Nueva York.-Así funciona la “democracia representativa”.
A la élite no le interesa lo que nos pasa a “los de abajo”, como el título de aquella novela de Mariano Arzuela. Nuestros “representantes políticos” plantean reclamos y, “los de arriba”, hacen “concesiones”.
La élite es invariable, nuestros representantes deben alternarse mediante la sucesión de liderazgo.
“Los políticos y los pañales deben cambiarse con frecuencia, y por las mismas razones”, recomendó Mark Twain.
Las dinastías Clinton-Bush sustituyeron la sucesión de liderazgo por el nepotismo, ingresaron a la élite.
La gente común y corriente, vulgar y silvestre, está absolutamente sola. El 70% de quienes vivimos en la nación más rica del mundo, no tenemos $1,000 ahorrados.
Pero los banqueros le pagan sumas alucinantes a Hillary Clinton por “conferencias”.
Chicago se desangra, en ese, el pueblo natal de Hillary y el adoptivo del presidente Barack Obama; mataron casi 4,000 en 10 meses, un asesinato cada media hora, Obama y Hillary no detienen la hemorragia.
El país, hastiado, reclama cambio desde hace 12 años.
En el 2004 Howard Dean prometió cambio con su movimiento MoveOn.com, lo descalificaron. En el 2008 Obama reactivó el movimiento, prometió cambio, ganó y, ocho años después, nada cambió.
Hoy republicanos y demócratas, la mayoría del electorado, seguidores de Bernie Sanders y Donald Trump demandaron cambio. Los republicanos eligieron a Trump, la élite demócrata ignoró sus bases, impuso a Hillary, quien recurre al miedo, diciendo que Trump es un “peligro mundial”.
Las dinastías Bush-Clinton, el estamento politico y mediático, unidos por el miedo, nos “defienden” de Trump.
Un triunfo de Trump desmantelaría esas dinastías, retornaríamos al relevo de liderazgos, restablecería la esencia de la democracia.
Quien gane tendrá que reunificar esta nación, dividida por una campaña asquerosa, mientras promueve parte de los cambios que esperamos y merecemos “los de abajo”.