La suspensión “súbita” de las elecciones municipales por parte de la JCE representa una siniestralidad política con múltiples y amplias consecuencias traumáticas y afectaciones psicológicas por las cuales muy pocos se interesan por ignorancia o perversidad.

Desde la perspectiva de la Psicopatología Política  se pueden encontrar las desviaciones personales e institucionales de los motivos ocultos y visibles de la suspensión electoral y sus responsables, así como los indicadores patológicos que contribuyen al debilitamiento de la democracia dominicana y que ponen de relieve que la misma está en crisis y que está pasando por un momento oscuro.

Ante las reacciones ocasionadas por la suspensión electoral, representantes del sector político, del sector privado y del sector religioso, bien intencionados tal vez,  muestran su preocupación por el respeto a la institucionalidad del organismo electoral. Una clara manera de “estar y no estar”, de “ver y no ver”. Olvidando  que la crisis de la  eficiencia del organismo electoral no hace más que aumentar la crisis de su legitimidad creando además mucha incertidumbre de cara a las elecciones presidenciales y legislativas de mayo próximo de este año.

Los defensores de una tutela política mediatizada, sin embargo,  poco dicen de   su preocupación por el impacto traumático en más de 7 millones de ciudadanos votantes cuya participación ciudadana en esta crisis electoral no consiste sólo en manifestarse, hacer huelgas y otras formas de movilización admisibles en el espacio público, sino que también dicha participación debe ser importantizada y reconocida para un necesario diálogo democrático libre de autoritarismos disfrazados. El pueblo habrá de hacer respetar sus rebeldías y sus derechos electorales. 

El sigilo patológico y entrampado de la “suspensión electoral” por parte del organismo electoral esconde la verdad a los ojos del pueblo. Convierte las elecciones  en una cuestión de “ingeniería cívica” y de simple gestión de problemas, manejando las elecciones a lo externo y a lo interno como algo sagrado de cuya administración y cuidado  son ellos los sumos sacerdotes, manifestación insana de  un “solipsismo político” que violenta los principios democráticos.

Otra nota psicopatológica de la nebulosa suspensión es la “negación psicótica”,   un destructivo tipo de mecanismo de defensa que cognitivamente puede ser un rechazo de percepción de un evento que se impone en mundo exterior y que pone de relieve una afectación de la capacidad de captar la realidad.

Esto explica la cuestionable actitud de la JCE de restarle importancia al acontecimiento traumático electoral “dilatando” y restando importancia a la investigación del caso que debe realizarse rigurosamente  para definir los niveles de responsabilidad  individual e institucional de quienes debían asegurar la calidad de los procesos electorales confiados a ellos. Responsabilidad mermada que termina siendo una muestra mayor de cinismo, como expresión de una personalidad esquizoide.

Para ilustrar las consecuencias del trauma electoral 16-F referimos  al caso de las elecciones presidenciales de 2016 en EE.UU. Fueron una “experiencia traumática” con consecuencias psicológicas comparables a haber presenciado un tiroteo masivo para algunos jóvenes del país, según un estudio publicado hoy en el “Journal of American College Health”. Los síntomas observados en algunos jóvenes se corresponden con los que a menudo se encuentran entre los pacientes de trastornos por estrés postraumático (TEPT).

En el caso del trauma electoral F-16, dado los niveles de frustración, de conflictividad, de desesperanza, de desilusión política, de incertidumbre, de violación del derecho al voto y la indignación por el  “voto burlado” vinculados   al evento traumático que ha afectado sensiblemente a millones de dominicanos, es más que evidente que la suspensión de las elecciones ha  generado en los votantes  un “trastorno de estrés postraumático”, TEPT.

Según el DSM-5 el TEPT consiste en “alteraciones negativas cognitivas y del estado de ánimo asociadas a un suceso traumático, que comienzan o empeoran después del suceso traumático. El TEPT aparece cuando los pensamientos y sentimientos de un evento  angustian profundamente o causan problemas en la cotidianidad.

Entre los síntomas del TEPT se encuentran: el comportamiento irritable y arrebatos de furia que se expresan típicamente como agresión verbal o física contra personas u objetos; comportamiento imprudente o autodestructivo; hipervigilancia; respuesta de sobresalto exagerada; problemas de concentración; alteración del sueño; disminución importante del interés por actividades significativas; sentimiento de desapego o extrañamiento de los demás. ¡Eso ha generado el 16-F!

El trauma electoral 16-F también ha permitido observar en los miembros de la JCE un comportamiento “adiaforizado” o de ceguera moral, de idiocia moral  que les hace actuar como si las cosas que pasan son insignificantes y que no le pasan a los otros.

Los miembros del organismo electoral ignoran las implicaciones del trauma electoral F-16. Carecen de sensibilidad social y política y dan señales de padecer  un “trastorno de identidad disociativo” que obnubila, bloquea y genera irritadas mediocridades como herramienta para difundir el pánico moral.

Todas estas patologías electorales presentes en el trauma electoral 16-F generan grandes males políticos. Estamos frente a una democracia electoral  patologizada y contagiada por los mismos males que destilan los que intentan administrarla y conducirla desde la JCE.

La ausencia de un sistema electoral limpio acelera los males que generan una fatiga de la democracia. Necesitamos de esfuerzos conjugados  para sanarlo y depurarlo. La inercia política no es el camino. Mucho menos el miedo. ¡Comencemos ya!