A diferencia del tratado filosófico, lógico y riguroso, perfectamente cerrado y constituido, el ensayo abandona la visión totalizadora del mundo para rescatar lo fragmentario, lo marginal, lo particular. Intenta conjugar filosofía y poesía, intelecto y sensibilidad, razón discursiva e intuición poética. El análisis racional, sereno y ponderado, el discurso analítico propio de la filosofía y la ciencia, conviven ahora al lado de la imaginación y la sensibilidad poéticas. Lejos de excluirse mutuamente como antes, ahora se promueven en una nueva síntesis creadora que constituye un hallazgo. Ya no existen fronteras claras entre filosofía y literatura: los límites precisos desaparecen, los contornos se desdibujan y los elementos propios de una se confunden con los de la otra.

El ensayo filosófico ya no aspira a alcanzar un saber absoluto y totalizador, del tipo de Aristóteles o Hegel. Su aspiración es otra: un saber nuevo, distinto, que se va revelando a cada momento; un conocimiento que se va creando a sí mismo a medida que ilumina la realidad del texto o del acontecimiento sobre el cual se escribe o se reflexiona; una escritura a la vez crítica y creadora, con sus destellos y sus fulgores, que no pretende decir la última palabra acerca del mundo o del yo, pero que no por ello deja de crear conocimiento y de producir saber. El ensayo se convierte así en una nueva manera de acercarse a la realidad textual y a la no-textual, pues siempre hay algo fuera del texto. Participando a la vez del pensamiento especulativo y de la imaginación poética, puede atribuirse aciertos tanto expresivos como conceptuales. Es por esa razón que bien podría considerarse al ensayo filosófico como esa vasta y rica zona de confluencia en donde coinciden entendimiento e imaginación, pensamiento y sensibilidad.

La cuestión del ensayo como escritura filosófica entraña la cuestión del estilo literario. El ensayo permite combinar concepto y metáfora en el acto de escritura. El razonamiento filosófico exige rigor conceptual, precisión y coherencia interna, unidad de sentido; el lenguaje demanda dominio, conciencia de sí y transparencia. La pregunta acerca de cómo un escritor o un pensador expone su retórica particular, su poética, envuelve también la cuestión de la “estrategia textual”.

Ya es lugar común citar la célebre frase de Ortega y Gasset de que la claridad es la cortesía del filósofo. En esa misma línea, tiene otra frase mucho menos citada: “Hay que llegar en la claridad hasta el frenesí, hasta el frenesí de la claridad”.  Criticando la oscuridad de estilo de muchos intelectuales, agrega que los científicos suelen interponer entre sus valiosos descubrimientos y la curiosidad profana “el dragón tremebundo de su terminología hermética”. La obra entera de Ortega es un homenaje al “estilo”, un monumento al buen decir y escribir, pero también al riguroso y profundo pensar. Apenas agregaría que esa cortesía que Ortega le reclama al filósofo se le debería reclamar también al ensayista, al teórico y al investigador científico.

El buen ensayo filosófico se escribe hoy con estilo claro y conciso, transparente, sin rebuscamiento verbal ni enredamiento expresivo. Los mejores ensayistas de nuestro tiempo se expresan siempre en estilo diáfano e inteligible.  Muy a pesar de Góngora, que defiende la oscuridad minoritaria y condena, tanto en prosa como en poesía, el estilo claro y llano (que entiende como “fácil” y “bajo” a la vez) de Lope de Vega y Quevedo, el ensayo debe procurar ser inteligible, penetrable, pues sólo así puede resaltar como acierto. En este punto es preciso aclarar un posible equívoco: claridad no es necesariamente sinónimo de facilidad o superficialidad, lo mismo que oscuridad no lo es de profundidad.

Como expresión literaria, el ensayo debe aspirar a la claridad y aun a la clarividencia. Su propósito es arrojar luz, aclarar ideas o hechos, iluminar un texto fascinante o un acontecimiento relevante sobre el que se escribe y que, al convertirse en objeto de reflexión, se reconstruye en el acto de escritura. El intelecto y la erudición, soportes básicos del ensayo, descansan en lo discursivo. El razonamiento discursivo es ese proceso mediante el cual el pensamiento del autor toma forma de discurso, es decir, discurre, argumenta, razona, explica, interpreta, refuta, contradice; en una palabra: verbaliza. Para desplegarse, la razón requiere de un fundamento verbal y es tal fundamento lo que hace posible su despliegue.