“Es la vergüenza la que reprime el impulso a violar las leyes y frena la voluntad de corrupción” (Leonardo Boff).

Vergüenza, proviene del latín verecundĭa, y uno de los diccionarios online https://definicion.de la asume como “la turbación del ánimo que se produce por una falta cometida o por alguna acción humillante y deshonrosa, ya sea propia o ajena”. Sabemos que la sociedad que tanto pide de pulcritud, honestidad, transparencias y otras barbaries de moda, está cómoda y hasta feliz con el comportamiento mostrado por los bandidos, porque ellos son la expresión del éxito, la astucia y la sagacidad por haber llegado tan lejos. Una sociedad que no mira con buenos ojos a los fracasados, sólo le queda bien sus actos de atrición o pesar, sin trascendencia. Uno llega a preguntarse entonces: ¿es que somos hipócritas o sinvergüenzas?.

Las comunidades regadas por todo el país, le da vergüenza en su mayoría, ver transcurrido el tiempo y proseguir guardando con reciedumbre lo restante, hasta apostar para que esos gobiernos locales sean sepultados en la cloaca que les guarda la historia. Nos poblaron de villanos, sicarios, caudillos y caciques arrogantes que enaltecidos hasta el lugar de “pequeños dioses”, han hecho y deshecho bajo el amparo de una elección por cuatro años, que algo más que un castigo  o maldición no puede ser alterado. Y a esto le llamamos democracia, porque se puede repetir el mismo merengue con orquestas diferentes, cada quien a su gusto. Todos esos megalómanos paridos por las urnasa lo largo de los años, aprenden a mandar de paseo a los escrúpulos (Frei Betto, Secreto de Corrupción). Nada le inmuta, nada le conmueve, nada le atormenta, alteran el volumen del llamado de la conciencia para no escucharla y hasta llegan a desactivar sus silbidos. Pero, los otros más osados anulan sus voces para que nada le atormente.

Ha pasado el tiempo a duras penas, no obstante nos queda la vergüenza. “Es la vergüenza la que reprime el impulso a violar las leyes y frena la voluntad de corrupción. Ya para Aristóteles la vergüenza y el rubor eran indicios inequívocos de la presencia del sentimiento ético. Cuando faltan, todo es posible. La vergüenza pública obligó a Nixon a renunciar a la presidencia. Cada cierto tiempo, vemos a ministros y a ejecutivos importantes teniendo que pedir la dimisión inmediata por actos vergonzosos. En Japón llegan a suicidarse por no soportar la vergüenza pública. Sentir esa vergüenza es tener un límite intraspasable. Violado, la sociedad desprecia a su violador, pues sin límites no se puede convivir”. (Leonardo Boff).

Donde quiera que me desplazo, dentro de la geografía nacional, la desvergüenza copa los gobiernos locales, esos espacios más cercanos a la gente y sus preocupaciones dentro de las comunidades. Comunidades cayéndose a pedazos, porque vendieron su dignidad por un plato de lenteja como Esaú a Jacob (Génesis 25:27-34), seducidos por los cantos de sirenas. Sin embargo, esos patanes y aduladores, hacen con sus recursos lo que les viene en ganas, menos poner los oídos en su gente y el corazón en sus necesidades y aspiraciones. Muchos quieren seguir administrando lo que consideran una herencia familiar, y otros hacen lo imposible por volver del pasado sin enmiendas, sin actos de contrición, sin reivindicaciones para aplicar nuevas técnicas de manipulación y chantajes. Las comunidades deben tener la valentía de echarle en cara sus desvergüenzas y sus desatinos. Apostar por nuevos rumbos, sin tenerle miedo a las equivocaciones, pues “no importa equivocarse siempre que sea en favor del hombre” (González Ruiz).

He llegado al convencimiento pleno, que la mayor miseria de un ser humano es cuando pierde la vergüenza, ese sentido de responsabilidad (responder) frente a otros por sus actuaciones y dicho; y perder la vergüenza es haberlo perdido todo: la dignidad, el decoro, la responsabilidad, la palabra, el compromiso. Más le convendría, como dice la biblia, ponerse sobre el pescuezo una retahíla de bloques y lanzarse al mar para que alcance fondo.