La República Dominicana vive en período de elecciones permanentes. Es uno de los países donde la campaña electoral es continua, a pesar de las leyes electorales que regulan y  ponen límites a los actos de campaña. En el ambiente popular se expresa con frecuencia que a los dominicanos les encanta la política; la asumen como un deporte más, junto al béisbol; les permite realizar acciones de sobrevivencia para la obtención de beneficios particulares con los que satisface necesidades domésticas; y, además, logra aliados que les sirven de puente para acceder o afirmarse en las estructuras gubernamentales. Asimismo, les facilita, imaginarse que tienen  poder y que están ejerciéndolo. Los grupos que hacen el coro y dinamizan la campaña electoral se entregan con el cuerpo y con el alma a la causa mientras reciben colaboración económica, apoyo para combustible; y, como se observó en las Primarias, su trabajo fue resarcido hasta con alimentos. Estas personas desarrollan una fidelidad cambiante al líder que lo contrata, más efímera que duradera. Si otro líder paga más y a tiempo, trasladan con la mayor agilidad su emoción y su acción política a donde sea. El período  eleccionario es una ocasión propicia para  movilizar la maquinaria del tráfico de influencia.

En este contexto, tranquilizar la conciencia solo con la denuncia de hechos que afectan la institucionalidad de la nación y la credibilidad constituye una falta grave a la ética y una carencia de compromiso ciudadano de las personas o instituciones que se reservan la posición de denunciantes de los problemas. Las necesidades de la sociedad dominicana no se satisfacen con que personas y organizaciones se mantengan estáticas; sin activar su responsabilidad ni involucrarse activamente, desde su esfera de acción, a la búsqueda de soluciones a los problemas que afectan a la democracia, a la economía y al ámbito socioeducativo. Las elecciones Primarias celebradas el 6 de octubre testifican que la democracia dominicana está en cuidados intensivos. Esta paciente requiere atención; y para proporcionárselo conforme a su estado, se ha de producir una adhesión incondicional para trabajar a favor de su recuperación integral. Si esta integralidad se hace efectiva, los problemas económicos y socioeducativo se recomponen, se activan poco a poco. Sin embargo, si se dejan morir los residuos de democracia que tiene el país, son tan culpables los que asumen la postura de espectadores como los que son acusados de empujarla al estado clínico en el que se encuentra.

Ante esta situación, las Instituciones de Educación Superior(IES) de la República Dominicana han de tomar partido en la recuperación del sistema democrático dominicano. Su trabajo prioritario debe ser aportar para devolverle la salud y su capacidad de transformación social. Estas instituciones educativas están siendo urgidas por la sociedad a pensar como comunidad científica; a poner en acción una visión y una estrategia que han de descartar el inmediatismo. La academia ha de interpretar con el rigor de las ciencias y con inteligencia social el escenario multivariado de las elecciones de 2020. Esta ha de actuar como ente motivador y ejecutor de acciones y de procesos que restauren la democracia política, económica y social. Se espera que aterrice sus conceptualizaciones políticas desde la reflexión en la acción. La recuperación de la democracia ha de empezar desde dentro de la academia y, para ello, se ha de propiciar una mirada interna que sitúe la complejidad socioeconómica y política en todos sus órdenes, También ha de preguntarse qué tan democrática es la participación estudiantil y docente en su seno; y qué tan democrática y participativa es la gestión de la institución. Se ha de colaborar desde la práctica interna.

Las elecciones de 2020 esperan también, de las Instituciones de Educación Superior un servicio especial de veeduría para que la democracia y los derechos de los actores del proceso se respeten y se sostengan. Estas no pueden aislarse ni dormirse; tienen un rol protagónico en la construcción de una nueva cultura democrática; y, especialmente, en la defensa de una participación electoral signada por la equidad y la justicia. Para responder con la adecuación y pertinencia necesaria, las IES han de asumirse como entidades interdependientes y corresponsables en la misión que las convoca en el 2020. Es necesario ponerle atención a los valores y principios compartidos, para establecer alianzas que prioricen la formación científica y la intervención sociopolítica transformadora. Las Instituciones de Educación Superior han de saltar la valla para construir en la acción una ciudadanía comprometida. ¡Todos, a fortalecer la democracia y a instaurar una cultura distinta en las elecciones de 2020!