Continúo ahora con este trabajo, al tratar de presentar un planteamiento abreviado sobre cuál es el ser objetivo de la obra de arte. Es decir en qué consiste su materialidad, que es la manera como ésta se manifiesta básica e inmediatamente cómo obra material o física.
Doy este paso no porque haya concluido de tratar todas las implicaciones relativas a las afinidades y las diferencias que pueden desvelarse en las obra de arte con respecto a su belleza o fealdad.
Tampoco he agotado las principales derivaciones relativas a las posibles correspondencias de la obra de arte auténtica respecto a su participación en ese estado de hecho que conforma el Aura, es decir, decidir sobre el estatuto de su autenticidad y sobre la historicidad material de su integridad física y estructural en cuanto obra material.
Para dejarlo más claro al lector, resalto aquí el hecho de que toda obra de arte auténtica presenta una serie de marcas o cicatrices que vienen registradas en su historia y que son señales que delatan su carácter auténtico o menos. Por ejemplo, cuando una pintura un arañazo o una pérdida de un poco de pigmento de una capa de pintura superficial o algún menoscabo de una sección de su cuerpo originado por una caída o por un acontecimiento que la haga ser más individual porque ese evento deje huellas, algunas marcas en su cuerpo.
Lo que intento en ésta y en las próximas cuatro entregas de mi columna es especificar en qué consiste y cuál es la característica que define la materialidad constitutiva de la obra de arte. Creo que asumiendo una clasificación general de los objetos producidos por el hombre podríamos resumir, que toda obra de arte es inmediatamente una cosa o un utensilio, es decir, un producto con cierto grado de serviciabilidad para algo: ser útil para algo.
Sin embargo, enseguida debemos aclarar que no todo lo que acontece en una obra de arte termina ahí. Hay en ella algo más que es lo fundamental. Hay en ellas un no sé que que quedan balbuciendo, como expresa el magnífico verso de San Juan de la Cruz. Toda obra manifiesta algo esencial que sólo llegan a intuir aquellos que son capaces de penetrar su misterio.
La obra de arte en su interior, nos conduce hacia un mundo nuevo, diferente del mundo de nuestra cotidianidad.
A pesar de estar y ser constituida según su materialidad, nos habla de algo diferente a este aspecto inmediato, la materialidad. La obra se refiere a una realidad absolutamente distinta: toda obra de arte es fundamentalmente como significante: metáfora, y como tal nos tras-porta, nos lleva más allá de dónde estamos situados. Nos hace trascender: nos arroba y suspende fuera de nuestra inmediata realidad.
Igualmente, se podría decir que toda obra de arte es mediatamente alegoría. Alegoría es un término que en griego se dice en dos palabras: allo agoreyei, la primera se traduce como lo otro y hablar, clamar, llamar, recalcar algo diferente, es el significado de la segunda. Unidas significarían: hablar de lo otro; clamar por lo otro, referirse a lo otro.
Decir que la obra de arte es alegoría, indica que ella nos habla, nos llama, reclama nuestra atención; la obra constituye un llamado a prestar atención a algo que está más allá de nuestro mundo inmediato y cotidiano. La obra señala siempre hacia cierto rebasamiento o trascendencia de lo que nos viene inmediatamente dado, o donado.
También podríamos decir que, en la cosa que es la obra y a través de ella, algo se nos hace más próximo, algo que es más que una cosa.
Ahora bien, acercar, facilitar el encuentro, poner en relación, es el significado del término griego symbalíein, que traducimos con la palabra: símbolo.
La obra de arte se nos revelaría cómo símbolo.
La obra de arte, en una primera aproximación, sería alegoría y símbolo: metáfora.
La tarea que nos hemos propuesto es alcanzar la realidad plena de la obra de arte, con objeto de captar, mediante su análisis, la esencia del propio arte: cómo se revela, cómo es.
Para ello, el camino a seguir nos conduce a la cosa que es inmediatamente la obra, para desde allí determinar que es la obra como tal. Para iniciarlo deberíamos cuestionarnos: ¿qué es la cosa? ¿cuál es la esencia de la cosa?
Este es un camino muy largo. Por razones de oportunidad trataré de abreviarlo. Me limitaré, en consecuencia, sólo a lo necesario para hacerlo medianamente inteligible, dejando de tocar toda una serie de asuntos técnicos de interés solo para el filósofo.
En filosofía se denomina cosa, a todo cuanto es. Cosa es todo cuanto es algo, no importa el grado de su realidad.
A la cosa, en la filosofía tradicional, se le denomina también, con término técnico: ente.
Y según se puede intuir, este es un concepto muy amplio. Son entes o cosas, el agua que contiene una copa, la copa misma, el mar y el sol, la gaviota que vuela sobre el mar, las nubes del cielo, la silla donde reposo, la edificación en que nos encontramos, el árbol que da frutos y sombra, la melodía que escuchamos mientras nos relajamos, etc. Pero no sólo esto; en la filosofía, también, aunque nos parezca inadecuado, a Dios mismo se le ha considerado una cosa o ente, precisamente, el entísimo, es decir, el ente por antonomasia; y, asimismo lo es el mundo, que es algo impalpable, un grumo de relaciones. Desde este punto de vista, la obra de arte es una cosa en cuanto es ente, en cuanto es algo.
Sin embargo, generalmente, llamamos cosa a los objetos inanimados y a los fabricados por nosotros para nuestro uso.
Así, designamos propiamente como cosas a la piedra, a un trozo de madera, a un reloj, a una silla, a los zapatos.
Excluimos del orden de las cosas a los seres vivos: el pez, la gaviota, el árbol, las hormigas, el caballo; los seres humanos tampoco los consideramos como cosas. Pero si lo serían los vegetales, las carnes o los cereales que ingerimos para alimentarnos.
En lo adelante, entenderemos como cosas a los objetos inanimados y a los que producimos para nuestro uso, los utensilios, los útiles.
Nuestro asunto sería, de ahora en adelante, en nuestras próximas entregas, determinar la esencia y la estructura de estas cosas. Esto lo hacemos con la finalidad de indagar la realidad de la obra de arte que en su base es una cosa.
En la Historia de la Filosofía se han elaborado tres interpretaciones clásicas de lo que es la cosa. La cosa ha sido explicada como soporte de las propiedades que comporta, como unidad de una pluralidad de sensaciones, y como materia informada, esto es, materia que se amolda a una forma. A continuación nos referiremos sucintamente a ellas.