A Polibio Díaz, porque sé que él también conoce a través de su cámara la idílica y necesaria relación del crepúsculo con la nostalgia que trae el amor hacia el pasado.
I. Vimianzo-Javiña, La Coruña. 18 de agosto de 1973. En un segundo se puede atrapar lo que la mirada guarda de manera “espontánea” como expresión de plasticidad; fijar una figura, tributar a lo visto un efecto inefable, captar con curiosidad lo que se nos antoja como ilusión, como vivencia estética, o la conciencia de lo súbito limitada solo por el espejo del tiempo. ¿Tiene el tiempo espejos? Al parecer sí, y uno de sus atributos o motivos es ahora el excitante “selfie”, esa imagen propia que nos hace compañía, de tanta espontaneidad en su ejecutante, que sin ser trivial es un elogio al rostro, al ángel del rostro.
Belkiss Adrover una de nuestras más importantes artistas visuales, maestra de dibujo, escultora, pintora, fotógrafa, crítica, curadora, especialista en la obra de Abelardo Rodríguez Urdaneta, desconocida por desventura, se inició en la fotografía en la década del 50 con una cámara Zeiss Ikon. Recorrió con ella lugares de España, de Italia y de Francia que quiso conocer; era una auténtica viajera itinerante; gustaba de dejar un registro iconográfico de cada una de sus vivencias cuando su imaginación era atraída por el cielo azul, las piedras de un templo o la naturaleza vigorosa de los árboles, y se envolvía como testigo de todo lo que fluía a su alrededor de manera refrescante.
En 1973 Belkiss deja su Zeiss Ikon, y la sustituye por una cámara fotográfica de 35 mm Nikon modelo F para tomarse a sí misma su autorretrato, “selfie”, con las siguientes indicaciones: distancia del objetivo 6M, velocidad 60, diafragma 8, con flash, autodisparador; anotaciones al dorso de esta fotografía que presentamos, al igual que otras que nos permiten hacer las siguientes reflexiones.
II. Cómo llegué a conocer el trabajo fotográfico de Belkiss Adrover. En la década del 70 tuvo lugar un debate en el Museo de Arte Moderno de la ciudad de Nueva York. El director del Departamento de Fotografía del Museo, John Szarkowsji dio inicio a una polémica al formular con gran audacia una nueva teoría sobre el origen de la fotografía, acompañada por una muestra de pinturas y fotos curada por su ayudante Peter Galassi, titulada “antes de la fotografía”. El planteamiento expuesto fue el siguiente: “(…) la fotografía fue una invención estrictamente técnica que interrumpió el curso de la pintura al usurpar sus funciones. Consecuentemente, según se creía, la pintura debió hacerse abstracta para seguir teniendo validez.
Según Galassi, la fotografía no sólo fue un simple invento científico basado en principios de óptica y química (…) la invención de la fotografía, hacia 1830, fue parte de una evolución de una nueva visión pictórica desarrollada por artistas europeos hacia fines del siglo XVIII. En otras palabras, la pintura fue la involuntaria partera del nacimiento de la fotografía y, por lo tanto, la fotografía puede ser considerada como transmisora de una tradición artística, y no como elemento foráneo que cambiara el curso de la historia del arte”.
Esta idea se hizo más notoria por el hecho de que las obras seleccionadas para esta exposición, correspondían a artistas denominados “oscuros”, obras fragmentarias que debían más al ojo que a la mente, cuya visión estética del mundo, los presentaba como pioneros de lo que podríamos denominar, desde nuestro punto de vista, el closeup fotográfico-realista, entre ellos, el alemán Friedrich Wasmann (1788-1857) y el noruego Johan Christian Dahl, puesto que sus obras están enfocadas como a través de los lentes de una cámara.
Características similares, de la exteriorización del instante o la inmediatez, las hallamos, sin lugar a dudas, en la colección de fotografías “Mahón-Menorca” de Belkiss Adrover (Baní,1918-Santo Domingo, 1995), una apasionada por excelencia de la obra de Rembrandt, que la motivaría a hacer un estudio sobre la vida de este artista genial, de temperamento único, de quien escribió en 1969 : “Un día se rasgó la gasa gris del cielo de Holanda y una lluvia fina, fría, cayó sobre el féretro del más grande pintor de su época. Incomprendido, humillado, abandonado se alejó para siempre (…)”.
La obra fotográfica de Belkiss Adrover requiere un estudio y especial atención. Para hablar de ella es necesario recordar la idea expresada por Paul Delaroche de que es preciso “que el artista obligue a la naturaleza a pasar a través de su inteligencia y de su corazón”. En tal sentido estamos ante una obra reducida al muro-el cielo-y el agua, a los diferentes tipos de luz difusa, donde predomina un closeup fotográfico como si fueren vistas a través de una ventana o desde un edificio próximo al objeto captado, donde la faja del cielo es el escenario impresionista para crear su estética.
Adrover escribió en una de sus monografías de crítica que: “La historia del arte está llena de nombres incomprendidos, fustigados y rechazados (…). Las obras de arte son el reflejo de la época en que les tocó nacer, ellas representan los valores del espíritu de ese momento histórico, por eso al querer desentrañar la vida y la obra de un artista (…), necesariamente tenemos antes que comprender el momento histórico que le tocó vivir (…). El arte sintetiza la hora en el que nació, si los tiempos fueron violentos, luchas fraticidas o de clamores de libertad, el artista se ve arrastrado por la vorágine de su época (…)”.
Las fotos que presentamos en esta ocasión de Adrover corresponden a Mahón, la ciudad fortificada, legendaria, de una vasta vista, de navíos y hombres, levantada por siglos con una historia a las puertas de vestigios románicos y musulmán, cuya boca del puerto en la orilla sur revela el esplendor de su belleza mediterránea. Otras son vistas de Santiago de Compostela.
Al llegar al suelo de su padre, en 1973, Belkiss visitó el municipio de Villa Carlos, el sitio donde tuvo estudio el fotógrafo Frank Adrover Mercadel (1861-1924), para apoderarse del pasado, de más de seis décadas e infinitos sueños. Ella relata con estremecimiento y extraordinaria emoción que su casa (la del padre) “era una casa de piedra que conocí, fui expresamente, y al entrar nuestras almas se abrazaron”.
El legado fotográfico de Belkiss Adrover me ha permitido confirmar mi impresión de que siempre la memoria se asoma cuando estamos tristes, tristes por la partida, tristes por el abandono o decepción del amando, y tristes porque recordamos a la humanidad doliente, hambrienta, desesperada y sin esperanzas.
Estamos ante una obra visual reducida al muro-el cielo-y el agua, a los diferentes tipos de luz difusa, donde predomina un closeup fotográfico como si fueren vistas a través de una ventana o desde un edificio próximo al objeto captado, donde la faja del cielo es el escenario impresionista para crear su estética.
III. Y para concluir. Pienso, además, que los artistas son mensajeros que el universo hace viajar entre las vías lácteas, mensajeros que se aíslan en la contemplación o en un islote del océano estremeciéndose por el vértigo de una invisible adoración a los cuadrantes apacibles de los sueños.
Así percibo las fotografías de Mahón-Menorca de Adrover. Ahora son mi barco resplandeciente, para hacer que los viajeros se detengan en la geometría de las constelaciones, en los paralelos ad infinitum de lo hermoso.