Es muy bueno, que el Gobierno del Lic. Abinader disponga de un excelente equipo de ministros y funcionarios. Es muy positivo, que todos exhiban plena confianza en sus potencialidades. Es también muy bueno, que el discurso oficial refleje mucha determinación y entusiasmo en torno a la solución de los grandes problemas del país.
Es muy bueno, que la ciudadanía aliente expectativas de que ahora sí van a ser resueltos. Había que ver la alegría de los ciudadanos al elegirlo, los buenos auspicios y la esperanza que tiene depositada en el cambio. Todos estamos apostando a su éxito, y deseamos que así sea.
Lo que no es bueno es que las autoridades desconozcan la magnitud de los obstáculos que enfrentan, que minimicen las limitaciones, de todos los tipos, incluyendo culturales, institucionales, macroeconómicas (particularmente fiscales); y hasta de geopolítica.
Porque es peor que se anuncien ruedas de prensa para presentar una solución y después se descubra que no era posible; que se aliente en la población la esperanza de un año escolar exitoso, que la pandemia será controlada en breve, que la crisis económica va a pasar rápido, que pronto tendremos millones de turistas otra vez, que el Gobierno ejecutará un vasto plan de inversiones públicas, que el desempleo amainará en breve, que subirán los ingresos familiares, que la pobreza será cosa del pasado, que la corrupción desaparecerá …, y que en poco tiempo la población comience a dudar del Gobierno.
Nunca antes se conoce el caso de un Presidente dominicano que haya asumido en peores condiciones; que enfrente desafíos de tal magnitud. No es solo un problema sanitario. La caída de la actividad económica desatada por el COVID-19 ha hecho desplomar los ingresos fiscales, fenómeno potenciado por la necesidad de reducir, perdonar o posponer el pago de impuestos a diversos tipos de empresas, como una forma de permitirles subsistir durante la cuarentena.
A su vez, los gobiernos del mundo, incluso el nuestro, se vieron precisados a aplicar programas sociales masivos para llevar ingresos a los hogares que los vieron perder, al tiempo de impregnar de flujos masivos a las empresas con tal de que pudieran resistir el cierre de actividades o las menores ventas. De manera que, al ver simultáneamente reducidos sus ingresos e incrementados sus gastos, virtualmente todos los gobiernos terminarán la crisis post pandemia con mayor déficit y más endeudados.
Y sin muchas posibilidades de resolverlos, debido a la debilidad del empleo, los ingresos personales y corporativos; y a que cualquier intento por ampliar la base tributaria o reducir gastos públicos estarían contraindicados, porque retardarían la recuperación económica.
De modo que un país como la República Dominicana, sometido antes del COVID-19 a un déficit fiscal persistente, escaso gasto público en programas sociales, insuficiente inversión en infraestructura, y creciente endeudamiento público, tendrá que afrontar desafíos mucho mayores que los habituales.
La pandemia y la lucha por la supervivencia de individuos y negocios ha hecho evidente que todos podemos necesitar del Estado; pero ocurre que en nuestro país, el débil contrato social ha planteado históricamente que todos esperamos mucho del Estado, pero nadie manifiesta disposición a fortalecerlo, a protegerlo de depredadores, y a financiarlo.
Este año, los más disímiles grupos sociales, incluyendo aquellos que creían que nunca iban a necesitar del Estado, obreros y cuentapropistas, periódicos y televisión, artistas y deportistas, el cine y la radio, colmados y ferreteros, industriales y hoteleros, banqueros y microempresarios, todos reclaman que el Estado venga en su rescate; y sus reclamos están plenamente justificados.
El único problema es que se ha pensado que el dinero del fisco vino con el polvo del Sahara. En algún tiempo, la economía volverá a la normalidad, pero pronto vamos a tener que afrontar otra cuestión: quién va a rescatar al Estado, pequeño, depauperado, sobre endeudado, literalmente quebrado, en un país como la República Dominicana en que la gente piensa que la solución de todos sus males comienza por no pagar impuestos.
Es más, pese a que nadie debe poner en dudas que los reclamos en este momento son justos, sería bueno, aunque sea solo por simple curiosidad, examinar hasta qué punto los reclamantes han contribuido con el fondo social del cual esperan tanto ahora.
Lo único positivo que podría traer la pandemia es alentarnos a revisar nuestro contrato social, cuya fragilidad ha sido puesta al desnudo: demasiado desequilibrado, demasiado excluyente, con un Estado tan débil, tan ausente de donde debe estar. Si al menos hubiéramos intentado discutir un Pacto Fiscal cuando había ambiente para ello.