De manera que toda visión de la localidad y de la historia, su unidad y su mutua complementación, sólo son posibles porque la localidad deja de ser parte de una naturaleza abstracta y parte de un mundo indefinido, discontinuo y totalizante, y “porque el acontecimiento deja de ser un periodo de un tiempo igualmente indeterminado, siempre igual a sí mismo, reversible y simbólicamente pleno” (M.M. Bajtin). La localidad se convierte en una parte irremplazable de un mundo definido geográfica e históricamente, de este mundo absolutamente real y por principio visible, del mundo de la historia; mientras que el acontecimiento llega a ser el momento esencial y no transferible en el tiempo de la historia, momento que se cumple en este y sólo en este mundo geográficamente determinado.
Como resultado de este proceso de mutua concretización y compenetración, el mundo y la historia se densifican en el mito que luego transforma en infinito lo real. Por eso todo cambio en la realidad es perceptible en el mito que devuelve hecho imagen el tiempo lineal. Así, el tiempo y la realidad se integran en el mito como imagen del ser en el mundo, pues el destino del ser es la historia de la imagen, que en la realidad no existe, sino como instancia de lo imaginario.
La formulación de lo nacional de Domingo Moreno Jimenes es una suerte de fabulación ideal de nuestras estructuras imaginativas y antropológicas, de acuerdo a “una metafísica de lo cotidiano”, que aspiró dar cohesión a nuestra especificidad en el mundo.
La Poesía Sorprendida acometió la empresa estética más ambiciosa y rica que conozca la poesía dominicana, desarrollando una ingente labor de difusión y conocimiento del arte universal. Los Sorprendidos, según sus ideales, estaban con “el mundo misterioso del hombre universal, secreto, solitario e íntimo, creador siempre”. A la inmediatez Postumista, según el poeta y novelista dominicano Andrés L. Mateo, los Sorprendidos oponían un hombre abstracto, puesto que lo universal no puede existir sino a través de lo particular. “Lo curioso es que la noción de universal de los Sorprendidos implicaba, según Mateo, en esencia, la propia negación. Se trataba de un dilema falso, puesto que se partía y se concluía en el universal. Y como en la vieja polémica de Realistas y Nominalistas, en la realidad que imponía al pensamiento el proceso social que se vivía, lo que primaba era la trascendencia, entendida a la manera medieval, y no podía ser de otra manera, puesto que este movimiento surge en un momento en el cual la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo alcanzó su mayor fortaleza, e imponía la autocensura al creador”.
Esa voluntad, en principio enigmática de los Sorprendidos, de independizarse “hasta el tiempo”, admite varias lecturas. Si el tiempo se identifica con la historia, puede pensarse en una propuesta de desasimiento de esta última, en un enganche del espacio hipotético que separaría la vida del lenguaje (y no se cumpliría uno de los postulados de la poesía de vanguardia). Si en los poetas Sorprendidos la metáfora se lee como ruptura de un tiempo presente, no deseado, que invoca un tiempo futuro colocado más allá de la época que les toca vivir, lanzarse hacia adelante no parecería entonces escapismo, sino voluntad de construcción, de creación del propio tiempo, de la propia modernidad como algo distinto de la contemporaneidad, gesto que parece definitorio de la propuesta del vanguardismo de los poetas Sorprendidos.
Por ello, nuestra poesía no entra en la modernidad sino cuando empieza a romper con ese anacronismo, cuando empieza de verdad a intentar realizar la utopía. La ruptura del movimiento modernista con la poesía peninsular hispánica tuvo una significación más amplia: negación de un pasado, búsqueda de lo nuevo y de una tradición universal. De ahí que el modernismo haya sido inicialmente una poesía de la evasión y el desarraigo; pero ello tuvo en el fondo un objetivo superior: recobrar nuestra realidad de nuevo mundo a partir, esta vez, de nuestra propia invención. Y así la poesía de la evasión se convierte, progresivamente, en una poesía de exploración y regreso. Rubén Darío, dice Paz, es el espíritu universal que redescubre a Hispanoamérica, con lo cual, además, se establece una diferencia significativa con el escritor español de su época: este descubre el mundo a partir de España (¿Unamuno no decía incluso que había que “españolizar” a Europa?). Pero aún la literatura que siguió al modernismo fue también una literatura del desarraigo, de la aventura en el universo, para luego descubrir a América. Piénsese, por ejemplo, en la poesía de César Vallejo, de Pablo Neruda o del dominicano Manuel del Cabral.
Estas tensiones dialécticas se han ofrecido en un contexto intelectual y filosófico que conviene tener en cuenta para la cabal comprensión del sucederse de las corrientes y movimientos poéticos dominicanos del pasado siglo y comienzos de éste.
La poesía dominicana contemporánea surge de modo relativamente brusco en la década de 1920-1930. Su asimilación retrasada de las tendencias europeas de vanguardias coincide con una época en la cual nuestros países se ven agitados por una serie de conmociones sociales y políticas, que no dejan de matizar la obra y la actitud de los poetas empeñados en introducir nuevas formas y estructuras verbales. Este hecho, por otra parte, coincide plenamente con el carácter mismo de las vanguardias, cuya base, común a todas las tendencias, parece ser la dislocación de las relaciones entre el poeta y su entorno. Aquél ya no ve la función que puede desempeñar su oficio y siente que debe buscar vías nuevas: desea renovar radicalmente el texto, y, en muchos casos (futurismo italiano, expresionismo alemán tardío, constructivismo ruso, dadá, surrealismo), la sociedad misma. De ahí que una rama de la literatura de vanguardia se compenetre con las fuerzas sociales y políticas de su época y reciba su influencia; otra, más ceñida en sus aspiraciones, se mantiene dentro de los límites de la revuelta poética. En ambas subyace la intención de transformar el texto y la realidad.