Tanto Ramón Peralta, ministro administrativo de la Presidencia, como Margarita Cedeño, vicepresidenta de la República, saludaron en tonos distintos la reciente decisión del Comité Político del PLD de abrir el padrón electoral de la organización. Ambos funcionarios coincidieron en creer que con esta medida se le permite la entrada a la juventud para hacer política con nuevas visiones. Al respecto, Peralta dijo: “Llevamos mucho tiempo abogando porque se produjera esta apertura, para que entre agua fresca al partido y que se renueve; y hoy podemos afirmar que los jóvenes han ganado la batalla”.
Al leer las notas me dije “esto es una soberbia parodia”. Un partido desgarrado por la disputa de dos viejos tutores, uno con doce años en el poder y otro con casi ocho, ¿será una opción válida para auspiciar la realización política de los millenials? La carcajada fue tan estrepitosa que me forzó el aliento hasta expectorar todo el café que en ese momento sorbía. Ligeramente repuesto, me imaginé a los “muchachos del presidente” (Carlos, Reynaldo, Francisco, Navarro, Temístocles y Radhamés) con rostros pálidos y huraños, haciendo fila a la espera de que el destino les abra alguna brecha. Entonces sentí pena por esa “juventud” malograda.
Creo que el PLD de hoy es la antítesis de una carrera política con futuro. Un muchacho tiene mejor perspectiva en cualquier otro espacio. De hecho, no dudaría en apostar que un improvisado con carisma, pero sin historia política, puede ser más competitivo que Carlos Amarante Baret, por citar un caso, dentro del PLD.
¿Qué le puede ofrecer ese partido a un iniciado en sus filas? Nada formativamente relevante. Basta ver en qué ha devenido esa organización: un puñado de vejestorios con derechos perpetuos bajo la sombra de dos caudillos erigidos sobre una burocracia desideologizada sin escuelas de formación política, ni mística ni vida deliberante. Hay locales de comités intermedios, municipales y provinciales cerrados desde hace años. Obvio, esa condición no solo es inherente a ese partido; es una señal decadente de la cultura política de hoy donde las organizaciones perdieron identidad, credibilidad y razón ideológica, pero en el PLD esa degradación asume tallas inconmensurables porque ha desmentido de forma más desenfadada sus orígenes.
Desde el segundo gobierno de Leonel Fernández el PLD se redujo a una estructura financiera de activación electoral; una industria del poder movida por una única razón: vivir del Estado. La confusión, por asimilación, ha sido tal, que ya no se sabe certeramente dónde empieza uno y termina el otro. Más que partido, es una marca electoral y de gobierno.
El Comité Político tiene mayor autoridad que cualquier poder del Estado. La lealtad partidaria está inspirada en los intereses por un empleo, una contrata o un negocio. Fuera del gobierno, el partido es sofisma. Su líder no tiene nombre; es el que esté al mando del Gobierno, por eso le bastó a Danilo Medina llegar al poder para destronar a Leonel Fernández. Si este último retoma el gobierno, volverá a dominar como en sus mejores tiempos. Y es que los presumidos liderazgos de ambos rivales son coyunturales y no se sostienen por sus propios decoros; apenas convocan lealtades arenosas basadas en una sola razón: uno porque está en el poder y el otro porque promete esa expectativa. El líder imbatible del PLD es el presupuesto nacional; su razón institucional es el Palacio. Una reedición local del viejo PRI mexicano.
¿Qué me asusta de este llamado? Que se haga precisamente desde el Palacio, altar de un partido de Estado cuyo concepto de la política no es otro que explotar sus oportunidades, espacios y recursos. Más jóvenes en el PLD, significa más carga para el gobierno, porque en la condición de enajenación de esa organización, la militancia no se sustenta sin favores, prestaciones que no salen de las finanzas del partido, sino de las cuentas públicas. Esa ha sido la gran perversión con la que ese partido vició la política haciendo metástasis en todo el sistema. La convirtió en una carrera de baratas lealtades compradas con el aval del Estado. El paradigma de hacer de la política una elección de vida la impuso soberanamente el PLD. Y en una sociedad de puertas cerradas para la juventud, donde los ninis (ni estudian ni trabajan) se estiman en más de seiscientos mil, este llamado a la juventud es una siniestra provocación. Sí, el PLD es una opción rápida, ligera y fácil para hacer fortuna, pero eso será así mientras permanezca en el Estado. Fuera de él tendrá que reinventarse para mantener una lealtad artificiosa.
El PLD no necesita jóvenes; más bien es el partido el que necesita rejuvenecerse. En el poder nunca podrá reencontrarse ni probar su verdadero tamaño. De lo contrario, seguirá siendo lo que ha sido: una agencia política de colocación gubernamental. Lo único que le puede dar a la juventud es lo que tiene: poder… y eso pasa.