Si bien la voluntad libre es el centro de las decisiones de la persona, o al menos suponemos que lo sea,  esta no parte de la nada sino de los datos o la información que obtiene de las demás facultades humanas. En el concurso de estas facultades humanas están en juego los esquemas mentales y los imaginarios sociales como filtros y constructores de realidades.  Esto es, no hay otro modo de construir realidad si no es a través de los esquemas mentales erigidos y a partir de los imaginarios sociales vigentes.

La tesis anterior nos indica de inmediato que la comunidad es primera al individuo. Al nacer entro a algo existente y que, a través del proceso de socialización, incorporo a mi persona lo que ya está presente y que el grupo sostiene como parte de sí. La identificación afectiva con el grupo es posible porque reconstruyo en mi persona los mecanismos y estrategias que el grupo ha creado para su propia sobrevivencia. En la medida en que adopto los patrones culturales productores y reproductores de realidadades del grupo mi socialización como individuo está garantizada.

Otra cosa sería la aptitud que tomo frente a los patrones culturales dados por el grupo social. En este caso la formación obtenida y el nivel crítico desde el cual ejecuto mis facultades humanas tienen notable incidencia en las huellas que dejamos entre los dos acontecimientos que marcan nuestra existencia: el nacimiento y la muerte.

Aunque es rutinario, desde el punto de vista filosófico, hablar de existencia auténtica o inauténtica, en vista de que suponemos un sentido para una realidad tan abstracta como es la del “ser”; en el fondo la adecuación y ruptura con estos esquemas e imaginarios es lo que delata el buen vivir del individuo en relación al grupo social que le acoge. En la medida en que soy consciente de los esquemas mentales valorados por el grupo desde unos imaginarios sociales efectivos seré capaz de reproducir y producir realidades significativas no solo para mí, como individuo, sino también para el conglomerado social.

Tomemos como ejemplo el esquema mental de la productividad, anclado sobre una necesidad básica de sobrevivencia pero que desencadena una ruptura con esta necesidad primaria que le da origen. Somos más productivos porque no solo nos permite adquirir lo necesario para la sobrevivencia, sino que nos permite adquirir los añadidos para una existencia más placentera y confortable. Si esto último lo asociamos con las representaciones colectivas e imperantes del éxito, el bienestar, la felicidad (todos ellos imaginarios sociales); seremos más productivos para alcanzar las metas trazadas por estas imágenes sociales de una persona de éxito o por lo que nos dicen los demás que es el bienestar o la felicidad.

El truco está en hacernos pensar que nos realizamos a nosotros mismos en la medida en que alcanzamos lo que otros han instituido como el éxito, el bienestar, la felicidad. Si llevamos esto a un plano menos mundano que el expuesto hasta ahora diríamos lo siguiente: el truco está en hacernos pensar que realizando la voluntad divina realizamos nuestra persona. Tanto el ideal mundano de felicidad y de bienestar como el ideal religioso de realización de la voluntad divina se forjan sobre el mismo esquema mental aunque se animen por significaciones imaginarias sociales diferentes.

Los esquemas mentales, en tanto que filtros de captación de la realidad, y los imaginarios sociales como productores y reproductores de realidades tienen una alta incidencia en la constitución de la persona a todos los niveles. No somos tan libres como pensamos serlo y no es necesario que lo seamos en la medida en que el individuo se forja dentro de un grupo social que le acoge y le resguarda.

Mientras más conscientes seamos de los esquemas mentales y los imaginarios sociales que pueblan nuestra manera de proceder en el mundo, mejores decisiones tomaremos en la búsqueda personal y única de realización plena de nuestra existencia, dentro del grupo que nos ha tocado nacer y luchar por un mejor vivir.

Po mi parte diría que una vida es más auténtica o, en su defecto, menos auténtica en la medida en que dialoga críticamente con estos esquemas y significaciones imaginarias sociales heredadas.