No soy dado a descalificaciones emotivas ni antojadizas, así que en el feriado de la Semana Santa acopié un grueso legajo videográfico y escrito de Ramfis Trujillo. Lo examiné sin cargas prejuiciosas para edificar mi propio juicio. El interés era saber si el ruido de su temprana aspiración estaba justificado en alguna propuesta interesante de la que me estuviera perdiendo. Escuché, vi, leí y analicé una y otra vez sus entrevistas, discursos e intervenciones públicas. Consumí más de tres horas tratando de dar con alguna condición excepcional o con un discurso robusto que marcara la diferencia con la retórica política convencional. El ejercicio, además de extenuante, fue una prueba severa a mi paciencia. La conclusión fue decepcionante y confirmó lo que sospechaba: ¡el tipo es pura burbuja!
Sin embargo, debo admitir que el nieto de Trujillo tiene dos virtudes provocadoras: su apellido y un temperamento atrayente. El muchacho es espontáneo, jovial, cercano y simple, pero de ahí a acreditar un liderazgo relevante hay un abismo. Pensarlo es atrevido. Esa personalidad ha prendido algunos fervores en gente cansada de los mismos liderazgos políticos, pero el novel aspirante no puede lucir otra condición que pueda sobrepujar la fuerza evocadora de su apellido, sobre todo en un momento como el que vivimos, saturado y crispado de consignas de patriotismo y orden, marcas que le dieron personalidad a la tiranía de su abuelo. Esa es la razón de que su discurso tácito (simbólico) sea más fuerte que el explícito (real). Haciendo una analogía, el nieto de Trujillo me recuerda a una muchacha bella que despierta fantasías exuberantes hasta que abre la boca. Su discurso es vago, frívolo y emotivo, por eso termina apelando al único argumento que lo avala: soberanía e inmigración haitiana.
Es patético escuchar el simplismo conceptual (casi irresponsable) con el que aborda y propone soluciones a problemas estructurales. El tipo desconoce premisas básicas de la realidad económica y social dominicana y dudo de que tenga capacidad para sustentar un debate sustancial sobre temas sensibles, fuera del muro fronterizo y la fanfarronada patriótica. En una de sus conferencias en New York lo escuché apoyar con datos inventados y cifras imprecisas afirmaciones sobre realidades y políticas públicas. Sus planteamientos son tan débiles como ingenuos.
Lo de Ramfis es puro oportunismo manejado con acierto estratégico. Es un producto de las circunstancias. Dudo de que la euforia desatada en un sector social minoritario pero muy duro (fundamentalmente por el asunto haitiano) resista el tiempo y las contingencias de nuestra corrosiva dinámica electoral y este destape se quede en lo que parece ser: un striptease.
Ramfis es tema porque abundan pocos. La agenda política está virtualmente desierta. La culpa del Gobierno por la corrupción lo mantiene mudo; las contestaciones sociales, dormidas; y los partidos de la llamada oposición, ocupados en trabajos organizativos (o vegetativos). De manera que la “ramfimanía” no deja de ser un ocio de temporada con una vida útil en conteo regresivo. Es un romance que se sostiene en la pasión y no en la razón. ¡Puro verano emotivo! No obstante, pienso que su irrupción electoral sí fragmenta el espacio ganado por las fuerzas nacionalistas. Puede que sin proponérselo ni sospecharlo terminen trabajando para Ramfis. De manera que el desafío de ese sector es deslindar claramente el terreno porque la amenaza no declarada de Ramfis es capitalizar (¿o usurpar?) su cuota. No dudo tampoco que la sorpresa de Ramfis sea atraer más votos que los candidatos minoritarios y emergentes. De ahí que el beneficiario indirecto de su rendimiento electoral sea justamente el oficialismo que dice combatir porque fraccionará aún más el voto de una oposición dispersa, inhibida y débil.
A pesar del cuadro descrito, me imagino que Ramfis está viviendo intensamente su momento de espumas, creyéndose hasta lo que duda. Para él es un ensayo deportivo de la política y una manera de confirmarse interiormente frente al resentido destierro de la memoria familiar. Una suerte de venganza histórica. Ese será su mayor logro. Lo de presidente… ¡bueno!… ¿qué les digo?… es su derecho; total, aquí miles de hombres y mujeres son acosados cada día por esa idea errante, un espejismo del perturbado ego político instalado en nuestros genes como un legado imperecedero de su abuelo. Mientras esa obsesión se aposenta en más mentes frágiles, solo los últimos dos gobernantes suman casi veinte años sin soltar… y ¡aspiran a volver! Así, que en ese escenario lo haga Ramfis ni va ni viene: más condimento para el sancocho. ¡Buen provecho!