¿Quién es culpable de lo ocurrido en Bolivia?
¿Acaso las masas, sobre todo jóvenes, desbordadas en las calles protestando contra una elección a todas luces fraudulenta, y por consiguiente, ilegítima?
¿El pueblo reaccionando indignado frente a un intento de dictadura encubierta bajo el manto de una adulterada elección democrática?
¿La Policía y las Fuerzas Armadas que se negaron a reprimir a los manifestantes?
¿No fue acaso el propio Evo Morales, cegado por la ambición de continuar en un cargo del que anteriormente había confesado estar enamorado y que pretendía hacerlo vitalicio, violando previamente un referéndum convocado por el mismo donde el pueblo había rechazado sus pretensiones, resultado que luego desconoció contando con la complicidad de jueces cómplices y sumisos, la Constitución que le prohibía de manera terminante presentarse como candidato a la presidencia por nueva vez, y finalmente apelando al tortuoso recurso de tratar de violentar el resultado adverso de las urnas con el más grosero intento de fraude?
Pocas veces en la historia electoral del Continente una elección había dado tan palpables demostraciones de resultar amañada concitando el inmediato repudio popular. La verificación llevada a cabo por los técnicos de la OEA fue la confirmación concluyente de la vergonzosa manipulación del proceso.
Llama la atención la forma adulterada en que algunos gobiernos están enfocando la renuncia de Evo Morales, donde al condenar lo que califican de “golpe de estado y ruptura de la institucionalidad democrática”, evaden hacer mención en lo absoluto a la cuota de responsabilidad que corresponde al mandatario, a sus reiteradas violaciones anteriores a esa misma institucionalidad frente a las cuales jamás alzaron su voz ni mostraron el menor signo de rechazo, y al vergonzoso intento de mantenerse en el poder por vía del fraude. Esos polvos que levantó el propio Morales han traído los lodos que lo han sepultado.
¿Quiénes son realmente los enemigos de la democracia? ¿El autor del fraude o quienes se opusieron a el y lo hicieron fracasar? ¿Era acaso la burlada mayoría del pueblo boliviano la que debía someterse sumisamente al grosero intento continuista bajo la absurda premisa de mantener una supuesta institucionalidad ya de por si quebrantada con el fallido intento? ¿Acaso hay otro culpable que quien violó el sagrado principio de respetar la voluntad popular, base fundamental en que se asienta el sistema democrático?
Ese mismo Evo Morales que en un momento llegó a concitar respaldo y simpatía por el hecho de ser el primer mandatario indígena elegido para dirigir los destinos de su nación, seducido por la más desmedida ambición de poder prefirió copiar el viciado modelo continuista de Nicolás Maduro en Venezuela para concluir su largo ciclo de tres períodos de gobierno del modo más vergonzoso como un violador y secuestrador de la voluntad soberana de ese mismo pueblo que juró respetar y salvaguardar.
Ahora está pagando las consecuencias. Es un triste final del cual es el único responsable. Evo Morales cayó víctima de su propia trampa, de su desmedida codicia de poder. Es el verdadero y único culpable de su caída. Y ello debía servir de ejemplo y advertencia para quienes traten de imitarlo.