Hoy me veo conducido nuevamente a recurrir a lo que ya, para muchos de mis amigos constituye en mí un fastidioso tópico que vengo repitiendo con asiduidad: todo en nuestra cultura occidental esta dicho –y sobre todo en mi propio discurso reflexivo–.
Empero, como en nuestra era la práctica de la memoria es lábil por las muchos asuntos banales a que nos dedicamos para banalizar nuestro tiempo –qué es la esencia de nuestro ser–.
Como característica de nuestra época la podríamos señalar la constituye la edad del desasosiego y la prisa, ya que no tenemos la serenidad para escuchar, dominados, como existimos, por el operar técnico, en el que rige el puro cálculo de consecuencias inmediatas, y a la filosofía –al paciente pensamiento reflexivo– se la advierte como una modalidad de pensar y actuar no lucrativo, improductivo, inoperante, inútil, ineficaz, retórico, pues no se concibe que esta forma de observar la realidad del mundo, al considerarse como una actitud vacua y estéril se la escucha como sonido sin sentido, al que no se presta la debida atención ni se la escucha.
Por ello habríamos que estar preparados, para asumir la actitud de repetir, lo que ya se a dicho en muchas ocasiones anteriores.
¿Hasta dónde llega, hoy en día, nuestra capacidad de escuchar lo que dice el saber crítico y milenario de la filosofía? ¿Hasta qué punto podemos querer escucharla?
El título de esta serie tiene que ver en diversos sentidos con el ciclo de la existencia.
Nos movemos, somos seres vivos que nos desplegamos entre el ser y el cierre del acontecimiento del vivir, la muerte.
La pregunta que se plantea y ronda en ella es qué significa existir, además, debatir que deberíamos emprender y decidir para llegar como constelación de lo vivo a la plenitud del Ser, en el acontecer, en el júbilo del existir.
La filosofía no tiene nada que ver con profecías ni con mandatos de lo que deberíamos hacer. La filosofía no se constituye como juego de poder, sino que es, quizás, intento de condensar desde la crítica y la imaginación ponderaciones del articulaciones de posibilidades del ser.
Aunque debemos siempre tener presente que lo inútil es capaz de tener poder, y de hecho lo tiene. [Heidegger, Introducción a la metafísica, Bs. As, ] Por ejemplo, el arte. [Luis O. Brea Franco, Global y diferente, Apuntes sobre la necesidad de la filosofía para nuestra época, Ministerio de Cultura, 2015: Paul Auster. p. 45].
Lo que constituye la filosofía –desde mi perspectiva–, tiene más bien que ver abrir caminos que nos permitan establecer juegos de posibilidades que faciliten el ser y el buen vivir, no solo de los humanos, sino de todo lo que constituye el famoso Punto azul perdido en el espacio infinito de que habla, y muy bien, Carl Sagan.
La filosofía trata, siguiendo en una visión macro a Heidegger, de pensar modos plenos de habitar rebosantemente en la Tierra y en el propio cuerpo.
Lo que intentaré hacer aquí es repetir y contextualizar, al dar testimonio de mi experiencia de meditación en el campo filosófico durante más de cincuenta años de ejercicio en el estudio, en el aula, como profesor, y en mis textos publicados, muchos de ellos pocos conocidos, pues la filosofía en este país, en cuanto conocimiento y manejo del pensamiento conceptual ha tenido poco interés –aparte cuando se presenta como artilugio relacionado a la vigencia ligada a la moda.
En nuestro ejercicio filosófico acontece según me parece, lo que señala en un brevísimo y bien destilado ensayo Pedro Henríquez Ureña, escrito en 1917, titulado: Volvamos a comenzar, donde subraya lo que aún sucede entre nuestras “élites”: La aspiración de nuestras clases directoras, salvo unos espíritus fuertes y claros, era estar al día, conocer la última novedad de la ideología política o de la invención artística que estuviera en boga en París o en Berlín. Ignoramos el ABC de las ideas esenciales y corríamos tras el XYZ de la moda. [Pedro Henríquez Ureña, Obras completas, tomo V, edición de Juan Jacobo de Lara, pp. 65-67]
Pretendo elaborar un discurso filosófico coherente constituyendo una especie de antología de mis cabilaciones que me permita buscar hasta cierto punto interpretar la crisis planetaria que vivimos como generación, en el presente.
Con este ensayo –sin embargo, quiebro una regla autoimpuesta, no hablar sistemáticamente en sentido personal de lo que he escrito como pensador.
Por ello, por tratarse de una excepción quiero aprovechar hacer un recuento no cronológico sino guiado por una dirección temática de lo que he venido articulando desde hace varios decenios, para que el lector pueda comprender mi recurrente expresión de que a pesar de que soy autor de varios textos de filosofía, insisto de que solo he escrito un solo libro sobre filosofía, distribuido oportunamente en conjuntos anuales o bianuales.
La ontología es el ámbito de la reflexión filosófica que busca desentrañar una aporía radical: qué es lo que es: qué significa, qué sentido tiene Ser.
Semejante problemática consiste en debatir en torno a la constelación de controversias relacionadas con una reflexión que intenta inquirir en torno a las posibles interpretaciones en que tomarían cuerpo, en condensada materia, sobre qué versa, cómo se constituye, se hace cognocible y cuales serían los criterios consistentes de lo que es, es decir, sobre el sentido de ser.
¡Pero cuidado! ¿Está adecuadamente formulada esta determinación incipiente del objeto de la ontología?
Antes de corresponder a este asunto, creo que debo acentuar el hecho, que el núcleo genealógico de la reflexión filosófica toma forma al erigirse como la primera cuestión que se formularon los pensadores griegos arcaicos, fundadores de la disciplina, que es ante todo tratar de definir, detrás del frondoso bosque de los entes, o de las cosas –que es el mismo decir–, procurar esclarecer qué es lo que es.
¿Qué sería –si partimos de un análisis de las cosas que encontramos en nuestro existir–, lo que tiene la mayor consistencia? ¿qué sería aquello que podriamos indicar como su esencia, entendido este término como la medida, como el eje de la realidad.
Como es fácil de entender, es una disciplina filosófica que tiene una continuidad temporal en orden a su constitución como experiencia y como saber constituido históricamente desde hace alrededor, más o menos, de dos mil quinientos años, y su objeto corresponde a determinar lo que denotaría la palabra Ser.
El término y el sentido de lo que encarna la expresión Ser, se refiere a múltiples significados, variados, heterogéneos matices que han de reflejar alcances de diversas índoles: mutables, frágiles, impasibles, firmes / variables, definidos / indefinidos, evidentes o nebulosos, sólidos / voluminosos, infinitos, diminutos, fragmentarios, quebradizos o con apariencia integra o inacabable [Cfr.: Aristóteles, Metafísica].
Se podría afirmar que en cierto sentido la ontología constituye la entraña de la metafísica, y como sabemos por el análisis histórico de los pormenores del pensamiento de los principales maestros de la filosofía cada uno de ellos establece, presenta y representa de su reflexión una teoría de la ontología específica, referida y orientada por los axiomas de sus respectivas reflexión.
Así tenemos las declinaciones de esta en Platón, Aristóteles, Guillermo de Occam, Tomas de Aquino, Descartes, Kant, Hegel y así sucesivamente a filósofos cuasi contemporáneos como Nietzsche, Husserl, Heidegger, Wittgenstein, etc..
Sin embargo, por razón de espacio escritural ahora me resulta imposible tratar en detalle, a modo de ejemplo, cuatro modelos sobre el sentido del ser asumiendo como horizonte de sentido un esquema que deducimos desde un enfoque que nos brinda la filosofía contemporánea.
Podemos, me parece, referirnos en cuatro direcciones al significado del término ser:
- Ser es verbo y como tal indica a una acción o actividad. También es cópula –lo que constituye la raíz de todo tipo de relación–, compone la estructura básica de la proposición, que es la unidad básica de nuestro tipo de lenguaje, que se sustenta en la sintaxis del griego arcaico. Sería la cópula el elemento básico de una oración, y al mismo tiempo, pero enfocado desde otra dimensión, el límite que constituye el mundo –esto si el lector coincide conmigo al sostener que la realidad, o el mundo es una miríada de constelaciones de relaciones reales y posibles. Ya de eso he hablado hasta la saciedad en esta misma columna.
- Si, por mor de brevedad, me cito a mí mismo, en un reciente artículo publicado en este mi apartado, bajo el título El mundo binario contradictorio de la metafísica, serie 2, V [Acento, 14 de marzo del corriente año]. Alli que en la historia de la Metafísica, el término Ser, indica al fundamento, al origen, al principio, al Eidos platónico. Dicho en una sola palabra, Ser vendría a significar: la esencia del mundo, la idea divina que sería el núcleo del cosmos. La perspectiva de lo divino, lo suprasensible de la metafísica, la idea [Eidos] en Platón o los principios [Archai] en Aristóteles, se componen en un resultado que transforma lo sensible, lo meramente aparente, lo pasajero y perecedero, lo carente de consistencia fundamental, lo continuamente mutable, como aquello que sería capaz de fungir como la inversión de lo que se consideraba como el principio del ser y de los entes: lo fundamental, lo esencial. [Cfr. Luis O. Brea Franco, Preludios a la posmodernidad, La rescendencia de lo transcendente o el destino de la metafísica en la Época Moderna, pp. 103-158, Academia de Ciencias de la Republica Dominicana, Santo Domingo, D. N., 2001].
- Como sucesivo relato epocal aparece la filosofía de la técnica que concerta, reduce y comprime el sentido del ser con su aparejado concepto diferencial binario: la nada:
He intentado condensar en unas pocas proposiciones este tipo de relación con el universo que rige desde la actitud técnica que se despliega en la fase del nihilismo: Nuestra cultura europea se agita, desde hace largo tiempo, bajo una presión angustiosa, que crece cada diez años, como si quisiera des-encadenar una catástrofe: inquieta, violenta, arrebatada, semejante a un torrente que quiere llegar al término de su carrera, que ya no reflexiona, que tiene miedo de reflexionar. [Friedrich Nietzsche, La voluntad de dominio, Ed. Aguilar, Madrid, 1932].
La relación del ser y la técnica:
A.- A la realidad se la percibe sólo en función de su posible utilidad, dominio y control.
B.- Se instala un proceso de cuantificación de la naturaleza y de la historia; mediante este proceso, el ideal de dominio presente en todo momento en la actitud técnica, se transforma en el único criterio adecuado para el manejo de la relación que el conocimiento entabla con la realidad.
C.- Todos los seres aparecen bajo el único aspecto de su ser instrumental, esto es, como instrumentos y medios, como si todo su ser se redujera a la característica de su aprovechabilidad, de su servibilidad.
D.- El humano mismo no escapa a esta visión dominadora; como tal, viene objetivado y cosificado con miras a establecer su efectivo control. Así, su existencia viene matematizada en un doble sentido: por un lado, se instala el proyecto de una cuantificación mensurable de su ser, reduciendo lo espiritual a lo psíquico, y esto, a la bioquímica de los procesos orgánicos elementales; por otro lado, se afinan las metodologías, y los sistemas más sofisticados de cuantificación del comportamiento para lograr una más completa utilización de las capacidades humanas para los fines de explotación y dominio de la realidad; el hombre se torna así, en un recurso más entre los disponibles, se torna: recurso humano.
Ejemplo de esto lo vemos en las pulseras localizadoras que utiliza ahora Amazon para tener localizados a cada trabajador en todo momento, o los lentes de reconocimiento facial que utiliza las policías asiáticas, para identificar a los opositores políticos, como ha reportado la prensa en estos días. [Cfr. Luis O. Brea Franco: Hay que denunciar la mediocridad en que vivimos a todos los niveles, Diálogo filosófico con Andrés Merejo Acento.com.do: 10 marzo 2018].