La prensa dominicana independiente atraviesa por un mal momento.  Los periodistas que han optado por pensar con cabeza propia, ahora son calificados de traidores por grupos de intransigentes. Y lo peor es que quienes se alimentan de la nómina del gobierno parecen tener la sartén por el mango en una época donde la ética y el respeto a la profesión no  parecen tener muchos dolientes ni ley que los ampare.

¿Dónde falló el arte de informar de manera objetiva, equilibrada y balanceada? ¿Desde cuándo la línea editorial de un medio la dicta los intereses económicos y no el bien común? ¿Por qué a un periodista no le es permitido pensar y expresar lo que considere su verdad objetiva dictada por los hechos? ¿Cuál es la conveniencia de la autocensura? ¿Y hasta dónde pueden llegar las restricciones oficiales?

Las nuevas generaciones se han acostumbrado a escuchar el perifoneo oficial, a la descalificación, al insulto y a las declaraciones oficiosas y tendenciosas.  Incluso, a esa labor de zapa contribuyen muchos relacionistas públicos, mercaderes de la imagen, voceros oficiales y cuanto perverso manipulador por encargos se preste desde el fondo ilimitado de su reducida moral.

¿Pero cómo combatir la gran mentira de Goebble? ¿O aquella frase lapidaria del gran embaucador: ¿plomo o plata, pues el fin justifica los medios?  La nueva disyuntiva que ronda el filo del autoritarismo se perfila de forma bicéfala: partido-estado, estado-partido. Es la peor amenaza que puede tener una prensa libre, de hecho y de derecho, en un estado que se autoproclame democrático.

La única opción de los comunicadores nacionales parece ser la de volver a lo básico. El periodismo de datos con herramientas contra la corrupción y de sostenimiento de la profesión.  No es ciencia ficción, es una práctica que se olvidó por conveniencia o abandono. Debió retomarse desde hace tiempo y adaptarse a las nuevas corrientes de forma regular y sistemática sin abandonar sus principios.

Ya no basta con buscar un tema y obtener los datos, cruzarlos, ordenarlos y correlacionarlos a partir de una hipótesis. También se consolidan grandes volúmenes de datos para revisarlos sin ningún prejuicio, sin hipótesis, observar hacia dónde apuntan y buscar las historias que hablarán solas.

Las nuevas tecnologías permiten manejar datos a gran velocidad y más si son de interés público, como el transporte, la salud, la educación o el censo, con acceso legal a ello. Los gobiernos, las instituciones y las ONG tienen el deber de difundirlos a los comunicadores a través de Internet, a veces a un precio muy elevado.

Con ello llegan los problemas. Las amenazas de muerte, concretas y directas. Y las fuertes presiones desde altos niveles.  Dicha metodología no falla y es un freno a la corrupción. El problema es que el blanco de las investigaciones periodísticas no son los políticos, sino sus hechos.  De gente que nadie jamás habría pensado que puedan  estar metidos en hechos ilegales como funcionarios, diputados, ejecutivos, militares, senadores y hasta expresidentes.

Dicha metodología puede ser un freno a la corrupción. Lo que no es negocio es el periodismo express al que apuestan los dueños de medios, despidiendo a sus mejores comunicadores, sin derecho a pensar por sí mismos, en medio de una jungla llamada país y sin machete…