El sonido de una motocicleta cuando cruzamos la calle que nos pone en una alerta que raya en el pánico; esperar lo peor cuando un rostro poco familiar se acerca a saludar; el escepticismo que se adueña de nosotros cuando un extraño pide referencias de una dirección; la incómoda extrañeza de una mujer cuando un caballero le abre la puerta; la franca negativa de la gente a recibir cualquier papel en la calle y el justificado desplante a quien cumple con su labor de entregarlo. El sentir es general. El hábito de los buenos modales se está perdiendo y con él, la costumbre de bien recibirlos.

Se dice que la primera víctima en toda guerra es la verdad. Por lo que se ve, podría decirse que la primera víctima de toda crisis económica, y el estrés que ella provoca, son los buenos modales.

Cada vez se vuelven más escasos los gestos de amabilidad y la prisa de la vida parece llevárselos de encuentro entre obligaciones, la lucha por el dinero, la competencia entre unos y otros por llegar primero, el pulso por medir quién tiene más y el excesivo protagonismo que persigue la gente en todos los niveles, ambientes o clases sociales.

Abrirle la puerta a un desconocido o ceder el paso a quien se desmonta de un ascensor parece casi un imposible, a veces no sólo víctima de la mala educación sino también por la falsa convicción de que ya no existe quien aprecie esos gestos. He sido víctima de gente que casi atropella para lograr salir primero del elevador.

Ni hablar del valor de los saludos. Que le retornen un “Buenos días” requiere de repetirlo dos veces o más hasta que la otra persona caiga en cuenta de su falta y entre dientes le devuelva el saludo o con la mejor de las suertes, con humildad acepte su despiste y retribuya el gesto.

¿Lo peor? La falta de modales se ha vuelto una constante en los hombres, los caballeros empezaron a escasear y las damas ya se van a acostumbrando a la dejadez y el dejar pasar. ¿Lo alarmante? Que los hijos de ahora están siendo víctimas, sin saberlo, de la mala educación de los padres que se hacen de la vista gorda con detalles tan pequeños como no respetar el orden de una fila.

Nada es capaz de despertar más ternura y compasión que una embarazada, hasta que le toca cruzar una avenida congestionada. Sin distinguir guagüero, mujer al volante, chofer de Mercedes Benz o funcionario con placa de dos dígitos, la mujer esperará hasta que un alma noble y también educada, reduzca la marcha, frene y entre bocinazos e improperios del chofer de atrás, le ceda el paso para cruzar.

Que no se pierda todo. Empecemos a poner en práctica los buenos modales, la costumbre de ceder el paso, de las gracias y el por favor, de saludar, de despedirnos, de sonreír, de tolerar, de halagar sin intereses ocultos, de expresar amor y no guardar cariño para después, de hacer feliz a los demás y aporte su cuota de armonía al mundo, que tanto lo necesita.