Si algo caracteriza nuestra clase política en su globalidad, es la falta de creatividad para presentar iniciativas y jugar el rol de opositor en determinados momentos.

Aún no se había instalado el nuevo gobierno, y ciertos sectores de la oposición habían ya comenzado a manifestar su disgusto y preocupación por la identidad nacional. El abogado José Ricardo Taveras, miembro del Frente Nacional Progresista, pronosticaba que con la designación del Dr. Roberto Álvarez, como Canciller, el pueblo dominicano “tendrá que ponerse en guardia, porque éste representa una amenaza contra las luchas por la preservación de la identidad dominicana.” (Diario Libre, el 11 de Julio)

Días antes de las elecciones, el ex senador Wilton Guerrero también declaró que el entonces candidato y actual presidente Lic. Luis Abinader “no respondía a la pureza de la dominicanidad que requería el torneo electoral” – al señalar que Abinader “no era apto y no quería a los Dominicanos”, por “no tener sangre dominicana”. Según el planteamiento de Guerrero, Abinader “carece de pureza étnica”, lo que invalidaba sus aspiraciones. *Ver artículo “Wilton Guerrero Dumé y sus desafortunadas aventuras discursivas” del 23 de Junio 2020.

Es más grave aún la campaña de descrédito hacia el destacado sociólogo Wilfredo Lozano, a raíz de su nombramiento a la dirección del Instituto Nacional de Migración (INM). Le han calificado de “traidor a la patria”, por su apego a los Derechos Humanos, satanizado en las redes sociales por su enfoque científico ante el problema migratorio. No hay nadie mejor que él, para darle a esa institución el rol que debe cumplir, por sus capacidades profesionales y extraordinarias cualidades humanas.

Son tesis peligrosas que tienden a incentivar la xenofobia y el racismo, valiéndose de un discurso dañino de supuestos oponentes políticos hacia ciudadanos de impecable trayectoria y prestigio profesional, que deben ser considerados orgullo nacional – ante tanta carencia de gente sin valía, que viene arrastrando el país y la vida pública

Las declaraciones antes citadas están inspiradas por un nacionalismo sacralizado -la tierra, la lengua, la religión y la sangre-, y tienen como objetivo perjudicar la imagen del nuevo gobierno. Pero sobre todo, son tesis peligrosas que tienden a incentivar la xenofobia y el racismo, valiéndose de un discurso dañino de supuestos oponentes políticos hacia ciudadanos de impecable trayectoria y prestigio profesional, que deben ser considerados orgullo nacional – ante tanta carencia de gente sin valía, que viene arrastrando el país y la vida pública.

No debemos subestimar los efectos que un discurso de esta naturaleza puede tener en la población, en un contexto internacional como el actual, que reivindica la lucha por los derechos humanos. En tiempos donde movimientos por la igualdad étnica, como Black Lives Matter, surgen acompañados de manifestaciones a veces violentas en Estados Unidos, en Europa, y el resto del planeta.

No podemos permitirnos que este tipo de discurso se instale como instrumento opositor, distorcionando la discusión nacional, cuando los temas que deben estar en la palestra son otros: justicia, economía, pobreza, corrupción, impunidad y la falta de ética de los gobernantes.

Estamos conscientes que los grandes flujos migratorios, debidos a la pobreza y la desigualdad, son vistos como amenaza. Pero asumiendo nuestra doble condición de país receptor y emisor de migraciones, no podemos olvidar que formamos parte de esas poblaciones que también buscan mejores formas de vida en otras geografías: miles de dominicanos salieron ininterrumpidamente del país, desde que cayó la dictadura (1960). Se desconoce cuántos dominicanos se han ido – aunque se cree que 2,5 a 3 millones de dominicanos viven fuera, “poniendo en peligro las identidades de esas sociedades”, como piensan los “defensores” de la identidad nacional.

Hoy en día, nadie puede sentirse en seguridad en el seno de una identidad coherente y única, al margen del contacto de otras formas culturales, en un mundo globalizado. Nuestra coexistencia con otros grupos y, en especial, con nuestros vecinos no puede ser calificada de “catástrofe nacional”, pues eso lo hemos permitido nosotros (gobiernos, ciudadanos, empresarios y comerciantes). Nuestro escenario puede resultar enriquecedor, siempre que superemos la tentación de aspirar a una pureza étnica y cultural que nadie tiene: respetemos las diferencias.

Hablar de identidad entre dos pueblos que poseen tantos rasgos comunes, históricos y culturales, es un acto irresponsable en momentos tan especiales, donde la incertidumbre y el caos son las variables más presentes en todas las sociedades.

La ciudadanía constata la incapacidad de nuestros dirigentes políticos de enfrentar con honestidad la situación migratoria, de analizar y explicar las dimensiones de los momentos históricos – de crisis económica, sanitaria y política-, donde valdría la pena hacer un Mea Culpa por haber cooperado y contribuido a tantos desaciertos políticos. Necesitamos un espíritu solidario ante lo que nos toca vivir, críticas constructivas – y no, discursos incendiarios que pretendan incentivar, latentes confrontaciones inter étnicas, tan presentes en el escenario internacional.