Pasaban las 9 de la noche del sábado y la doña terminaba las labores de limpieza en una casa que pronto ocupará una familia y que ella aceptó limpiar para ganarse ese dinerito extra, porque actualmente en su hogar es la única que lleva el sustento.

Estamos con ella en la calle esperando que un vehículo la recoja y la lleve a casa después de pagarle. De repente, sin esperarlo, me veo con su teléfono celular en mi oído porque ella me lo ha puesto y me hace señas de que hable. Ya se imaginan mi sorpresa y mi actitud, fuera de lugar y ausente de toda lógica. No sabía qué hacer ni qué pensar.

Atiendo el teléfono, nadie habla y alcanzo a ver en la pantalla que “fulano mi amor” había terminado la llamada.

Aprovecho y pregunto. La doña me explica que su marido no le cree que está trabajando, que por más que le ha dicho dónde estaba, a quién le trabajaba y lo que estaba haciendo, el hombre está renuente y lleva toda la tarde insultándola. Respiré, recargué paciencia y me presté para hablar con el señor desde mi teléfono, como una garantía de la palabra empeñada. Me sentí ridícula y tonta, pero la doña respiró. Yo dándole explicaciones a un hombre que probablemente esté bebiendo mientras la mujer trabaja y él se ocupa de dudar y maltratar.

El tiempo no alcanzó para yo hacer un intento de lógica y razón con la doña. Aquella terapia de amor propio no era un asunto de minutos y menos para mí, que no soy psicóloga ni especialista. El chofer llegó y la señora se fue a su casa a echar sabrá Dios qué clase de pleito con su marido, cansada y a someterse aquel juicio de insultos e inseguridades.

Supe que la señora trabaja de lunes a sábado y los domingos, por si fuera poco, tiene otro empleo. Es decir que trabaja sin descanso porque el marido está desempleado y no ha hecho más esfuerzo por encontrar trabajo.

Probablemente en su cabeza y dentro de su desconocimiento ella crea que eso es amor o justifica sus celos y desconfianza. Lo más seguro es que hasta se culpe por las inseguridades propias del marido. Lo cierto es que ella no sabe que eso también es violencia y que con esa zozobra vulnera su dignidad y sus derechos.

La gente casi siempre manda señales muy claras de actitudes violentas y abusadoras. A veces tan sutiles que uno pone en duda hasta su propio juicio o piensa que quizá exagera y está siendo más ñoño de la cuenta. Hay que estar atentos. Esas señales no se equivocan y son una alerta muy eficaz para uno salir corriendo de cualquier escenario o relación.

Gente que hostiga, persigue, que cae en los sitios, que indaga, que alimenta su morbo desmedido en nombre de un amor que resulta ser más ego y obsesión. Cuidado con eso.

La ira es el refugio de los cobardes abusadores para escudar sus inseguridades y maldad. Y no puede ser nunca la excusa para aguantar abusos, insultos, golpes y desconsideraciones de nadie.

Como la doña, muchísima gente sometida a este tipo de maltrato. Aguantando en silencio y caminando constantemente sobre cáscaras de huevo con miedo a despertar el monstruo que siempre les ronda. Donde usted tenga que explicar hasta su existencia, ahí no puede ser. Eso también es violencia y a esos abusadores en pausa, hay que andarle bien lejos.