Recientemente el Ministro de Educación declaró a la prensa que a partir del año escolar 2016-2017 se enseñará Ética Ciudadana en las escuelas del país. Pese a acoger la iniciativa con optimismo, demos preguntarnos: qué virtudes o valores deben ser transmitidos, quién debe transmitirlos, cómo hacerlo y cómo evaluarlos.

La respuesta obligada y honesta a estas interrogantes evitará que se enseñe cualquier cosa en nombre de la “ética  ciudadana” y que el propósito de hacerlo pueda ser desvirtuado por la improvisación.

Si bien es cierto que la sociedad tiene  necesidad de contar con personas educadas moralmente y de definir los rasgos de un ciudadano autónomo, sin embargo, ello no significa que debe dar por bueno cualquier tipo de ciudadanía.

La ética ya no es una ética que “anda por las aulas”. La ética se ha lanzado a la calle. Ha llegado hasta el territorio de la medicina, la economía, la política, los medios de comunicación, las empresas y los negocios, los bancos,  la ciencia y de la técnica, la genética, el medio ambiente y  las profesiones, incluyendo el magisterio.

Desde la óptica de la ética ciudadana, no se trata solamente de formar ciudadanos virtuosos para el futuro, sino de lograr también el compromiso de las generaciones presentes con una serie de principios que garanticen el desarrollo de personas libres e  íntegras a través de la consolidación de la dignidad personal, la libertad, la responsabilidad, la solidaridad, la honestidad y el honor, evitando que las generaciones presentes contaminen, corrompan e hipotequen el destino y las esperanzas de la generaciones futuras.

En esencia, las palabras “ética y moral”, en sus respectivos orígenes griego (éthos) y latino (mos) vienen a significar prácticamente lo mismo. Ambas expresiones se refieren a un tipo de saber que nos orienta para dotarnos de un buen carácter y unas buenas costumbres que nos permitan enfrentar la vida con altura humana, ser justos y felices y ser humanamente íntegros.

¿Qué es la ética ciudadana? Llamamos “ética ciudadana” al conjunto de valores morales que comparten los distintos grupos de una sociedad moralmente pluralista y que les permiten construir su mundo juntos y compartir esa base común. La ética ciudadana tiene el cometido de inculcar esos mínimos de una ética pública. (Adela Cortina).

Los valores de la ciudadanía o del civismo resumen los mínimos éticos que una persona debe asimilar para aprender a convivir correctamente y en bien de todos. No se concibe una democracia sin ciudadanos.  (Victoria Camps).

La “ética ciudadana”, que no es exclusiva de la escuela, es  sinónimo de “educación para la ciudadanía”. Se trata de formar buenos ciudadanos, capaces de saberse sujeto de unos derechos fundamentales recogidos en la Constitución de los Estados y en la Declaración universal de los Derechos Humanos, así como de asumir unos deberes y unas obligaciones que vinculan al individuo con el interés público.

El aprendizaje de la ética ciudadana debe ir más allá de la simple adquisición de conocimientos, debe enfatizar las prácticas  que estimulen el pensamiento crítico y la participación, que faciliten la asimilación de los valores en los que se fundamenta la sociedad democrática. Tampoco debe limitarse a la repetición de una serie de mandatos, prohibiciones y sanciones.

La ética ciudadana debe impulsar el desarrollo de las habilidades sociales, el trabajo en equipo, la participación  y el uso sistemático de la argumentación, el diálogo, el pensamiento crítico y propio, el análisis de problemas sociales nacionales e internacionales, así como el planteamiento de dilemas morales que contribuye a que los alumnos y alumnas construyan un juicio ético basado en los valores y prácticas democráticos.

La “ética ciudadana” o “educación para la ciudadanía” reviste una importancia tal para la vida democrática, que muchos países de la Unión Europea y de América Latina  la han incorporado como una asignatura del currículo. También las universidades deberían asumir este tipo de educación en el marco de su responsabilidad social.

Lo que vaya a suceder aquí en este sentido constituye un misterio cuyo desvelamiento debemos provocar en nombre de los derechos que nos otorga la ciudadanía democrática. Mientras tanto, preguntemos, observemos, exijamos  y propongamos. La ética ciudadana nos involucra a todos.