En mis años de infancia en la escuela me tocó leer un relato sobre un agricultor de la España rural (en esa época casi todos los textos venían de España, o de Argentina, por ser los países más avanzados en que se hablaba nuestro idioma). El indicado campesino, cansado hasta el hartazgo de las malcriadezas y holgazanería de su burro decidió deshacerse de él
Tras un tiempo de cargar a cuestas sus cosechas, o caminar largos caminos hasta llegar al pueblo más cercano, concluyó que necesitaba un asno de todas maneras, así que salió por los parajes conocidos en busca de alguien que tuviera algún borrico en venta. Al ser informado de algún lugareño que vendía uno, decidió visitarlo y, al llegar se sorprende de ver cuan parecido era a su antiguo compañero de caminos. Al examinarlo más de cerca se percató de que, efectivamente era su antiguo borrico, y se acerca a la oreja y le murmura “el que no te conozca que te compre”.
El cuento viene a mi memoria al tener ahora la oportunidad de ver en la televisión o los periódicos las promesas y ofertas de campaña de los múltiples precandidatos a la presidencia. Los veo prometer villas y castillas, pero sin tener claro cómo lo van a conseguir.
De modo que los he visto prometer que van a convertir a la República Dominicana en una potencia exportadora, a generar pleno empleo o dignificar lo salarios para todos, a mejorar la productividad del trabajo, a resolver de golpe los problemas del sistema educativo o de salud, a construir no sé cuántas presas, autopistas y avenidas, así como afrontar los problemas de viviendas, de acueductos, de basura y, particularmente, garantizar la seguridad ciudadana, pero sin decir el cómo, con cuáles recursos ni aplicando cuáles instrumentos.
En virtud de que eso es lo que todos deseamos, supongo que ese es el discurso apropiado para atraer un electorado poco educado. Incluso a veces, cuando las pasiones políticas se exacerban, puede funcionar hasta con electorados más educados, ya que también recuerdo el caso de Ronald Reagan en los Estados Unidos que, como todo buen derechista, prometía bajar los impuestos y subir los gastos, por lo menos los gastos militares para conseguir que los Estado Unidos fueran “great again” (con otras palabras). Pero al mismo tiempo prometía eliminar el déficit fiscal con el propósito de reducir la deuda pública.
Mucha gente se preguntaba ¿pero cómo es eso? Sin embargo, cautivó al electorado y llegó al poder, bajó los impuestos e incrementó los gastos militares, pero terminó generando un déficit fiscal como nunca se había visto excepto con motivo de grandes guerras, y embarcó a su país en una cadena de endeudamiento del que nunca más ha podido escapar.
Pero en la República Dominicana ya no hay pasiones políticas, puesto que ya no hay ideologías, de modo que el discurso debería procurar ser más convincente. Si es que se pretende ganar en base a razones y no a dinero.
Claramente una parte de la población está dispuesta a dejarse seducir por cualquier discurso, pero habrá otra parte, grande confío yo, que esperará algo más serio. Exponer ante el electorado el cómo, de dónde saldrá el dinero, o qué instrumentos aplicar (que muchas veces serán impopulares), siempre es la parte menos grata de la política, pero en las sociedades más democráticas, difícilmente se gane sin ello. Normalmente la gente vota consciente de lo que viene, aunque algunas de esas cosas a otros nos parezcan una locura, como el caso Trump.
Si bien prometer lo que no saben cómo conseguir, o más bien, saben que es mentira, puede resultar fácil para cualquier precandidato poco conocido, la situación debe ser compleja para aquellos que ya han sido presidentes.
En días pasados, en una misma página del periódico digital Acento.Com aparecieron dos titulares que me llamaron tanto la atención. En uno decía textualmente “Hipólito promete volcar inversión al campo para aumentar producción agropecuaria” El otro decía “ Leonel se proclama ganador y promete más educación, más seguridad y más salud”.
En su discurso de toma de posesión en el 2000, el expresidente Hipólito Mejia prometió hacer rentable “la noble actividad de producir alimentos”. Tras decir que “haré todo el esfuerzo necesario para alcanzar la seguridad alimentaria de la población, y en este sentido modernizaremos las estructuras económicas del país, cambiaremos nuestro potencial productivo con obras de infraestructura que nos permitirán ampliar nuestra frontera agrícola” terminó diciendo que iba a convertir a la nación en la mayor proveedora de bienes alimenticios al Caribe y Norteamérica, y que “la época de las importaciones innecesarias ha terminado”
Quizás por su trayectoria personal y empresarial mucha gente le creyó, y es posible que lo dijera con su mejor intención. Pero fuera de discursos bonitos, la realidad es que el destino, no solo de la agricultura, sino de todo su gobierno, quedó marcado por su primera “visita sorpresa” que hizo apenas tres días, entiéndase bien, tres días después de su elección como presidente, a tomar un desayunito con un amigo, el desayuno más caro que ha tenido que pagar el pueblo dominicano, sigue pagando aun, y tendrán que pagar hasta los tataranietos, pues tiene todavía una deuda de más de once mil millones de dólares.
Pero el caso más gracioso es probablemente el de Leonel Fernández. Cuando uno lee el titular atina a pensar ¿pero a quién se estará dirigiendo? ¿Acaso no fue este el presidente que para su largo discurso de rendición de cuentas el 27 de febrero del 2011, e intentar acallar los reclamos de la población armada con banderas amarillas, dedicó tanto tiempo, gastó tanto esfuerzo en recolectar cifras y consultar autores, para tergiversar, usar frases extraídas fuera de contexto, con el fin de demostrar cómo no se mejora la educación, por qué no valía la pena poner recursos en la educación?
Nunca tuvo la intención de investigar cómo se mejora, sino cómo no se mejora, y al terminar su extenso gobierno la dejó postrada, hundida en los peores índices internacionales, lugar del que le tomará generaciones salir, con el esfuerzo, con la zapata que está poniendo el Gobierno del presidente Medina.
Al final, supongo que algunos como yo, si les pusieron la misma tarea en la escuela habrán exclamado “el que no te conozca que te compre”