No importa que el título asuste y escandalice. Fue traído para eso. Para escandalizar y asustar a los necios, perversos, indiferentes, “depredadores”, ignorantes, tibios, irresponsables, distraídos, mentirosos, corruptos y cobardes.
Porque el país. Este país nuestro. Situado en el mismo “rumbo” del sol. Está gravemente enfermo. Desangrándose. Agonizante. Porque el país se está muriendo.
Porque este país. Sí, el nuestro. Porque después de violarlo, lo están matando con “golpes de estado” político, económico, social, sanitario, ecológico, salarial, empresarial, educativo, alimentario, militar, judicial, electoral, democrático, moral. Golpes de estado nacionales y globalizadores.
Porque hay un complot para darle el “tiro de gracia” si es que resistiera. Porque lo están fusilando y tendrá con morir con la dignidad del patriota Sánchez, que estaba enfermo cuando lo iban a fusilar, y para no tener excusas para dilatar y evadir aquel acto heroico en nombre de la Patria, solicitó un burro para que lo llevara al paredón.
Porque no podemos morir el país. Porque necesitamos mantenerlo vivo pero con dignidad. Porque la dignidad obliga a elegir entre “morir de pie o vivir de rodillas”. Por eso, necesitamos enseñar “revolución en las universidades y en la escuelas públicas y privadas.
Necesitamos enseñar “revolución”! Urgentemente. En las universidades, en las escuelas públicas y privadas, en las iglesias, templos y asambleas de Dios, en las comunidades eclesiales de base, en las escuelas dominicales, en las diócesis (incluyendo la militar), en los sindicatos, en los hogares, en la TV, en los prensa escrita, radial y digital y en todas las Juntas de Vecinos urbanas y rurales. En las redes sociales, en los barrios, en las plazas públicas (Ágoras). En las guaguas y carros de concho, en las empresas “sin izquierdas ni derechas”, en las “todas” las oficinas públicas, en la Escuela de la Judicatura, en los ayuntamientos y en los partidos políticos, “aunque se resistan a asistir a clases”.
Que no queden fuera de este desafío cívico y democrático y académico el Palacio de Gobierno (sólo porque allí reposa un poder del Estado), las Cámaras Legislativas (por igual razón), las Altas Cortes, la Procuraduría General de la República, la Junta Central Electoral, el Banco Central, el PEPCA, la DNCD, la PN, Migración, el MIDE, el DNI, el MIREX y el “Mescyt” (sólo por tratarse de educación “superior”); y necesariamente, por derecho y por deber, todo el sector privado con sus élites “sanas” y “enfermas”. Y todos los “hospitales”, “clínicas”, “médicos” y “enfermeras” que tienen la ineludible obligación política, moral y constitucional, pagada por adelantado, de velar, defender y garantizar honestamente la “salud y la vida” del país de todos. Y también el FMI, por su dicotomía perversa que ayuda-daña, que saquea e invade la soberanía económica nacional.
Porque es necesario hacerlo pronto y bien, comencemos a “enseñar revolución” desde las universidades del país. Ellas tienen el deber de asumir la responsabilidad social de formar profesionales, técnicos, maestros, líderes y dirigentes, tal como lo contempla la “Ley General” de que declara que de la educación dominicana estará basada en los principios del respeto a la vida, el respeto a los derechos fundamentales de la persona, al principio de la convivencia democrática y búsqueda de la verdad y la solidaridad.
¿Qué significa enseñar “revolución” en las universidades?
El origen etimológico del término “revolución” reside en la palabra latina “revolutum”, que puede traducirse como “dar vueltas”. Es la transformación profunda que supone una ruptura fundamental con el pasado. Es todo cambio brusco en el ámbito social, económico o moral de una sociedad. Es la transformación profunda que supone una ruptura fundamental con el pasado. Puede ser repentina o rápida, pero con más frecuencia es un proceso largo.
Toda revolución va ligada a una crisis. Las crisis son por definición preámbulo de revoluciones. Las graves crisis económicas, sociales y políticas precedieron al estallido incluso de las grandes revoluciones. La crisis no es un cuestionamiento radical de la sociedad, no es un atentado contra su existencia. La crisis es una perturbación, un desorden interno del sistema social que se manifiesta como un mal funcionamiento que debe ser atendido debidamente. Las crisis para ser inteligibles deben estar vinculadas del Proyecto de País. Y las soluciones también.
Hablar de crisis y afrontarlas desde la universidad. Implica hablar de proyectos. El de los pueblos, es un proyecto histórico, es un Proyecto de País, de carácter ético-político; el de la universidad es un proyecto académico-político. Proyecto significa, ante todo, repensar, rehacer y realizar a algo para “bien de muchos”. Este devenir progresivo y gradual de un proyecto conjuga numerosas decisiones y operaciones que se extienden en el tiempo “historializándose”. La sucesión de proyectos universitarios son, la respuesta a las crisis por las que atravesaron las universidades frente a los modelos de desarrollo nacional, impuestos desde el “exterior” a todos los países.
La universidad es revolucionaria por naturaleza. En tanto comunidad que crea, produce y reproduce conocimientos e investigaciones, análisis y respuestas científicas bien ponderadas vinculadas a una realidad social, política, cultural o económica capaces de revolucionar la sociedad. Como institución “revolucionaria”, la universidad no puede permanecer indiferente a las crisis de su sociedad de su entorno.
Enseñar “revolución” en la universidad. Consiste en capacitar, comprometer, alertar y responsabilizar a todas las estructuras universitarias: docencia, investigación, educación para toda la vida, vinculación y administración para comprender, analizar, resolver, administrar y presentar soluciones alternativas, creativas, científicas y bioéticas para asumir las crisis del entorno. No hay opción para la no-participación bajo ningún pretexto.
Una revolución es una crisis bien utilizada. Pero no se trata de educar solamente para afrontar crisis pequeñas crisis teorizantes, sino principalmente, crisis serias vinculadas a las necesidades y aspiraciones reales de los pueblos, tanto a escala nacional como internacional o planetaria. Siendo capaz de “afrontar lo nuevo con lo nuevo”.
La universidad es “revolucionaria” por naturaleza. Deberá tener presencia en todas las crisis y en todas las revoluciones de la comunidad local, nacional e internacional. Ni los gobiernos ni los empresarios, ni los trabajadores, ni los campesinos, ni los movimientos sociales, ni los pobres, ni los explotados ni los convertidos en invisibles sociales, pueden afrontar sus crisis y hacer revoluciones sin la participación de las universidades.
Los nuevos ecosistemas de innovación. Y los nuevos retos y desafíos que imponen las crisis actuales a las universidades, reclaman un nuevo paradigma que propicie la integración y participación del sector público, el sector privado, las universidades y la sociedad civil. En este nuevo paradigma de desarrollo sostenible, de gobernanza del cambio y de participación e inclusión sociales y políticas, la universidad tiene un puesto honrosamente ganado y asegurado. Y esto es válido para las universidades dominicanas.
Se trata del modelo llamado de las “cuatro hélices”. También conocido como “Open Innovation 2.0” (OI 2.0). Estas cuatro hélices son: la Industria o sector empresarial, el Gobierno o sector público, las Universidades o espacios de conocimiento e investigación (incluyendo laboratorios, Living Labs), y Sector Civil y Creativo (en cierto modo, podría considerarse que son dos áreas distintas). El modelo se basa en la cultura y la comunicación trabajando el empoderamiento de todos los agentes sociales, políticos y económicos. En este modelo el gobierno no impone planificaciones parciales y antojadizas, sino que debe tomar en cuenta la participación activa de los demás sectores.
Este modelo cambia totalmente la “mirada de la universidad”. Cambia sus énfasis académicos, de investigación, de vinculación, de participación “revolucionaria en la sociedad”. A tal grado, que hoy por hoy no podrá llamarse “Universidad” cualquier institución de educación superior que sólo pretenda dedicarse a labores académicas y de investigación alejadas de todas las circunstancias sociales de los pueblos. No puede haber universidad que no sea revolucionaría y que lo manifieste sin “máscaras”.
Las universidades dominicanas tienen la oportunidad y el deber de ayudar al país a asumir todas sus revoluciones pendientes. A sabiendas de que la sociedad concreta no sólo es el gobierno y los partidos políticos, sino también las decisiones específicas sobre política fiscal, monetaria, financiera o bancaria, subsidios, préstamos “necesarios” e “innecesarios” así como las negociaciones sobre el empleo, los convenios sobre aumento de salarios, los lineamientos sobre la distribución de la riqueza, la Estrategia Nacional de Desarrollo y el equilibrio y buen funcionamiento del sistema social.
Enseñemos revolución desde las universidades aquí y ahora. Las 49 instituciones universitarias y de educación superior del país tienen el poder, la capacidad y la competencia para hacerlo; y para hacerlo bien. ¡Eso creo!