Escribir es un ejercicio de soledad. Así escuché a mi papá decirme hace muchos años atrás, en una de las tantas conversaciones y temas que compartimos. Le di razón. La frase para mí llegó cargada de razón y no había espacio alguno para rebatirla. De hecho, el tiempo mismo me ha confirmado que es así. Tanto, que con esa misma afirmación empecé el prólogo de mi libro Soltera en tiempos modernos.

La soledad de la noche, justo cuando mis hijos duermen, es el momento oportuno para leer y para escribir. Reparto el insomnio entre letras, pensamientos y música. Otras, con sólo mirar el techo me conformo y soy igual de feliz. Llevo años escribiendo y aún no he logrado vencerle el pulso al ruido, por el contrario, sigo acomodada en el silencio. Me ha costado aprender a escribir en medio del bullicio y leer entre el tumulto, es a veces hasta un reto para mí. Como una terquedad, insisto en quedarme apegada al ritual bonito y de paz que significa para mí leer y escribir. Me pasa igual con los libros, me resisto a dejarme seducir por los libros electrónicos. Todavía para mí, leer es agarrar un libro, olerlo, sentirlo y dejarme seducir. Así como con los amores.

Sin embargo, una cosa es con violín y otra es con trompeta. A pesar de la esencia libre del ejercicio de escribir, no me dejo someter por ese espíritu y escribo a toda costa, sin caprichos ni ñoñerías. Prefiero escribir en medio de la soledad, aliada del silencio, lejos del tumulto y de la caravana, pero a fin de cuentas escribir. Y eso no se remite necesariamente a mi estado de ánimo y a veces ni siquiera a musa ni inspiración. Escribir, se da o no se da.

Junio 12 es la fecha de mi publicación anterior en esta Comparsa y les confieso que material de vida, inspiración y carnaval ha sobrado. El tiempo tampoco ha sido una excusa para escudarme allí. Escribir no se me dio y punto.

Me ha tocado celebrar mi libro Soltera en tiempos modernos y la rumba ha sido larga y buena. Mi amigo Papo Fernández, me había dicho que uno vuelve a nacer cuando entrega su primer libro a la sociedad y sí que tenía razón el hombre. Aquella entrega del acto de puesta en circulación fue una noche mágica merecedora de un artículo todos los días.

La vida me sigue premiando con inspiración diaria y me sigue poniendo gente en el camino que me concede lecciones de vida y de gratitud hasta con sólo existir y eso es material suficiente para escribir.

Estoy convencida de que escribir trasciende la soledad, la compañía, la felicidad, la tristeza, el ánimo y la inspiración. Y de igual forma, aún cuando uno logra hacer de la escritura un hábito, no se puede obligar a que fluyan las letras. Ese debe ser uno de los actos de mayor libertad y desenfado de la vida.

Lo cierto es que escribir no se me dio, hasta ahora. Hasta el momento en que decidió darse. Pero el ejercicio de escribir es tan noble que me recibe con abrazos cálidos una y otra vez sin condiciones, sin tanto cuestionar, sin joder mucho. Así mismo como debe ser el amor, puro disfrute de dos almas con más futuro y menos pasado.

Nos seguimos leyendo.