Cuando en octubre del 1937 les dieron 24 horas a los haitianos y a dominicanos de origen haitianos radicados en la frontera dominico-haitiana para que abandonaran nuestro país, se oficializaba la orden de una masacre que realmente se había iniciado en septiembre de ese año. Con esa bestialidad, se destruyeron las armoniosas relaciones entre los pobladores de esa zona, además de una importante economía agrícola y comercial construidas allí en varias décadas, abriéndose una herida aún no cicatrizada en las relaciones dominico-haitiana y el nacimiento en nuestro país del nacionalismo de base racista. Con las 24 horas que desaprensivos pedernalenses les dieron a los ciudadanos haitianos y dominicanos de origen haitianos residentes en Pedernales se asestó una estocada a la economía de esa provincia.

La masacre del 37, uno de los más abominables holocaustos del Occidente del siglo XX y de funestas consecuencias para la sociedad dominicana, al igual que la abolición de la esclavitud en nuestro país que fue obra de la ocupación haitiana del 22 al 44 del siglo XIX, son temas tabúes en nuestro país, y grandes ausentes, no casualmente, en el cuerpo curricular de nuestros centros de estudios a lo largo de nuestra historia. La no aireación de esos temas ha sido nefasta y ha obstruido para una construcción de la identidad dominicana más edificante y ha sido un peligroso déficit en la comprensión de nuestra historia, de la particularidad de nuestra insularidad, de nuestra condición de isla compartida por dos naciones diferentes, pero obligadas por la geografía, la historia y la época a una convivencia armoniosa.

Por razones históricas, ha habido reciproco resentimiento entre Haití y República Dominicana, el antiahitianismo siempre ha existido en la sociedad dominicana, pero como dice Richard Turist, es a partir de la masacre del 37 cuando ese antiahitianismo nacionalista adquiere una connotación racista, basada en el prejuicio del salvajismo y africanidad de los haitianos. Esa connotación, no era la esencia de nacionalismo dominicano antes de la masacre, pero fue introducida e impuesta en el país por el círculo de intelectuales servidores de Trujillo, creando así una distorsionada versión de la dominicanidad y las actitudes racistas en el tratamiento al tema de la migración haitiana, en las que se unen y reburujan sectores que se asumen ‘progres” con sectores que niegan ser ultraconservadores.

La masacre del 37 no la provocó “un conflicto étnico a nivel popular”, fue un acto de salvajismo para intentar resolver un tema migratorio básicamente puntual que fue aprovechado para apuntalar y justificar una tiranía. Pero, el actual ultranacionalismo de esencia racista busca expandirse en los sectores populares, provocando hechos como el de Pedernales, de nefastas consecuencias económicas para esa provincia, por el momento, que pueden degenerar en un genocidio que abarque toda la isla, destruyendo todos los esfuerzos por desarrollar este país, aprovechando sus atributos naturales e históricos y para sacar a Haití de la postración en que actualmente se encuentra, básicamente por causa de una clase política indolente e incompetente.

El tema migratorio no se resuelve asumiendo el recurso de la fuerza bruta, los controles fronterizos y a la población migrante son necesarios no sólo por cuestiones legales y por legítimo ejercicio de soberanía nacional de los Estados, sino porque los grandes flujos migratorios hacia un determinado país causan graves tensiones y conflictos sociales, laborales y políticos. Aquí, a lo largo de nuestra historia se han probado soluciones a veces más que erradas, aberrantemente racistas, como esas “24 horas” antes referidas o como esas comisiones creadas por varios gobiernos durante todo el siglo XX que planteaban la creación de colonias en la frontera con inmigrantes de “raza” blanca para una dominicanización de la frontera y para “mejorar la raza” del país.

En las últimas dos décadas, la mayoría de las propuestas de control migratorio y de creación de comisiones para tal fin las han elaborado, vaya ironía, profesionales altamente calificados y dominicanos por encima de toda prejuiciada sospecha, calificados de prohaitianos, por el ultranacionalismo cerril. Algunos de esos profesionales han formado parte de comisiones del Estado dominicano creadas para unas mejores relaciones con Haití. Si esas propuestas no han llegado puerto no ha sido por falta de acción y tesón de sus diseñadores, sino por la obstinada obstrucción que a las mismas le han puesto sectores de aquí y de allá altamente beneficiados económica y políticamente del desorden migratorio.

La solución de los problemas migratorios es en extremo compleja y requiere del abandono de posiciones extremas basadas en prejuicios que, inevitablemente, esos problemas generan en las partes envueltas y que desde diversas ópticas plantean sus puntos de vistas. Pero, las perspectivas racistas del tema migratorio sólo ensombrecen el camino hacia una solución del problema en el marco de los valores universales de los derechos humanos y de la democracia, pues como dice Bobbio, y en cierta medida también varios sacerdotes en Semana Santa pasada: el racismo es incompatible con la democracia. 

El racismo xenofóbico no se elimina con proclamas, ni sólo con el debate ideológico o científico, las posibilidad de terminarlo comienza en las escuelas, enseñando objetivamente la historia de cada país sin ocultar los hechos, por más ominosos que estos sean, enseñando los valores universales de la fraternidad entre los pueblos y dado las insuficiencias de las acciones de las instituciones del Estado, involucrando a las diversas formas organizativas de la sociedad civil en la educación y búsqueda de solución al problema. En nuestro caso, gritando voz al cuello: basta a esas nefastas “24 horas”, porque como dice Laurence Rees: “nunca fracasó un genocidio por falta de gente dispuesta a asesinar”.