(Recordando a mi amigo Tonito Abreu)

Mientras el cuerpo de Tonito estaba en la funeraria rodeado de amigos y compañeros, (que no es lo mismo ser amigo que ser compañero) yo me encontraba en la montaña atenta al parto   de mi vecinita de 15 años, que me pidió estar con ella.

Escogí estar al lado de la vida. Tonito lo entenderá, pensé.

Nos conocimos en el año   1967, y desde entonces, hasta nuestros últimos encuentros en su casa o en un café del Barrio Latino en Paris, nuestra relación estuvo basada en la confianza. Compartimos historias del pasado, nos cruzamos secretos y desmenuzamos conductas sustentadas en egos patológicos. Y por cualquier ocurrencia graciosa, que nunca faltan en la guerra, nos reíamos con ganas.

El 21 de abril de 2006, un grupo   viajamos   a Paris invitados por la Fundación de Militares Constitucionalistas, para agradecer ante el Congreso Francés el apoyo del presidente Charles de Gaulle a la lucha de abril y su condena a la invasión norteamericana. También, a rendir honores a André Riviere, veterano francés que murió entre nosotros en   1965.   André descansa en el Cementerio de la Avenida Independencia con el escudo dominicano en su pecho y la gratitud del pueblo, pero queríamos llevar flores al lugar donde descansan los que como él, murieron lejos de su Patria, combatiendo por la libertad.

Y allí estaba mi buen amigo, el doctor Antonio Abreu, cónsul dominicano en París.

Tonito era extrovertido y alegre, de los que ríen a carcajadas. Repetía con gracia, cuanto le gustaba mi forma de contar los casos y las cosas; gozaba con mi mordacidad al narrar "hazañas" de muchos que decían ser y realmente no fueron nada. No me sorprendí cuando me llamó desde Paris para decirme que le encantó el artículo publicado en mi columna en Clave Digital sobre el teniente Cristiani. Su risa delataba cuánto lo había gozado. Me dijo que lo celebró con amigos, y por supuesto, para no dejar de ser Tonito, relajó con picardía sobre el affaire de Arlette y el teniente Cristiani. Era terriblemente simpático.

Tonito, te me fuiste "alante", pero     para que no me olvides, te mando el artículo por Celestial’s Express, para que lo rememores y te   rías a carcajadas entre los atardeceres y las salidas del sol, donde estoy segura, descansas en paz.

Izquierda, el teniente Jacques Dominique  Cristiani, embajador Piña Contreras, cónsul Antonio Abreu, ex embajador Garrido Lantigua y ex cónsul Gabriel Montero.  Plaza del Arco del Triunfo el 24 de abril de 2006. París, Francia.
Izquierda, el teniente Jacques Dominique Cristiani, embajador Piña Contreras, cónsul Antonio Abreu, ex embajador Garrido Lantigua y ex cónsul Gabriel Montero. Plaza del Arco del Triunfo el 24 de abril de 2006. París, Francia.

El teniente francés

Eran las 10 de una   mañana de primavera parisina del día 24 de abril de 2006.   Debajo   del Arco del Triunfo, un grupo de compañeros constitucionalistas depositábamos flores en la tumba del soldado desconocido en un acto impresionante; recordábamos a André Riviere, el valiente combatiente francés que vino a pelear junto a nosotros y murió en defensa de la soberanía y la dignidad dominicanas en 1965.

Imposible contener las lágrimas y detener   los pulsos.

Los encargados del protocolo nos dirigían y varios miembros de la Asociación de Veteranos de la República Francesa nos escoltaban. La señora María Paula Caamaño, el vicealmirante Manuel Ramón Montes Arache y yo, colocamos con veneración, los lirios, las rosas y las margaritas, aderezadas con el perfume   de las espigas de lavanda.

Nos rodeaban, el embajador Piña Contreras, el cónsul doctor Antonio Abreu,   el ex embajador Garrido Lantigua,   el vicecónsul Caminero y el mayor Sención Silverio, así como   los capitanes Jiménez Germán, González González y Vidalin Pujols y sus esposas. Completaban el grupo los cadetes Andrés Fortunato, Gabriel Montero, Arelis, Nelka y mi preciosa hija Oleka, que fungió de traductora de la delegación y hace años que reside en París.

Todos, sin advertirlo, estábamos acarreando inmensas olas de amor para sacar de la historia y del mundo de la ternura a los verdugos del recuerdo.

Firmamos el libro de visitantes y la   reunión   se fue desgajando. Distraída, ante la imposibilidad de pensar en algo concreto en momentos tan excitantes, sentí el abrazo del teniente de la armada francesa,   Jacques Dominique Cristiani, veterano de la Segunda Guerra Mundial, quien, en vez de terminar el saludo protocolar, acercó su rostro al mío   y   me inmovilizó con su mirada que percibí seductora; yo la devolví con un lenguaje intencionadamente provocador.

El teniente Cristiani, de más de 90 años, ostenta en su pecho las condecoraciones de Oficial de la Legión de Honor, la Medalla de la Resistencia de Francia y la Medalla de Francia Libre, entre otras, que se desparraman ordenadamente en su uniforme visiblemente raído por el tiempo y apuesto a que, también, por las batallas ganadas a la vida.

Jacques Dominique Cristiani, de tan baja estatura que dan ganas de acunarlo, tomó mi mano para besarla y con manifiesta hombría y elegancia  me acercó más  a él y   nuestras  miradas volvieron a encontrarse, intensas y desafiantes, pero en la de él  no había dudas del mensaje: “Aquí, Madame, el que manda soy yo”.

Y me encantó ser dominada.