Sammy Sosa, luego con Obama tomó fuerza el espectáculo. Quienes manejan a su capricho estos escenarios, les importa más la parafernalia ligada a todos ellos (como llaman algunos “la sombra del espectáculo”), que el desarrollo mismo de todas ellas. Pues antes de entretenerse en el deporte, este tiene que vender. En la política se vende un candidato como un producto. Ambos venden la imagen, el icono, convirtiéndonos en una sociedad iconoclasta donde se vende y se consume lo creado Pablo Iglesias nos lo estruja en la cara, para desnudar el papel de los medios de comunicación tradicionales y las redes sociales en donde al igual que el deporte y la política «una noticia antes que informar tiene que vender”.
Algunas imágenes roídas y descoloridas, llenan los espectáculos en las pantallas de la TV, las redes y otros medios vendiéndonos, por ejemplo, su oposición a la reelección presidencial, con razón o sin ella. En tanto, esos mismos personajes en sus partidos y agrupaciones políticas, en los cargos electivos de senadores, diputados, alcaldes, regidores, apuestan por la perpetuación en sus aspiraciones cada 4 años, sin mirarse al espejo y desnudar su cinismo e hipocresía. También, vemos las caretas de líderes religiosos de pastores y obispos, que no son sometidos a la voluntad popular ni a un referéndum, para el cargo que ostentan, y permanecen hasta que la vejez lo separe o la muerte lo sepulte. Otros, en el campo social y empresarial, que se reeligen una y otra vez en las instituciones sin cargos de conciencia. En mi país, le llaman incoherencia a este comportamiento, en donde aplicamos las reglas al vecino que nosotros no somos capaces de cumplir.
La payasada, nos atrae al tal punto, que políticos tratan de darse un baño de pueblo. De un pueblo que no conocen y del cual han estado lejos. El beso de la vieja dentro de su casucha destartalada, que se borra con manitas limpias o jabón para evitar las bacterias o de la taza del café o la comida hecha que produce ansiedad por lo que pueda desencadenar en los intestinos, como pago a la osadía del “juego de la imagen”.
Uno no se jarta de pensar en los espectáculos y el show omnipresente, diseminados por doquier de caricaturas, poses, slogans, propuestas indecorosas e imágenes sin propuestas que ya de por sí es una propuesta. Vemos eso y más y pasamos por alto que hay un empeño impostergable de “La sociedad actual, apunta Antonio Lorca Siero, está siendo educada conforme a las reglas que rigen el espectáculo. Los educadores no son otros que las empresas capitalistas. De ahí que para entretener haya que crear cierto ambiente festivo, intrascendente en lo posible, a todos los niveles del momento social… mantener un estado de fiesta permanente, fundamentalmente a base de imágenes para ver y no tocar…abreviar el trabajo de interpretar lo que es objeto de demanda y aliviar la tarea de pensar a las masas, se sigue la tendencia de crear la oferta desde los propios productores del espectáculo visual. Con lo que basta con suministrar los productos comerciales conforme a esa demanda prefabricada, ya que permite tener cierta garantía de que van a ser debidamente consumidos por los destinatarios. Finalmente, se trata de andar listos para adelantarse a la competencia y proveer al consumidor de todo aquello que pueda demandar de manera inconsciente y convertirlo en producto visual para sorprenderle”.
En este espectáculo de la política, me pregunto: ¿nosotros somos actores, espectadores o piezas de la tramoya?