Como preludio de la consideración de la problemática de la tecnología, en relación con el origen de la filosofía en septiembre del año de 1982, cuando escribía el Epílogo de mi Antología del Pensamiento Helénico, publicado por la Universidad Nacional Pedro Henríquez, Santo Domingo, D. N., noviembre, 1982 señalaba que desde este punto de vista ya la Tierra corría el peligro de ser víctima de un Geocidio.
He aquí un fragmento de ese texto. Considero válido aún hoy lo esencial que se afirma aquí. Por ello lo publico en aquí en este momento de aguda crisis para la humanidad.
La naturaleza deja de ser para el hombre un valor y se transforma en objeto disponible, predispuesto al servicio del querer, de una voluntad que se encierra a sí misma en un vertiginoso paroxismo de mera consecuencias concatenadas. Y con la constatación del nacimiento de esta actitud estamos ya de vuelta a la época en que existió Federico Nietzsche, el siglo diecinueve.
La industrialización progresiva de Europa y de los EE. UU., y la instauración de un proyecto de expansión imperialista mundial inspirado en razones netamente económicas constituyeron dos fenómenos esenciales que la marcaron con su sello.
Y es precisamente en éste tiempo cuando comienza a revelarse, en algunas de las más lúcidas cabezas de Europa, que la esencia de la verdad que domina la época es la desnuda, terrible, voluntad de poderío.
Ahora podemos ver como la religión del progreso constante, que promete a los humanos hacerles alcanzar la felicidad en la tierra mediante el dominio tecnológico de la naturaleza, hunde sus raíces en la fundamentación de la esencia de la verdad cual la erigieron Francis Bacon y René Descartes en la autocerteza del yo pensante –en el cogito, ergo sum– en los albores de la Edad Moderna, que, a su vez, proviene, mediante el cristianismo, en línea directa de la fundamentación platónica de la Metafísica.
Una cosa es cierta. A pesar de su profunda mirada de pensador genial y de su vivencia, profundamente dolorosa, de la problematicidad de su tiempo; de la aguda descripción e implacable crítica al fundamento sobre el cual reposa la manifestación del fenómeno Nihilismo, Nietzsche permanece incapaz e impotente de superarlo.
Su respuesta, para decirlo con breves palabras, a la cuestión en torno a la esencia de la verdad consiste en interpretarla a partir de la noción de valor, que a su vez, concibe como la condición puesta por la vida misma para hacer posible la vida, y de esta suerte permanece esencialmente ligado a la fundamentación de la realidad en la idea suprema, en el Bien, alcanzada por Platón.
Nietzsche representa el primer intento consciente de invertir el platonismo, sin embargo en sus raíces hay aún mucho platonismo. Pero aunque haya permanecido atrapado en las finas redes del pensamiento de Platón, su crítica descripción de las consecuencias históricas de este pensamiento se mantiene.
Zarathustra es el profeta que anuncia el superhombre, pero no lo alcanza, viene retenido en la época del último hombre. Aún así Nietzsche es esencialmente un pensador radical, esencial de la época del Nihilismo.
Entre tanto, en nuestro tiempo se ha agudizado la crisis.
Las sociedades con una tecnología avanzada, víctimas del torbellino de su propio desarrollo, empujan y predisponen a las llamadas sociedades tradicionales a liberar, transformar, acumular y dirigir sus energías y recursos naturales hacia un proceso pre-fabricado de industrialización desenfrenada que destruye y devasta el suelo y el paisaje, los usos y las costumbres, los hombres y sus esperanzas, sin proporcionarles nada sustancial a cambio de su vida y símbolos destrozado
Desaparece –suprimida por una laberíntica retórica publicitaria– la diferencia entre el estado de guerra y la paz, mientras más peligrosamente nos acercamos al borde del abismo de la autodestrucción del género humano ante la posibilidad del estallido de artefactos atómicos; mas, si esto último no acontece es posible que cada día, con mayor fuerza y intensidad, se produzca un hecho que supera todo lo imaginable y demencial: la devastación ecológica del planeta, la consunción y muerte de la tierra, la consumación del Geocidio.
Y de repente, nos surge de la memoria el recuerdo de que los griegos arcaicos nombraron a la tierra, Gaia, Gea, y la concebían como el elemento primordial, el arché, el principio de donde emerge cuanto perfecto, hermoso y divino hay en el mundo.
Hesíodo en los primeros versos de la cosmogonía con que inicia el despliegue de la Teogonía, la imagina posterior al Caos, que en griego significa abismo,
… y luego
la Tierra de amplio seno, sede siempre firme de todas las cosas…
Si ahora pensamos, por un momento, en la forma desconsiderada, provocadora y brutal con que afrontamos en nuestra época a la naturaleza, destruyendo sus ritmos y cercenando sus profundas raíces, percibiremos inmediatamente una radical diferencia entre estas dos experiencias de lo mismo.
La Tierra, es para el griego, manifestación y símbolo de la superabundante potencia creadora de la Physis. Gea brota como un haz de límpida y cegadora luz en medio de las oscurísimas tinieblas del más profundo abismo.
En Hesíodo, la eclosión de la Tierra contra el Caos, representa el fenómeno del origen de la verdad, el cual alcanza su cumplimiento con la epifanía de lo máximamente desencubierto: los dioses olímpicos.
Mitos, se podría decir. Diferente actitud fundamental ante las cosas, pensamos nosotros.
Más, mitos o no, cuando meditamos en nuestro atribulado y peligroso tiempo e intentamos situarnos con absoluta seriedad y mirada serena ante las terribles posibilidades que ya nos acosan, nace en nosotros el pensamiento que sería necesario, si deseamos no sólo sobrevivir, sino existir como humanos con dignidad y autoconsciencia, contribuir con nuestra creatividad a hacer surgir un nuevo origen, mediante la instauración de un cambio de actitud fundamental ante nosotros mismos y ante las cosas.
Y a la disposición y determinación del espíritu a partir de la cual se hace posible la apertura del mundo como tal, esto es, como una totalidad abierta, libre y armoniosa, la denominamos actitud fundamental. Esta es el a priori de toda experiencia.
Platón en el diálogo, Theeteto, revela el talante fundamental que siempre lo domina, al iniciar el análisis refutatorio que emprende contra el sensismo de los sofistas y pone a decir al joven Theeteto:
–Por los dioses, Sócrates, que mi admiración aumenta sobremanera al plantearme estas cosas y sube hasta tal punto que a veces aliento vértigo con sólo mirarlas. –¡Ah,queridoTheeteto! (…) Muy propio del filósofo es el estado de tu alma (pathos): La admiración. Porque la filosofía no conoce otro origen que éste.
Y es el asombro, la maravilla ante el ente, de que es y de qué es, lo que constituye el talante fundamental que prevaleció entre los helenos; es desde este temple de ánimo, de este pathos, que Platón emprende la gigantesca lucha para fundar ese grandioso e inagotable proyecto de mundo que es su filosofía.
En otro lugar y tiempo, Goethe comprendió el asombro como la acti- tud fundamental para el hombre cuando afirmó que lo más grande que puede desear un hombre es poder asombrarse.
Hoy más que nunca debemos luchar por mantener despierto en el seno de nuestra comunidad el temple fundamental del asombro y considerarlo como el más importante y el verdadero legado de Grecia.
Debemos asombrarnos ante los hombres y las actitudes, ante los criterios y las cosas, prestar atención a la llamada que recibimos de todo lo que nos rodea y de nosotros mismos, descubrir el ámbito en que estamos suspendidos y apoderarnos de una visión más profunda y abarcadora de lo que verdaderamente hay, que nos permita acceder a la formulación de criterios fundantes que franqueen nuevas esenciales posibilidades al habitar y crear del hombre en la Tierra.
Repetir la fundamental actitud del asombro significaría re-petir el talante originario de nuestra historia y así tal vez, retornando de esta suerte a los orígenes, encontremos nuevos orígenes para nuestra necesitada época.