No es fruto del azar. Quienes lo padecen, lo adoptan o lo defienden conocen claramente sus efectos.  Saben muy bien  que el control ejercido sobre el poder por oligarquías o partidos que acumulan recursos económicos o políticos le facilita  imponer sus decisiones a unos ciudadanos reducidos al papel de electores.

No puede adoptarse sin saberse merecedor de culpa y de “pecado” como Adán cuando violó el orden establecido por el Creador. Porque parece estar más cerca de la perversidad política que de la ingenuidad política, a juzgar por el grado de contaminación que produce en la democracia haciéndola más débil y confusa.

La democracia es débil  cuando genera relaciones duales o confusas que se manifiestan como falta de armonía entre el discurso y las ejecutorias de un gobierno, amplificadas por fuertes y repetitivas campañas mediáticas, caras, complacientes y fanatizadas.

Pero estas confusiones no pueden mantenerse ocultas. Siempre salen flote. Se manifiestan como “síndromes” o señales poco sanas de los gobiernos y sus integrantes, llegando a considerar que ellos son los únicos que tienen mandato para pensar y decidir y que sus actos no están encuadrados en un régimen democrático que obliga a lo contrario.

La comprensión de lo que es un “síndrome” contribuye a la evaluación del peso de su peligrosidad. ¿Qué entendemos por síndrome?  El término síndrome (de la palabra griega syndrome "simultaneidad") se define como “un estado patológico asociado a una serie de síntomas simultáneos”.

Se dice también del conjunto de signos o fenómenos reveladores de una situación generalmente negativa. En una ampliación del alcance del término, síndrome se suele utilizar ahora como sinónimo de una amplia diversidad de términos, entre los que se encuentran: “enfermedad, complejo de síntomas, signo, manifestación y asociación”.

El  Síndrome de Adán hace referencia al personaje bíblico. Según dice en el Génesis, cuando Dios creó a Adán, lo dejó sentado en una roca y fue poniéndole nombre a todas las cosas que veía. Adán fue el primer hombre. Todo estaba por hacer cuando el existió.

El Síndrome de Adán es el nombre coloquial que se le da a un tipo concreto de actitud arrogante. En el ámbito político es el nombre que se le da a un tipo concreto de actitud de autosuficiencia desligada de las necesidades y demandas de los ciudadanos.

Se aplica sobre todo a las organizaciones públicas  y tiene lugar cuando algún funcionario o líder descalifica todo lo que le se ha hecho hasta el momento; su objetivo es el de inaugurar “su propia nueva realidad”. En este síndrome prima el afán de  empezar todo de Cero.

Quienes padecen el Síndrome de Adán se sienten los fundadores de un mundo nuevo con un diseño personalista. Es un trastorno psicológico que se presenta en líderes, funcionarios y políticos con poca formación y experiencia o demasiada arrogancia y que padecen de una furia nominativa  que les hace creer que al cambiar el nombre cambian la realidad.

En el Síndrome de Adán, los funcionarios en su mayoría de elección popular (presidente, legisladores, alcaldes y otros), pero también de ahí para abajo, creen que el mundo comienza con ellos y que todo lo realizado por sus antecesores es deficiente y debe desecharse . La frase de cabecera de estos adanes es: “Nada ha funcionado pero llegué yo, y mi estrategia es infalible”.

Pero el Síndrome de Adán lo llega sólo. Suele venir de la mano del Síndrome de Hubris, un trastorno que se caracteriza por poseer un narcisismo exagerado, la aparición de excentricidades y el deprecio por la opiniones de los demás, creyéndose especial y único. Se conoce también como apego patológico al poder.

Los líderes y funcionarios que padecen el Síndrome de Adán, encadenado  al Síndrome de Hubris, adoran la primera persona. Su discurso está relleno de “yo”. Hablan más de lo que escuchan. Son  indiferentes a los temas ajenos. Sus palabras y obras tienen un pútrido olor caudillista.

 

Están encerrados en su burbuja. No aceptan llamadas de nadie. No responden correspondencias de nadie. Se hacen invisibles. Se aíslan y terminan sin redes de contacto. Se oponen a todo. Tratan de imponer siempre sus ideas. Ven las necesidades de los demás  como molestias inoportunas de pedigüeños.

Tienen su propio “plan de gobierno” y su propia versión de la democracia. Convierten sus despachos en castillos inalcanzables, con múltiples escoltas, ayudantes y otras parafernalias y rituales de islas particulares. Así funciona este trastorno. Este síndrome que contamina la convivencia democrática y el diálogo democrático.

El Síndrome de Adán también suele venir acompañado del Síndrome de Jonás.

Resulta esperanzador que el presidente de la República, Luis Abinader, manifestara recientemente que durante su gestión de gobierno no ha caído en el “síndrome de Adán”, de querer hacerlo todo desde cero. Soy de los que cree que su diagnóstico es sincero y veraz.

¡Ojalá que muchos de sus funcionarios aprendan la lección! ¡Y hagan el mismo juramento!