El primer gran error fue que quisimos construir un sistema de seguridad social a imagen y semejanza de los implantados en Europa un siglo atrás, sin pensar que aquellos fueron concebidos para una época en la que pocos llegaban a vivir más de los 60 años. En términos sencillos, la gente comenzaba a trabajar antes de los 18 años, se pasaba 40 años trabajando y pocos llegaban a los 60; y los que seguían vivos se jubilaban y morían poco después, de manera que el dinero que habían acumulado a lo largo de la vida activa era suficiente para sostener el corto tiempo de la vida pasiva.
Pero desde mediados del siglo pasado la esperanza de vida se ha extendido en más de 20 años. De manera que, cuando nosotros iniciábamos el camino, ya los demás venían de regreso. Proponer una edad de jubilación de 60 años fue una locura, cuando casi todos los países se estaban adaptando a las nuevas circunstancias de tener una esperanza de vida mucho más extensa que antes. Esa adaptación significó elevar las cotizaciones y retardar el retiro, y, cuando aun así había dificultades, tuvieron que elevar sistemáticamente la carga tributaria para subsidiar el sistema.
Extrañamente, en nuestro caso no solo se insiste en jubilación a los 60 años, sino que se ha llegado al extremo de establecer, en algunos segmentos privilegiados, que se puede tener derecho antes de los 50. Actualmente, a los 60 años la esperanza de vida es unos 21 años más para los hombres y 24 años para las mujeres. ¿se imaginan cuánto dinero se necesitaría tener acumulados para mantener una buena pensión por 24 años? Peor aún es que existan grupos que se asignan pensiones escandalosas a costa del dinero público, sin el más mínimo criterio de viabilidad fiscal.
Por otro lado, en el mundo actual, aún en el caso hipotético de que una persona comience a cotizar a los 20 años y se retire a los 60, no hay ninguna garantía de que se haya pasado 40 años contribuyendo, pues la estructura económica y social han cambiado, la gente alterna empleos formales con informales o períodos de ocupación y de paro. O sencillamente, dejó de contribuir por algún medio.
Otro punto que debemos tomar en cuenta es que el sistema de seguridad social puede constituirse en particularmente injusto con las mujeres. Intentando protegerlas más, podemos conseguir el efecto contrario. En muchos esquemas se permite la jubilación a una edad más temprana para las mujeres. Pero si se tiene en cuenta que la remuneración percibida por ellas a lo largo de la vida activa suele ser inferior a la de los hombres y que su esperanza de vida es mayor, es presumible que acumularán menores fondos y para un retiro más duradero, por lo que jubilarlas a una menor edad significa condenarlas a una pensión muy inferior.
Otro error que se cometió aquí fue pretender que, con un nivel de cotización sumamente bajo y un contexto de salarios reales muy bajos, el sistema iba a ser suficiente para pagarle pensiones razonables a la población en su edad de retiro. Con una contribución de apenas 8%, de un salario de por sí bajo, en la República Dominicana creemos que es verdad que tendremos seguridad social, y eso es una caricatura. En muchas partes del mundo la cotización supera el 15% y en algunas el 20%. En casos como Uruguay, además del 15% de contribución, debieron establecer un impuesto al valor agregado de 22%, para dedicar 7 puntos a financiar las pensiones.
Pero el más grande de todos los errores, en un país con un Estado sumamente débil, fue pretender resolver todos los problemas mediante el consenso, de modo que se permitió que las partes interesadas impusieran su propia ley.