No es un problema de audición que conduce a la larga a pérdida de la capacidad auditiva. Es mucho más que eso.
Tampoco es una molestia temporal o permanente capaz de hacernos la vida miserable en el vecindario, el parque, la calle. Es más que eso.
Ni siquiera vale mencionar que, en todos los casos, es una muestra de mala educación e irrespeto porque, ¿a quien le importa?
El ruido está en el mismo centro de todo lo que anda mal en este país, pero nadie parece darse cuenta y peor aún: la mayor parte de la gente lo soporta resignada.
El ruido es la clave, sobre todo, el ruido institucional, de colmadones, cherchas y sobre todo el de manufactura industrial que promueven a escala nacional las dos empresas más poderosas del ramo alcohólico: Brugal y Presidente las que mandan instalar torres y fuentes de ruido impresionantes que, con los letreros, envases y demás se han apropiado de todos los espacios públicos del país.
No hay municipio donde los fines de semana y muchas otras tardes y noches no sean instaladas estas baterías de ruido infernal en el parque; se mezclan, compiten entre sí y con los comercios vecinos, con otros infelices e insignificantes que equipan sus vehículos con máquinas de ruido que ya son equiparables a fuentes de poder y prestigio. La gente se ha acostumbrado a soportar esto, hablan voceando, se quedan sordos, nadie entiende nada y todo el mundo termina embotado y descerebrado, que es una de las finalidades perseguidas.
Los jóvenes y muchos otros que pretenden serlo, están dispuestos a hacer cualquier cosa para disponer de dinero y acudir a estas ferias patronales del ruido y si no lo consiguen se sienten seres desgraciados. La vida gira alrededor de la alienación colectiva, la imperiosa necesidad de olvidar las miserias cotidianas para entregarse en brazos del ruido y luego pretender que eran felices, que estaban disfrutando cuando en realidad solamente cumplían una parte del guión pautado para ellos.
El papel que la cultura del ruido juega en la sociedad dominicana ha sido ignorado por las autoridades y menospreciado por sociólogos e investigadores. Pero, el ruido es la clave y, cualquier campaña contra la delincuencia, aunque parezca extraño, debe empezar por un control riguroso de los niveles, horarios, lugares y frecuencias de ruido.
¿Pero que es el ruido, en realidad?
¿De donde deriva su importancia conductual?
El ruido es el centro de atención. Es el lugar donde “la cosa se mueve”. Es el punto para “ligar” y para encubrir; donde se sustituye el vocablo por el lenguaje corporal y las señas. Es el medio que pauta un sistema de valores y define una cultura. Hay que sumergirse y vivirlo, para olvidar y para creer que la vida reside y consiste en lo que provee. El ruido es de buen gusto en esa cultura. Incluso es señal concreta de poder por su volumen, por las marcas, por lo que se toca. Todo viene ya predefinido.
El ruido es una violación grosera de le ley pero se practica frente a todas los cuarteles de policía o ejército y nadie dice ni hace nada porque unos pagan para ello y otros creen o dicen ser felices en su medio. Nada de eso es verdad pero debe parecerlo.
La gobernación provincial tampoco dice ni hace nada. Ni el hospital cercano ni menos aun la parroquia que suele estar enclavada frente a esos parques. Pero no dicen nada y tampoco creen faltar a ningún deber. Son empresas poderosas las que difunden ese ruido infernal, pero a veces es alguien de la localidad que paga el peaje apropiado y también a veces es la ignorancia a los daños o miedo de los vecinos a enfrentarse a gente más poderosa que ellos.
¿Dónde se relaciona el ruido de los espacios públicos y también privados con el crimen? En la cultura de irrespeto, irresponsabilidad, banalidad, consumo, hedonismo y sexualidad que promueven, glorifican e imponen a los demás.
El ruido no desata directamente el crimen, solamente alimenta la cultura y los valores en medio de los cuales prospera como una manera de satisfacer las apetencias que promueve.
La vida social dejó de girar alrededor del trabajo, el estudio, la familia y los valores en que esta sociedad se sustentó porque la TV, la radio, el cine, los dominicanos ausentes, los turistas, los políticos y hasta muchos intelectuales le dijeron a la gente otro mensaje: que lo bueno, lo moderno, lo deseable, lo que da prestigio, lo que trae mujeres a los hombres y a las mujeres hombres y a cualquiera una pareja del mismo sexo es ese ambiente. No importa si te gusta o no, hay que asumirlo o tener tremenda personalidad para desafiarlo o ser demasiado pobre para no soñarlo.
La apropiación privada de los espacios públicos es un crimen, la tolerancia pública frente a ello o la abierta complicidad una vergüenza, el uso de esos espacios para imponer el ruido es otro crimen y el cuerpo social no tiene la más remota posibilidad de empezar un proceso de adecentamiento sin echar abajo los niveles de ruido general existentes en todo el país, base de la cultura que se ha creado y sin sustituir en los medios audiovisuales la imagen de los tipos listos y sinvergüenzas por otras que defiendan una cultura de valores. Vano empeño porque gente sin valores no puede promover aquello de lo cual carece.
Por eso el cambio no está todavía a la vista.