Suelen ser puntuales como los políticos en campaña durante una cuaresma morada católica. Arriban a la zona desde lejanas latitudes nórdicas, huyéndole al frío inminente del invierno. Surcan de repente a mediados o finales de noviembre las cálidas brisas en las planicies del sudeste árido de la península de la Florida. Luego, emigran hacia su punto de origen a finales de febrero o principios de marzo con la misma precisión de un reloj atómico suizo.
A su llegada a Miami, se dedican por instinto a sobrevolar la ciudad desde grandes altitudes. Avistan la panorámica sobre el horizonte con la precisión de un drone militar de ataque automático. Peinan el firmamento azul y soleado como quien define su territorio antes de descender en vuelos rasantes sobre basureros al descubierto, ya sea para descansar o para detectar o devorar en última instancia una ardilla, un gato o una culebra al descubierto.
El buitre negro americano también conocido como zopilote, jota, zamuro, gallinazo o cuervo, según la zona o región, es un ave depredadora y única de la especie del género coragyps. Sus dominios se extienden desde los Estados Unidos hasta los confines de Sudamérica. Sus alas alcanzan 1,67 metros. Posee un plumaje negro, cuello y cabeza grises sin plumas. Además un pico corto y filoso, en forma de gancho.
Sólo queda esparcido sobre el pavimento el plumaje curtido en sangre, como testimonio del final temerario y terrenal de un señor de los cielos, de un espíritu libre, ignoto, amo del firmamento, al parecer invencible y con mala reputación.
Una de las peculiaridades migratorias de esta especie depredadora es asentarse en los topes de techos de edificios del centro comercial de Miami. Entre sus puntos preferidos, por curiosidad inexplicable, está la sede del Tribunal o Corte Estatal del condado de Miami Dade, ubicada en la emblemática calle Flagler, nido de sueños infinitos.
El lugar es epicentro diario de dramas humanos que oscilan desde demandas legales por la veleidad de una cirugía plástica culminada en pesadilla, una infracción injusta de tránsito, jeans con cortes de nalgas brasileñas o colombianas sin estética, o hasta espeluznantes episodios de crímenes dignos de la pluma de Edgard Allan Poe.
¿Qué profunda y esotérica explicación tendrá el ritual circular y la conducta de esta ave? ¿Su atracción puntual cada año por las guaridas de la Justicia? ¿Su accionar ciego y la balanza entre el crimen y el castigo, la espada de la sentencia o la absolución?, ¿O el drama moral y ético de la supervivencia, la picaresca migratoria o la maldad trascendente en los senderos y en el karma de los vivos?
El buitre americano es un ave de rapiña y carroñera. Se alimenta de huevos y animales recién nacidos, y sostiene a sus crías por regurgitación. En lugares poblados por el hombre les atrae la pestilencia de los desperdicios en basureros. Encuentra su alimento afinando su aguda vista o siguiendo a otros buitres que poseen el sentido del olfato. Al faltarle la siringe –órgano vocal en las aves–, los únicos sonidos que puede producir son gruñidos o siseos de baja frecuencia.
Por lo general, sus alimentos suelen ser cuerpos en descomposición. Contrario a la hiena y a otras especies depredadoras, prefiere atacar y destruir a su presa antes de devorarla. Con cierta frecuencia en algunas calles muy transitadas de la ciudad floridana, forzada por el hambre, dicha ave desciende como un misil en medio de las vías con la intención de capturar una rata o algún otro roedor distraído que alivie su urgencia gástrica.
El destino del buitre queda sellado en cuestión de segundos, al ser arrollado por un conductor insensato poseído por la neurosis de la prisa citadina, típica de las urbes estadounidenses. Sólo queda esparcido sobre el pavimento el plumaje curtido en sangre, como testimonio del final temerario y terrenal de un señor de los cielos, de un espíritu libre, ignoto, amo del firmamento, al parecer invencible y con mala reputación.
En los Estados Unidos, dichos buitres están protegidos por el Tratado de Aves Migratorias, pese a no ser una especie en peligro de extinción. Su presencia en el continente se remota hasta los códices mayas en México y en Perú. Desde entonces, su ritual migratorio y milenario nos recuerda que ha sido testigo fiel y reflejo sin excepción de la historia y de la conducta depredadora, festinada y trascendente de la humanidad.