Tenía más de tres años que no regresaba a mi patria de infancia. Cada vez que llego, tengo la sensación de que todo lo que me rodea me reconoce.   

El aire, el humo del tabaco, el olor de la calle, la gente. Todo esto es parte de un conjunto en el que puedo reafirmar mi nacionalidad.   

Las voces disonantes, el estribillo cantado y melodioso del dominicano al hablar. Las miradas generosas y complacientes ante “el extraño” que llega, todo esto es significativo.    

¿Me siento extraño? sí, por un breve momento me sentí un extraño en mi propio patio. Fue en aquel “colmadón” de un barrio cualquiera.  

La jovencita, de unos 15 años, contoneaba provocativamente su cadera ante una música estridente que el dependiente coreaba de la radio.  

Apenas entendí lo que en un “castellano” atropellado insinuaban las letras de lo que más tarde supe que se llamaba “dembow”, una mezcla del dembow jamaiquino y el reggaetón puertorriqueño.  

Lo que me dejó colgado en aquel momento, no fue la “sugerente fémina” sino las groserías que, ¡por fin! Pude captar en las letras de la canción.  

De este mismo movimiento musical, que tanto ha descollado en la República y hasta fuera de ella, ha surgido una denominación “clasista” que busca apartar a unos de otros, wawawás y popis. 

Mis recuerdos me llevan a dos momentos apartados, ambos, por 30 años.  El primero, yo, un jovencito de clase media (popis) escuchaba desdeñoso la bachata que salía por la ventana de la habitación de la empleada de mi casa.   

El segundo, ya hecho un adulto de cierta conciencia social, cuando un prestigioso cardiólogo me acercó a su lujoso carro, abrió la puerta y dejó brotar una altísima bachata que vomitaba pestilencias y toda clase de vulgaridades.    

A pesar de haberme criado en “buenos barrios” y excelentes colegios privados, siempre anduve con quien moderara su lenguaje.   

Fui salvado por un wawawá de morir cuando me ahogaba en medio de una turbia y abandonada laguna.  

Los “wawawás” se dice que son los que no tuvieron la oportunidad de vivir en un buen barrio o estudiar en una buena escuela. Muchos fueron mis amigos y en ocasiones, mis cuñados.  

Lo que nunca escuché, de ninguno de ellos, fue utilizar un lenguaje más allá del que “un tíguere” cualquiera usara con sus camaradas.  

Hoy el asunto, creo, se ha ido más allá de lo que se hubiese imaginado nuestro extinto (popis) Freddy Beras Goico, cuando en un momento de impotencia y rabia se lanzó a decir en vivo toda clase de improperios por la televisión.  

Aquel fue un desatino que abrió una puerta por la que nadie se había atrevido a pasar, que ni siquiera se había abierto. De ahí que algunos desaprensivos se digan, ¿Si Freddy lo dijo, porque yo no?   

Cuando “los popis” demostraron que ellos también iban al baño, y que estaban hechos de los mismos plátanos y habichuelas, ¡la olla explotó!  

Hoy en día cualquiera se siente autorizado para hablar por el micrófono, para “aconsejar” a la población, para “motivarla” y “enseñarle” qué es bueno y qué es malo.  

Observar a una joven encaramada sobre un ataúd, echándole romo al difunto y bailándole como si estuviesen haciendo el amor, eso es algo que rebasa los límites de la imaginación del realismo mágico, del más encumbrado escritor de ese género, García Márquez.  

Tuvieron que pasar 30 años para que un “popis” como yo reconociera que se equivocó cuando “juzgó” la bachata como un género “vulgar”; sin embargo, la bachata que conquistó al mundo cuidó su prosa y no cayó en la vulgaridad.  

Eso mismo que preservó la bachata podríamos esperar de los “wawawás” y su nueva música. ¡Letras, mejores letras, buenas letras!  

Cuando la habitación de mi cuarto se cierra, me convierto en un wawawá que despide fuego al calor del dembow Con razón mi mujer me dice, evocando a Sabina, eres un wawawá en la cama y un popis en la calle.   Eso demuestra que la vida puede llegar a ser una demostración de equilibrio entre el animal interior y el exterior.  

Si el interior, wawawá, que es el apasionado, “angurrioso”, soberbio, se come al exterior, es decir, al popi, que es el que nos permite socializar y controlar impulsos y desplegar una moral “aceptable”; entonces, convertiríamos nuestro entorno en un mundo salvaje, digno solo del hombre de las cavernas.  

Cuando me retiré de aquel colmadón, me di cuenta de que la patria que amaba se había transformado en otra. Algo así como una mezcla entre una “popa” y una Guanábana.  Aunque ellos, en su argot popular, se sigan refiriendo al asunto como “algo” entre popis y wawawás.  

Espero durar otros 30 años y ver en que para este asunto. . . tal vez me estoy equivocando de nuevo.

¡Salud!