Ningún estado moderno que se respete permite que la inmigración ilegal se le vaya de las manos, debido a las consecuencias ulteriores que conlleva la presencia masiva de extranjeros sin ley alguna en un territorio ajeno. De ahí que países como Estados Unidos, España, Puerto Rico, Italia, Rusia, China y otros combatan ese problema por el frente jurídico y del cumplimiento de la ley en sus fronteras, dejando el aspecto humanitario en un segundo plano.

En el caso de la República Dominicana, frente al problema de la masiva presencia de haitianos ilegales en el país, la situación es mucho más compleja para derivar en un asunto meramente político, de satanización y polarización de la sociedad afectada. El mismo viene de raíces histórico-políticas y económicas que no entienden quienes lo perciben desde lejos, por ser jueces y partes,  y que tampoco comprende la xenofobia y los intereses que se benefician de la explotación de la mano de obra barata.

Es por ello que la reciente sentencia 168-2013 emitida por el Tribunal Constitucional, amparada en la Constitución de 2010, busca en esencia reglamentar una inmigración haitiana descontrolada que pone en peligro la misma esencia de la dominicanidad y que se ha acentuado mucho más después del terremoto que destruyó ese país y extrapolado un enorme problema de un país hacia otro vecino. Otros ven la decisión como una interesada en trastocar el porcentaje de votos de la oposición política al partido en el poder.

No se trata de ser patriota o antipatriota, de anti haitianismo o anti dominicanismo. En esencia, es cumplir o no cumplir la ley, nos guste o no nos guste

No se trata de ser patriota o antipatriota, de anti haitianismo o anti dominicanismo. En esencia, es cumplir o no cumplir la ley, nos guste o no nos guste. La decisión del alto tribunal de tomar el toro por los cuernos en el caso de la presencia haitiana descontrolada en el territorio nacional conlleva consecuencias a nivel internacional, cuyo riesgo el país debe tomar para poner orden en la casa, al margen de lo que opinen y presionen organismos desacreditados como la OEA, la CIDH, la ONU y las ONG’s pro haitianas.

La realidad es que el desorden imperante en la frontera sólo beneficia a élites y enclaves de poder en ambos lados de la isla. Desde los bateyes y los cañaverales de los años 30 y 50, hasta el Pequeño Haití a pocas cuadras del Palacio Nacional, en el 2013, la situación de los haitianos sin documentos no debe ni puede permanecer como está. El problema de Haití no debe ser resuelta sólo por el Estado Dominicano. Las autoridades de Haití tienen el deber moral de acudir en ayuda de sus ciudadanos, y dejar de jugar a ser la víctima para evadir su responsabilidad histórica con fines inconfesos.

La solución al problema haitiano y de otros extranjeros que viven de manera irregular en la República Dominicana podría estar en el mismo problema. La emigración es válida cuando fluye de manera ordenada, segura y legal. Pero el actual estado de cosas no puede seguir igual desde 1929 hasta la fecha. La haitiana Marie Etienne Desir Joseph, de 37 años, casada con un dominicano, se acogió a la nueva vía legal que ofrecen las leyes para regularizar su estatus, como suele ser en cualquier país civilizado.

La legalidad de los haitianos ilegales en el país es la única solución real. La misma de los dominicanos en el Canal de La Mona; los mexicanos en la frontera con los Estados Unidos; los marroquíes en el Estrecho de Gibraltar, en España; o los Norafricanos en la isla de Lampedusa, en Italia. Lo demás sería atizar los fantasmas del pasado que alimentan el odio y la sangre entre los pueblos.

La otra opción podría ser la propuesta del notable escritor Carlos Alberto Montaner, coautor del Manual del Perfecto Idiota Latinoamericano. La misma consiste en convertir a Haití en un protectorado, regenteado por Estados Unidos, Canadá, España y Francia, a 50 años plazos. Después de todo, Francia y España crearon ese problema en la isla. Tal vez así la parte Occidental deje atrás la noche oscura de los tiempos y decida subirse el tren de la modernidad.