Durante los seis años (1973-1979) que pasé conviviendo, estudiando y promoviendo la organización de campesinos, campesinas, y jóvenes de comunidades del Cibao, una de las frases que más escuché revelaba la conciencia de su marginalidad de los asuntos de estado y del presupuesto nacional: “Somo como ei pavo, solo se acueidan dei pa’la  Navidá, de nosotro’  se acueidan pa’ la’j eleccione”.

Esta situación la conocía de antemano y fue lo que me llevó al Sector Bella Vista de Santiago en 1973. Elegí Santiago porque había leído textos de Monseñor Roque Adames, y de otros que lo citaban. Se perfilaba como el obispo más liberal e inteligente del país en esos momentos, y el que creía podía apoyar el movimiento de Iglesia en favor  de las clases populares que creció a partir del Concilio Vaticano II (1963-1965).   Esto sucedió después que yo pasara seis años enseñando en escuelas primarias y secundarias, especialmente matemáticas, música, y arte, en los estados de Michigan, Florida y Puerto Rico; cuando otros determinaban mi ocupación y lugar de trabajo, y los docentes de música escaseaban.

Después que el Obispo de Santiago aprobara nuestra presencia en la Diócesis de Santiago, la hermana Ana Feliz y quien les escribe nos presentamos a su despacho.  El Obispo nos recibió rodeado por dos perros  grandes de raza y vestido con una sotana blanca que terminaba en el cuello duro eclesiástico.  Al vernos nos saludó con un estruendoso,  ¡aquí llegan las monjas disfrazadas! A lo que yo rápidamente contesté, ¡no Monseñor, el disfraz nos lo quitamos nosotras hace años! Enmudeció sin poder ocultar su sorpresa.  Ana y yo no esperamos la invitación para sentarnos y proseguimos con naturalidad a invitarlo a decir una Misa en nuestra casa con nuestros vecinos. Algo que el amablemente aceptó y cumplió. Conversé otro día con él y me di cuenta que había abandonado el ecumenismo que siguió al Vaticano II, porque según él, muchos católicos conocieron la espiritualidad Hindú y abandonaron la Iglesia por el Yoga y otros movimientos Hindúes— todavía los Evangélicos y Pentecostales no constituían una competencia amenazadora.

Pero la razón que al año siguiente me llevó a abandonar Santiago fueron los dos centros de Promoción Campesina de Santiago.  Uno de los centros lo dirigían jesuitas cubanos,  que en sus  cursos promovían las Ligas Agrarias Cristianas (FEDELAC); organización campesina  aliada al partido de la Iglesia Católica, el Partido Social Cristiano.  Este se originó en Europa y funcionaba en toda la América Latina.  Lo descarté y fui al otro centro de Santiago integrándome por tres meses, de forma voluntaria y sin compromisos para conocer el trabajo de promoción campesina que la Iglesia apoyaba.  Conocí en este Centro  a  una pareja Canadiense de la Iglesia Unida, con quien establecí una estrecha amistad.  Durante mis estudios en Ottawa me relacioné con muchos grupos solidarios, dentro y fuera de las Iglesias.

A través de ellos y otros empleados me enteré del aspecto personalista y comercial de éste Centro. Me preocupó que los campesinos fuesen manipulados y le llevé pruebas al Obispo del uso comercial del dinero donado por una agencia alemana para un proyecto de salud. Los Canadienses hicieron lo mismo con los donantes del Canadá. Para mi sorpresa, el obispo abrió una gaveta y puso una pila de documentos sobre el escritorio, mientras me decía que tenía todas las pruebas de lo que yo le decía llevadas por empleados anteriores del Centro antes de emigrar a los Estados Unidos.  Le dije que esperaría para que el tomara cartas en el asunto.  No lo hizo, enfrenté al cura, abandoné el Centro, y le escribí a Misereor informándole la situación, con pruebas de doble financiamiento por el mismo proyecto.  Entiendo que de no hablar, me hacía cómplice de fraude.  El obispo nunca escribió a Misereor.  Yo lo hice con copia al Obispo y recibí copia de la carta que  la Agencia Alemana le envío al obispado.  Esta fue mi primera experiencia con la ausencia de transparencia al interior de la Iglesia. Después de tres meses en Santiago, me concentré en finalizar el año trabajando con las mujeres y los jóvenes de Bella Vista y traduciendo mi tesis de maestría al inglés para presentarla a final de año.

Los clubes juveniles de la época eran culturales.  Con los jóvenes escuché por primera vez las poesías de Pedro Mir, y en el trabajo futuro con campesinos trataba de incorporar los clubes juveniles  al trabajo de educación popular.   No quedaban muchos, debido a la política del gobierno de Balaguer por destruirlos.  Pero estos éstos fueron agentes de cambio a través de presentaciones de obras de teatro, poesías y composiciones musicales.  En 1974 llegó a Santiago, “Siete Días con el Pueblo”; el evento cultural probablemente más significativo en toda la historia de esfuerzos culturales por la transformación de la sociedad Dominicana.

Foto de Argelia en 1973Este evento  impulsó a los clubes y motivó a todo el pueblo.  Las canciones se escuchaban por todas partes en las calles de Santiago y La Vega, desde los radios, los silbidos, o el espontáneo tarareo.  Esto no pasó desapercibido por la dictadura de Joaquín Balaguer, que rápidamente decretó la prohibición de las canciones más populares y planificó su aniquilamiento.  Los clubes comenzaron a recibir “apoyo” del gobierno con uniformes, bates, pelotas, canchas de juegos, y otros equipos deportivos de forma gratuita.  Con esta política lograron transformar a la mayoría de los clubes culturales en clubes “cultural y deportivo”. Al poco tiempo, de cultural solo les quedó el nombre.  Lo que es más lamentable es que estos clubes eran la alternativa cultural a las pandillas traficantes de drogas.  Motivaban a los jóvenes a no consumirlas porque perderían su fortaleza para estudiar y luchar por la transformación de la sociedad dominicana.   También favoreció al Padre Rosario, incrementando la Pastoral Juvenil de jóvenes carentes de alternativas que no fuesen las pandillas.

Comencé la educación con las mujeres del Club de Bella Vista negociando con mi compañera Ana, fiel seguidora del  movimiento Carismático al que se integró en Perú.  Adoptamos dos días semanales de encuentro con las mujeres del club, de forma independiente.  Ana tomo una noche de oración carismática del cual yo no participaba, y yo me reunía una tarde  para reflexionar sobre la realidad y buscar soluciones a sus problemas; en el cual Ana no participaba.   La casa que habíamos alquilado  tenía un salón-comedor con capacidad para unas 150 personas.   Comencé con juegos para analizar la situación que ellas vivían.  Me fundamenté en el método Socrático que leí cuando fui adolescente en el Bachillerato.  Sentí que Paulo Freire no reconociera el fundamento del método de concientización que el propulsó; al menos en  ninguno de los libros que he leído sobre este autor.  Fue la experiencia de aprendizaje con las mujeres lo que me permitió poner en práctica el método interactivo que utilizaría en 1974 al iniciar el trabajo de promoción Campesina en el Centro de Pontón la Vega.

Mientras estuve en Santiago recibí la visita de Altagracia (Tata) Berridos, del Centro de Promoción.  Ella, junto al Padre Fabio Solis, sustituyeron al equipo viejo y no habían iniciado actividades.  Solís se concentraba en la actividad agrícola de la finca del Centro para financiar con el producto sus actividades y era párroco de una comunidad cercana.  El equipo anterior  que sustituyeron trabajaba igual al equipo diocesano de Santiago integrando a los campesinos  al Partido Social Cristiano.  Acepté con la condición de darnos un período de unos seis meses a un año antes de iniciar ningún tipo de programa.  Tata y yo visitaríamos las comunidades y nos quedaríamos por tres días en casa de la familia campesina que la comunidad nos asignara, con la condición que fuera de las más pobres.  Con esta perspectiva, contaba los días para integrarme al trabajo de campo en la Diócesis de la Vega, lo que me permitiría conocer desde dentro  la cultura campesina, sus niveles de organización, y poder planificar con ellos las actividades de organización y apoyo.  Sabía que no tendría problemas con la Congregación Dominica de irme sola a La Vega.  Al ser una Congregación estadounidense y post-Vaticano II, se valoraba y respetaba la libertad de conciencia y la apertura  al mundo moderno que la Iglesia anterior había mantenido fuera de sus límites.