Recibo parejas en el consultorio, no sólo para acompañarles en la decisión de separación, o trabajarse cuando viven juntos, sino aquellas que luego de separarse deciden retomar la relación. Con alguna frecuencia uno de los dos, regularmente la mujer, pone como condición asistir juntos a un proceso terapéutico.

Es un gran riesgo volver a la relación con la misma persona sin trabajar los temas que provocaron la separación, sanar las heridas y hacer un plan para asumirse cada quien y a la relación de manera distinta.

A este proceso los terapeutas le llamamos hacer un nuevo contrato para la relación. Posiblemente cuando se unieron la primera vez las cosas estaban implícitas como en la mayoría de las parejas. Cada persona llega con lo que supone es ser pareja y lo propone en acciones y emociones en la vida real que viven juntos.  Aquella idea infantil y romántica acerca del amor no permitió hacer acuerdos explícitos negociados y consensuados. Todo fue pasando y con mucha frecuencia las parejas aplican el dicho popular de que “la carga se acomoda en el camino”. El problema es que pueden aparecer cargas que pesan mucho, caminos muy largos y tránsitos muy dolorosos.

El proceso terapéutico implicará poner sobre la mesa la razones reales que motivan la reconciliación; las dinámicas inadecuadas que sostuvieron la relación en el pasado; lo que cada persona ha crecido en el camino y la responsabilidad individual que se deberá establecer en el compromiso con la relación. Es el momento de dejar de ver a una de las personas implicadas como la que carga con la relación o a los hijos e hijas como razón para permanecer juntos.

Siempre exploro con las parejas y le doy intensidad a lo que ella y él hicieron con su propia vida en el tránsito de la separación. ¿Qué pasó con su vida emocional, profesional, económica, relación con los hijos, desarrollo social y todo lo demás? Les invito a mirar a la otra persona como desde un escenario en el desenvolvimiento de su proyecto de vida. Si avanzó, se estancó, creció emocionalmente, buscó ayuda, comenzó a estudiar, inició un nuevo proyecto, entre otros.

Este ejercicio les pone de frente a la persona real con la que está intentando  reiniciar la vida.
Mirar esto y ponerse en contacto con lo que sienten al ver a la persona que ya conocen, pero ahora en otro momento de la vida y a cargo de sí mismo, les suele dar mucha luz.

Otro aspecto es el abordaje de las dinámicas de relación establecidas en el pasado y la necesidad de revisarlas. Pudiese ocurrir que luego de un tiempo, cuando el entusiasmo de la reconciliación pase, se comiencen a presentar las dificultades y den las mismas respuestas de siempre, lo cual terminará más adelante de estropear la relación con un poco más de dolor y desilusión.

Recibí a una pareja en la que ella puso como condición el proceso terapéutico para la reconciliación. El asiste para complacerla, pero su necesidad de cambio es mínima, pues se han seguido relacionando sobre la misma base de como lo hacían cuando estaban juntos.

Ella sigue motorizando y empujando el proceso. Aunque dio una respuesta contundente frente a lo que provocó la separación lo ha “salvado” y sostenido en el tiempo. El sigue comiendo en la casa y solucionando todo lo doméstico como el lavado y planchado de la ropa y todo lo demás. Ella ha arrancado económicamente luego de la separación y él lo sigue intentando, pues sigue apegado al patrón anterior de tener negocio común y trabajar juntos.

Lo que esto significa es que se corre el riesgo de que muy pronto vuelva a ocurrir otro hecho que los lleve de nuevo a la separación, pues el cambio no ha sido real ni sostenido en la responsabilidad individual de cada miembro de la pareja.

Sé que este cambio es difícil más no imposible, he visto parejas resurgir en una brillante versión mejorada de su relación y así sí es posible volver a empezar.