Desde hace unos meses, el proyecto de las ciclovías, habilitadas por el Ayuntamiento del Distrito Nacional, está bajo un ataque feroz de una parte de la ciudadanía que piensa y vive la ciudad desde los vehículos de motor privados y el transporte público deficiente que tenemos. Siendo justos, en realidad las quejas contra la ciclovía van más dirigidas al tramo de la Bolívar, especialmente desde la bifurcación de la avenida Máximo Gómez con José Contreras hasta cruzar la avenida Alma Mater.
En general quienes piden que se elimine la ciclovía esgrimen dos situaciones: 1. Causa un entaponamiento terrible producto de que se destinó medio carril para los ciclistas; y 2. la usa poquísima gente. Realmente, el problema del tráfico y del tránsito en Santo Domingo, en cualquiera de sus calles e intersecciones no tienen nada que ver con la habilitación de nuevos espacios como la ciclovía.
El tapón en el tramo de la Bolívar, especialmente desde la bifurcación de la Máximo Gómez hasta la Alma Mater, siempre ha existido, siempre ha estado ahí, siempre la gente ha perdido mucho tiempo precioso de su vida esperando que avancen los vehículos. Desde mi experiencia, que viví en el tramo de la Bolívar con Alma Mater antes de la ciclovía y luego de que la habilitaran con sus pilotillos, no hubo ninguna diferencia en cuanto al flujo de vehículo y el tapón. De hecho, pienso que no la hay porque igual paso por ahí con frecuencia y siempre está el tapón que antes de la ciclovía existía.
La ciudad no solo se compone de quienes transitamos en vehículos privados y queremos ensanchar nuestros privilegios.
Lo que sucede es que ahora hay un chivo expiatorio para culpar el tapón tradicional de ese tramo y así omitir las verdaderas causas de este caos en tránsito que tenemos en Santo Domingo.
Lo otro de que la ciclovía la usa poquísima gente, es quizá el único punto que realmente sirve para evaluar la efectividad de la política pública detrás de la habilitación de la ciclovía y cómo mejorarla; pero no para que esta sea eliminada. Una respuesta pronta a este tema es que por simple percepción podemos igualmente decir que las aceras en el Distrito Nacional las usa poquísima gente. Y quizás sea así, pues fuera de tramos muy específicos de la ciudad (parte comercial de la Av. Duarte, la Zona Colonial, y algunas partes de avenidas del Polígono Central), realmente las aceras no se ven aglomeradas de personas. Entonces, ¿eliminamos las aceras para habilitar más carriles porque las usa poquísima gente?
Hace un tiempo escribí en esta columna que “las ciudades son el espacio territorial primario de desarrollo de las personas y por ello, las ciudades ya no se piensan solamente bajo la sola lógica del territorio donde vive una importante aglomeración de personas, sino como los lugares donde debe garantizarse el efectivo ejercicio de los derechos fundamentales de las personas.”
La movilidad es un derecho y como tal debe ser garantizado por el Estado a través de la estructuración de políticas públicas que integren una diversidad de medios de transporte para que la gente pueda trasladarse hacia sus puntos de interés y efectuar sus actividades cotidiana. Las ciclovías son parte de las políticas de movilidad que toda Administración debe tener pues las personas que optan por usar la bicicleta como medio de transporte o que desean transitar en bicis por la ciudad de forma recreativa, tienen el derecho a una movilidad segura, lo cual es uno de los objetivos de las ciclovías.
Una razón más para sostener las ciclovías es que el esquema tradicional de movilidad fomentado desde finales de los años noventa no funciona y lo que ha provocado es este tránsito y tráfico caótico en el que vivimos en el Gran Santo Domingo. La experiencia nos ha enseñado que más carriles, más tapón, más elevados, más tapón, más túneles, más tapón.
Podemos eliminar la ciclovía y eso no va a solucionar el tapón ni el caos de esos tramos, lo que va a hacer es volver a potenciar los peligros que tienen las personas que optan por la bicicleta como medio de transporte en una ciudad tremendamente hostil para estas.
La ciudad no solo se compone de quienes transitamos en vehículos privados y queremos ensanchar nuestros privilegios. La ciudad es diversa, es plural y debe ser pensada para que todos podamos desarrollarnos y ejercer nuestros derechos. Lo anterior implica que necesariamente las políticas de movilidad deben ser integrales, es decir, que no solo fomenten el transporte tradicional, sino que se cree una red de movilidad que incluya todos los medios de transporte, desde caminar hasta el metro, pasando por las ciclovías y el uso de la bicicleta como una alternativa de transporte.