Desde su temprana edad, Emilio Cordero Michel se sintió a disgusto con determinadas formas del convencionalismo en la vida familiar, social, pública y privada, al tiempo de mantener su extremo rigor y apego a la esencia de las cosas, sobre todo, de los seres humanos, a su alta valoración de los lazos familiares, de amistad y de los mejores intereses de su país. El rechazo al convencionalismo y la maduración de los referidos valores lo llevaron a asumir un firme compromiso político que lo convirtieron en un destacado insurgente en un momento estelar de vida política del país y en un destacado militante de la idea de una reorientación de la historiografía dominicana en los años 60, dejando su impronta académica en varias generaciones de historiadores que con su producción enriquecen esa nueva perspectiva del análisis histórico introducida por él y otros historiadores.
El Emilio historiador, de profunda gravitación en la historia política dominicana por ser uno de los insurgentes de la insurrección contra el régimen golpistas de 1963, encabezada por Manolo Tavárez Justo, es bastante conocido y del mismo hablarán muchos. Es su esfera de hombre privado, sin embargo, lo que me interesa destacar. El, a diferencia de la generalidad de los hombres públicos, se rebeló contra el convencionalismo en el decir y escribir que de los hombres público se espera. Emilio decía y escribía lo que pensaba, sin convencionalismo e inclemente rigor, pero con serena honestidad intelectual y personal siempre respetaba la persona con quien polemizaba. En sus críticas y análisis de posiciones o hechos históricos siempre se apegaba a la verdad, sin importar sus lazos de amistad o familiares que eventualmente podía tener con personas relacionadas con esas cuestiones.
Esa inflexibilidad, ese desprecio al convencionalismo fútil que conduce al cinismo intelectual, político y social, jugó un papel determinante en su rechazo mordaz al mundillo del vedetismo grupal, por lo cual siempre se sintió más a gusto en la esfera de lo privado, al calor de sus familiares y de ese círculo de íntimos que tanto quiso y que tanto lo quisimos. Pero desde esa esfera de lo privado, desplegó su infatigable labor de intelectual público, corrigiendo y/o rescribiendo decenas de trabajos suyos, de sus pupilos, de diferentes autores (nacionales y extranjeros) y su fecunda labor de editor de la revista Clío y de diversas obras publicadas por la Academia Dominicana de la Historia. Quienes compartimos con Emilio los momentos felices o difíciles de su vida privada sabemos que detrás de su rigor intelectual y profesional había un generoso erudito.
Poseía un vasto y profundo conocimiento de la música, la Botánica, la agropecuaria, de los alimentos (excelente cocinero, aunque siempre cambiara las recetas), de la sociedad dominicana en general, de la flora y fauna del país y estaba siempre presto a compartir estos conocimientos, haciéndolo con gran sentido de la pedagogía. Si desconocía alguna información lo admitía con sabia humildad. Fiel a su concepción marxista de la historia situaba correctamente los contextos económicos en que analizaba los hechos históricos y el origen de las fortunas de muchas familias. Fue el Limón Agrio dulce y tierno con sus hijos, con su compañera y amigos; para ellos de él eran las primeras llamadas los días de cumpleaños, los 25 de diciembre y año nuevo. Un hombre generoso, austero, de cáustico sentido del humor, insurgente eterna y desafiantemente impenitente. Un Prócer.
En ese sentido, sus cualidades personales se corresponden exactamente con la dimensión del Emilio hombre público excepcional, como lo fue su hermano José, que se inmoló en la expedición del Catorce de Junio del 1959, otro insurgente, uno de los intelectuales más destacado que, armas en manos combatieron la tiranía de Trujillo. Emilio honró la memoria de su hermano, llevando una vida sencilla y digna, siempre intransigente con sus principios, con la defensa a ultranza del país y siguiendo la tradición de insumisión e insurgencia internacionalista de los mejores hombre y mujeres de nuestro país y del Caribe. Emilio se nos ha ido físicamente, pero su espíritu se mantiene vivo porque él es parte de “la llama augusta de la libertad” que jamás se apagará.