DOS PAÍSES compitieron durante la semana por el primer puesto en las noticias de todo el mundo: Escocia y el Estado Islámico.

No podía haber una diferencia mayor que entre estos dos países. Escocia es húmedo y frío; Irak, caliente y seco. Escocia le debe el nombre a su whisky (o al revés), mientras que para los combatientes de ISIS, el consumo de alcohol es la marca de los no creyentes, que deben perder la cabeza ‒literalmente.

Sin embargo, existe un denominador común en ambas crisis: marcan la desaparición inminente del estado-estado.

EL NACIONALISMO moderno, como cualquier gran idea de la historia, nació de un nuevo conjunto de circunstancias: económicas, militares, espirituales y otras, lo que hizo obsoletas a las viejas formas.

A finales del siglo XVII los estados existentes ya no podían hacer frente a las nuevas demandas. Los estados pequeños estaban condenados. La economía exigió un mercado interno fuerte con capacidad para el desarrollo de las industrias modernas. Nuevos ejércitos de masas necesitan una base lo suficientemente fuerte para aportar soldados y pagar por las armas modernas. Las nuevas ideologías crearon nuevas identidades.

Bretaña y Córcega no podían existir como entidades independientes. Tuvieron que renunciar a gran parte de su identidad propia y unirse al grande y poderosos estado francés para sobrevivir. El Reino Unido, la unión de las islas británicas bajo un rey de Escocia, se convirtió en una potencia mundial. Otros los siguieron, cada uno a su propio ritmo. El sionismo fue un esfuerzo tardío para imitar esto.

Pero entonces, ya esta idea se estaba haciendo vieja. Las realidades que la habían creado estaban cambiando rápidamente. Si no me equivoco, fue Gustave Le Bon, el psicólogo francés, quien afirmó hace cien años que cada nueva idea es obsoleta en el momento de su adopción por las masas.

El proceso funciona en esta forma: alguien concibe la idea. Se necesita una generación para que sea aceptada por los intelectuales. Y otra generación nueva más para que los intelectuales se la enseñen a las masas. En el momento en que llega al poder, las circunstancias que le dieron origen han cambiado, y se requiere una nueva idea.

La realidad cambia mucho más rápidamente que la mente humana.

Tomemos la idea europea de estado-nación. Cuando llegó a su victoria final, después de la Gran Guerra, ya el mundo había cambiado. Los ejércitos europeos que se que habían segado unos a otros con ametralladoras se enfrentaban a los tanques y aviones de guerra. La economía se hizo mundial. Los viajes en avión abolieron las distancias. La comunicación moderna creó una “aldea mundial”.

En 1926 un noble austríaco, Richard Coudenhove-Kalergi, convocó un congreso paneuropeo. Mientras que Adolf Hitler, un pensador irremediablemente anticuado, trataba de imponer el estado-nación alemán en el continente, un pequeño grupo de idealistas propagó la idea de una Unión Europea, que se extendió tras otra terrible guerra mundial.

Esta idea, todavía hoy en su infancia, es generalmente aceptada, pero ya es obsoleta. La economía multinacional, los medios sociales, la lucha contra enfermedades mortales, las guerras civiles y los genocidios, los peligros ambientales que amenazan a todo el planeta ‒todo esto hace a la gobernabilidad mundial imperativa y urgente‒, sin embargo, esta es una idea cuya realización está todavía muy, muy lejos.

LA OBSOLESCENCIA del estado-nación ha parido un subproducto paradójico: la desintegración del estado en unidades cada vez más pequeñas.

Si bien la tendencia mundial hacia unidades políticas y económicas cada vez mayores se fortalece, los estados-nación se desmoronan. En todo el mundo, los pueblos pequeños están exigiendo la independencia.

Esto no es tan ridículo como parece. El estado-nación llegó a existir porque las realidades necesitaban sociedades de al menos un cierto tamaño y fuerza. Pero por ahora, todas las funciones principales de los estados se están moviendo hacia uniones regionales más grandes. Así que, ¿para qué Córcega necesita a Francia? ¿Por qué necesitan los vascos a España? ¿Por qué necesita Quebec a Canadá?

¿Por qué no vivir en un estado más pequeño, con gente como tú, que habla tu idioma natural?

Checoslovaquia se deshizo pacíficamente. También lo ha hecho Yugoslavia, aunque no tan pacíficamente. Y también lo han hecho Chipre, Serbia, Sudán, y por supuesto, la Unión Soviética.

(Permítanme observar de paso que esto también se refiere a la idea de la llamada solución de un estado único para nuestro pequeño problema en Israel-Palestina. Durante las últimas tres generaciones, el mundo no ha visto un solo caso de dos pueblos diferentes que se unen voluntariamente en un estado.)

El referéndum de Escocia es una de las primeras escenas de esta nueva época. Los partidarios de la independencia prometieron que Escocia podría unirse a la Unión Europea y la OTAN, y tal vez adoptar el euro. Entonces, se preguntan, ¿por qué debe Escocia permanecer bajo el chaleco de fuerza británico? Después de todo, ya “Britannia NO rige los mares”.

El fracaso de la votación por la independencia de Escocia no cambia el curso de los acontecimientos. Simplemente lo demora.

EL NACIONALISMO fue una idea europea.

Nunca echó raíces profundas en los campos áridos del mundo árabe. Incluso en el apogeo del nacionalismo árabe, nunca estuvo muy claro si un damasceno, por ejemplo, se consideraba primero un sirio o un musulmán; si un beirutí se consideraba a sí mismo en primer lugar un maronita-cristiano o un libanés, o si un cairota era primero un egipcio, un árabe o un musulmán.

Durante la lucha argelina por la independencia, un irritado político francés de derecha, una vez se me quejó: “Antes de que conquistáramos el norte de África, Argelia nunca se unió. ¡Nosotros creamos la nación argelina!". Él tenía razón, aunque sacó las conclusiones equivocadas. Muchas veces he oído exactamente lo mismo de dedicados sionistas sobre la nación palestina.

Las naciones árabes modernas fueron inventadas por los colonizadores europeos. Últimamente, se ha convertido en una moda hablar de Mark Sykes y Georges Picot, dos burócratas mediocres, uno británico, uno francés, que elaboraron ​​un acuerdo secreto para la división del Imperio Otomano. Ellos y sus sucesores crearon los estados de Siria, Irak, (Trans) Jordania, Palestina, etc.

Estos “estados-nación” eran considerablemente artificiales. Los planificadores europeos tenían en general muy poca comprensión de las circunstancias locales, las tradiciones, las identidades y la cultura. Tampoco les importaba mucho.

Irak, con sus diferentes componentes, fue creado para dar cabida a los intereses británicos. Las extrañas fronteras orientales de Jordania fueron creadas por un oleoducto británico desde Mosul hasta Haifa. El Líbano, creado como un hogar para los cristianos, tenía una forma que permitiera incluir áreas musulmanas sunita y chií, con el fin de que fuera más grande. Al-Sham fue despojado de Jordania, Palestina y el Líbano y se convirtió en Siria. Más tarde, también perdió a Alexandretta para pasársela a Turquía.

Todas estas manipulaciones imperialistas iban en contra de la historia y la tradición musulmana.

Cada niño musulmán aprende en la escuela sobre los vastos imperios musulmanes, que se extendían desde el norte de España hasta las fronteras de Birmania; desde las puertas de Viena hasta el sur de Yemen… y luego tiene que mirar el mapa de minipaíses como Jordania y Líbano. Es humillante.

 

Primero fueron los esfuerzos por unificar a los árabes bajo el paraguas del nacionalismo. El partido BAAS se esforzó (en teoría, al menos) para crear un único estado panárabe, y el credo fue asumido por el héroe de las masas, el egipcio Gamal Abd-al-Nasser, un dictador militar secular. Un estado panárabe también podría haber creado alguna igualdad entre los estados ricos en petróleo, como Arabia Saudí, y los países pobres como Egipto.

El nasserismo creó una nueva ideología. El nacionalismo panárabe era “kaumi”. El patriotismo local era “wotani”. La comunidad de los musulmanes fue la “umma”.

(La misma palabra, “umma”, significa lo contrario en hebreo: una nación moderna. Los israelíes están tan mezclados como sus vecinos. Tenemos que elegir nuestra prioridad. ¿Somos principalmente judíos, hebreos o israelitas? ¿Qué significa exactamente “Estado-Nación del Pueblo Judío”, como lo propaga Benjamin Netanyahu?).

LA ENORME atracción del movimiento que ahora se llama “Estado Islámico” es que propone una idea simple: acabar con todas estas fronteras disparatadas trazadas por los imperialistas occidentales para sus propios fines y volver a crear el clásico estado pan-musulmana: el Califato.

Este parece ser el opuesto de la desintegración de los estados europeos, pero significa lo mismo: el rechazo total del estado-nación.

Como tal, pertenece por igual al pasado y al futuro.

Glorifica el pasado: Mahoma y sus sucesores inmediatos (“califa” significa “sucesor”) se idealizan como personas impecables, la encarnación de todas las virtudes, los poseedores de la sabiduría divina.

Esto está muy lejos de la verdad histórica. Los tres sucesores inmediatos del profeta fueron asesinados. Debido a las disputas sobre la sucesión, el Islam se dividió en sunitas y chiítas, y se mantienen así hasta el día de hoy (ahora más que nunca). Pero el mito es más fuerte que la verdad.

Sin embargo, mientras se aferra al pasado, el movimiento Estado Islámico (ex ISIS, el Estado Islámico de Irak y al-Sham) es muy moderno. De un golpe borra de la mesa la estado-nación, y sus derivados. Promueve una simple idea clara, de fácil comprensión para los musulmanes de todo el mundo. Y parece ser muy convincente.

LA RESPUESTA occidental es casi cómicamente inadecuada.

Personas como Barack Obama y John Kerry, y sus equivalentes en toda Europa, son bastante incapaces de entender de lo que se trata. Con el desprecio tradicional europeo hacia los “nativos”, no ven más que terroristas que cortan cabezas. Realmente, parece que creen que pueden vencer a una nueva idea revolucionaria mediante la formación de una coalición con los dictadores árabes y los políticos corruptos, bombardeando a los rebeldes y acabando el trabajo mediante el empleo de mercenarios locales.

Eso es una mala y ridícula interpretación de la nueva realidad. Por ahora, el Estado Islámico, con sólo un puñado de militantes fanáticos y crueles, ha conquistado grandes territorios.

¿CUÁL ES la respuesta.

Francamente, no lo sé. Pero el primer paso para los occidentales, así como para los israelíes, es echar a un lado su arrogancia y tratar de entender el nuevo fenómeno al que se enfrentan.

Ellos no enfrentan “terroristas” ‒la palabra mágica que parece resolver todos los problemas sin necesidad de forzar el cerebro‒. Ellos se están enfrentando a un fenómeno nuevo.

La historia está en proceso.