La aparición de la variante Omicron ha dado lugar a una serie de medidas restrictivas en los viajes desde algunos países del sur de África y de cierre de fronteras de parte de algunos países.
Independientemente de si tales medidas que han sido fuertemente criticadas por el Gobierno surafricano y no han sido respaldadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS), son proporcionadas y razonables, no hay duda de que las discusiones sobre el posible peligro de la nueva variante están haciendo que la mala conciencia de Occidente pase a ocupar solamente un segundo lugar.
Cuando se escriba la historia de esta pandemia, la analogía literaria más pertinente sea quizás la Crónica de una muerte anunciada de García Márquez.
Lo que ocurre era ampliamente anunciado. Hay innumerables referencias a lo que pudiera suceder en África, y no me refiero a un artículo mío del 22 de marzo de 2020, cuando escribí que, de no controlar la, entonces recién declarada, pandemia en América Latina y África podría haber nefastas consecuencias, sino a los innumerables comentarios sobre la desigual distribución de las dosis de vacuna administradas.
Estos comentarios apuntaban a menudo a la inmoralidad de lo que estaba ocurriendo, aunque algunos advertían también de los riesgos de posibles mutaciones del virus.
Actualmente, 10 países han administrado el 70% de las vacunas. Durante meses, los diez primeros países habían administrado el 75% de las dosis y no eran los diez países que hoy encabezan la lista relativa, también por razones demográficas, ni me refiero al acaparamiento de opciones de compra.
Canadá ha ordenado vacunas para casi cinco veces su población. Los datos relativos a Europa o al menos a los principales países de la UE son apenas menores. El programa del presidente Biden incluye una tercera dosis generalizada.
En mayo de este año, 2% de las vacunas habían sido para África y 25% para Estados Unidos. Hoy en día, ese indicador ciertamente no es el más significativo, oscurecido por el alto número de vacunaciones en India y en China, pero la cifra africana sigue siendo impresionante, solo el 3% de las casi 8 mil millones de dosis administradas, con solamente el 7% de la población completamente vacunada. Y con inmensas diferencias entre los diferentes países y esto en un continente donde vive el 15% de la humanidad.
Al inicio de la pandemia, muchos se complacían, también gracias a dudosas explicaciones demográficas, de su baja incidencia en África, y cuando empezó la campaña de vacunación, en los países europeos y en Estados Unidos, se antepuso la credibilidad de los gobiernos ante sus ciudadanos a los posibles y subestimados riesgos, que podían ser consecuencia de las desigualdades regionales en la distribución de la vacuna. Hace unas semanas, hubo una preocupada (e ignorada) advertencia de la directora de la OMS para África, de que las infecciones estaban subestimadas y podrían ser siete veces más.Ahora el mundo está preocupado por esta segunda variante de origen sudafricano, incluso si no es obvio que la posible ineficacia de las vacunas frente a ella y la gravedad de sus efectos sean directamente proporcionales al número de mutaciones, aunque los datos sobre las infecciones en esa región sí parecen indicar una prevalencia de la variante Omicron sobre las ya conocidas. Sin embargo, no se precisa ser expertos en estadística y genética para comprender el vínculo causal entre la existencia de un gran grupo de susceptibles al contagio, su desarrollo y la aparición de mutaciones del virus. Muchas de las dosis compradas y almacenadas por los países ricos se desperdiciarán, pero este hecho se encuentra con la absolución de quienes dicen que África no estaría (pero ¿es cierto?) en condición de usarlas, y una noticia, semifalsa porque descontextualizada, incluso ha tomado pretexto, desde una declaración a la agencia Reuters de Nicholas Crisp, subdirector general del Departamento de Salud de Sudáfrica, para señalar que no es necesario enviar más dosis a un país que ya tiene almacenadas 16,8 millones, suficientes para más de tres meses. Eso sí, esa noticia hubiera podido (y tal vez debido) haber ido acompañada de una nota sobre los retrasos en suministros anteriores o de la cita de un comunicado a otra agencia (Anadolu) del portavoz del mismo departamento, Foster Mohale, quien explicó el fin de esa declaración, permitir que otros países, con mayores necesidades que Sudáfrica, donde más de una cuarta parte de la población se ha sometido a un ciclo completo de vacunación, pudieran solicitar y recibir las dosis que necesitaren. A menudo se habla de donaciones. A veces son difíciles por la burocracia y las trabas legales. En América, hace unas semanas, California vio rechazada su solicitud de enviar vacunas a México (y el problema de los trabajadores transfronterizos encaja en un criterio de utilidad que debería ser comprensible incluso para quienes son insensibles al tema de la solidaridad). Suministro imposible, son un activo federal (y nada importa que esas dosis sean inusables porque de una vacuna no aprobada en Estados Unidos, destinadas a la destrucción en unas semanas más). A veces el criterio de los donantes legitima algunas dudas. Hace unas semanas, Estados Unidos hizo una donación-préstamo a México, pero no sin un quid pro quo político. El 22 de septiembre, en la 76ª Asamblea de las Naciones Unidas, Italia anunció 45 millones de donaciones, para este año 2021, y un mes después confirmó el compromiso en la Conferencia Italia-África. Cantidades realistas? ¿Donación vinculada a las necesidades de los países receptores? Los principales beneficiarios (casi por el 90%) fueron Túnez, 12 millones de habitantes con 4 millones de ciclos completos de vacunación, Vietnam, 90 millones de habitantes y 113 millones de dosis administradas e Irán, 85 millones de habitantes, país productor de vacunas y con el 53% de la población. completamente vacunado. ¿No había países con mayor necesidad? ¿U otros criterios distintos a la lucha contra la pandemia han sugerido los países a los cuales donar esas dosis? Es irritante recordar lo que sucedió hace un año en la reunión del G20 en AbuDhabi. Fue el lanzamiento del lema "Nadie está a salvo hasta que todos estén a salvo". ¡Cuántas veces hemos escuchado o leído esta frase! Si mal no recuerdo, el presidente Suárez fue el primero en lanzarla, pero la frase es bonita, corta, impactante y tuvo éxito así que en los meses siguientes la repitió una lista de políticos demasiado larga para presentarla. Durante más de un año, Sudáfrica y la India han intentado en vano obtener la liberalización de las vacunas a través de la Organización Mundial del Comercio. A pesar de la gran mayoría de países favorables, Europa fue decisiva para prevenirlo, aunque con cierta división. Categórica fue la oposición de la presidenta von der Leyen. Es comprensible que también los representantes farmacéuticos se opusieran, pero lo hicieron con moderación, argumentando que era imposible producir vacunas en otros países. Sin embargo, los ejemplos de India, Cuba, Irán, de la cooperación Argentina-México muestran que no es así, pero los productores solo tuvieron que ignorar las solicitudes en este sentido, como cuando el presidente Abinader le pidió a Moderna que autorizara la producción, pagando las regalías correspondientes y no recibió respuesta. No se debe subestimar que las dudas sobre el nivel de eficacia de la vacuna donada a través del programa COVAX, y que las razones objetivas de conservación impuestas, ciertamente contribuyeron a generar el rechazo de muchos países, y no solamente en África. El caso de Haití que rechazó una donación dominicana es emblemático. ¿Error de comunicación? Quizás, pero errores de este tipo pueden tener consecuencias preocupantes y no solo a nivel epidemiológico. De hecho, deberían preocupar las posibles consecuencias de los errores de estos dos años en el sistema de las Naciones Unidas. La incapacidad de la OMC para responder positivamente a la solicitud de liberalización, los llamamientos, ignorados, del Director General de la OMS, en particular sobre la oportunidad de programas de terceras dosis, y los del Secretario General de Naciones Unidas, que en febrero declaró al Consejo de Seguridad que la equidad de las vacunas era la mayor prueba moral para la comunidad mundial, son para la credibilidad del sistema una amenaza que no puede y no debe subestimarse. En la actual situación geopolítica, y con el gigantesco problema global del cambio climático, el mundo no puede permitírselo.